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03

—Decide la cantidad, no importa qué tan alta sea; estoy dispuesto a pagarlo —aseguró, dejando entrever que había intuido las verdaderas intenciones de la pelirroja.

El dinero no era un problema para él; seguramente era uno de esos millonarios rodeados de comodidades y lujos que ella nunca podría permitirse. Celeste deseaba disfrutar de la situación mientras buscaba la manera de vengarse de Arthur. Así que, sin pensarlo mucho, pronunció la cifra más alta que se le ocurrió en ese momento.

—Pido dos millones... a menos que para ti sea demasiado —lo miró, esperando que se negara. Sin embargo, a juzgar por su expresión, la cifra no parecía ser un obstáculo.

—Te pagaré cinco millones —ofreció Leander, aumentando la cifra, lo que dejó a Celeste completamente atónita.

Ella alzó las cejas, estupefacta, pero logró recomponerse al notar que algunos los observaban con curiosidad. Entonces, actuó con total tranquilidad, a pesar de lo impactada que se sentía. Jamás en su vida había imaginado que podría obtener una suma tan grande solo por fingir ser la novia de alguien, y todo por haber asistido a la boda de su exnovio, a quien, por cierto, ya no creía que valiera la pena vengarse en comparación con aquella cantidad de dinero que ganaría.

Después de todo, sus planes habían dado un giro inesperado, pero el universo parecía estar a su favor.

Una sonrisa se extendió por su rostro mientras asentía con la cabeza, estrechando sus manos como si cerrara un negocio.

—Trato hecho —dijo, sellando el acuerdo. El contacto duró solo unos segundos, pero ambos sintieron una intensa corriente eléctrica que no podían ignorar.

Leander estaba a punto de atravesar el gran salón donde se celebraba la velada, cuando se cruzó con su padre, quien lo buscaba con urgencia. Ambos se dirigieron al balcón, ansiosos por escapar del bullicio ensordecedor del interior.

Edward Delacroix era un hombre de fuerte carácter y apariencia intimidante. A pesar de que su hijo era mucho más alto y robusto, Leander siempre había mantenido un profundo respeto por su progenitor, esforzándose por obedecerlo en todo. Sin embargo, había un tema en particular sobre el que se mostraba renuente, y dado que su padre aún no había logrado convencerlo, no tuvo más opción que recurrir esta vez al chantaje.

—¿Qué ocurre, padre? —preguntó Leander, la intriga reflejada en su rostro.

—Me siento muy complacido con la elección de Angeline; ha sabido escoger al hombre adecuado. ¿No lo crees?

Leander lo miró con confusión, sin comprender la repentina mención de su cuñado y hermana a aquel asunto que se suponía era importante. Nunca había estado en contra de la relación de su hermana con Arthur, pero no podía imaginar que Angeline se casara con alguien de un estatus económico tan distinto. Edward había presentado a su hija varios pretendientes de familias adineradas, con la clara intención de asegurar un matrimonio de conveniencia. Pero al final, ella había elegido a un hombre que no le ofrecía nada.

—No estaría tan seguro de su elección. Angeline es un poco ilusa y, en mi opinión, solo se ha casado por capricho, no por amor —objetó su hijo, sin tapujos.

—Quizás, pero visto desde otra perspectiva, Arthur podría ser de gran utilidad en la empresa. Estaba pensando que, ahora que pertenece a la familia, sería generoso de nuestra parte darle el treinta por ciento de las acciones. ¿Qué te parece?

Leander lo miró contrariado y soltó una risa seca, incapaz de creer lo que escuchaba. No iba a permitir que un inepto como Arthur se uniera al negocio familiar. ¡Ni pensarlo!

—¿Qué? ¿Es una broma? Que sea el esposo de Angeline no significa que tenga derecho a recibir una parte de las acciones, padre. Que, por cierto, me pertenecen a mí como tu primogénito —replicó, su enfado evidente, mientras su padre reprimía una sonrisa triunfal. Edward estaba logrando exactamente lo que quería.

—No he dicho que le daré lo que es tuyo, solo compartirlo con él, ya que cumple con los requisitos. Lo que te coloca en desventaja, por cierto —enfatizó, su tono volviéndose serio.

—¿Así que se trata de eso, no? ¿De chantajearme para que me case, cuando sabes perfectamente que el matrimonio no está dentro de mis planes?

—¿Y cuándo estará en tus planes? Llevas negándote a casarte desde hace tiempo. Por favor, Leander, ya tienes la edad suficiente para conseguir una esposa y formar una familia. Prefieres desperdiciar tu vida en esos bares de mala muerte, trabajando hasta tarde como si no hubiera nada más importante para ti. No me has presentado a una mujer desde hace años, así que, quieras o no, tendrás que elegir como esposa a una de las candidatas que he seleccionado y conocerlas en las citas a ciegas.

Leander estaba a punto de refutarlo cuando, de repente, le vino a la mente la imagen de la pelirroja, y una idea comenzó a tomar forma en su cabeza.

—No es necesario, padre. Si lo que realmente te preocupa es que no consiga una buena mujer, te alegrará saber que ya tengo a alguien. Y si no me crees, puedes preguntarle a Angeline —mencionó, lo que hizo que su padre lo mirara con recelo.

Finalmente, Edward asintió, resignado. Sabía que su hijo estaba siendo astuto y decidió ponerlo a prueba.

—Bien, quiero conocerla pronto. Pero que te quede claro; no cambiaré de parecer con lo que te dije al principio. De hecho, si no te casas dentro de cuatro meses, no solo le daré el treinta por ciento de las acciones a Arthur, sino que él será el nuevo director de la empresa. Tú decides —sin darle tiempo para responder, su padre le dedicó una última mirada antes de abandonar el balcón.

Frustrado, Leander pasó su mano por el rostro, dejando escapar un bufido exagerado. No podía creer que su padre le estuviera haciendo aquello. No iba a permitir que Arthur se quedara con lo que le pertenecía, así que, si tenía que casarse, lo haría. Solo necesitaba encontrar a alguien que estuviera dispuesta a formar un matrimonio ficticio.

Pero entonces recordó a la pelirroja, ella era una buena opción y solo esperaba  convencerla.

Decidió regresar a la fiesta y pidió al bartender el trago más fuerte que tuviera. No pretendía embriagarse esa noche, pero las circunstancias lo ameritaban. Entre sorbo y sorbo, sintió cómo el alcohol comenzaba a hacer efecto en su sistema, sin llegar a estar completamente ebrio.

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