




01
La brisa fría acariciaba con fuerza el rostro de Celeste, quien había bajado la ventanilla del auto mientras observaba la ciudad con impaciencia, esperando llegar a tiempo al lugar donde se celebraría la boda de su exnovio.
Su corazón latía con fuerza, no por los nervios, sino por la rabia que ardía en su interior. Arthur la había dejado hacía apenas unas semanas, alegando que no estaba preparado para una relación, y ahora él estaba a punto de casarse con otra, como si su amor no hubiera significado nada.
La idea de arrebatarle la felicidad la llenaba de determinación. No solo le había mentido al excusarse con aquella razón tan superficial para terminar la relación, sino que también la había engañado. Mientras estaba saliendo con ella, había estado involucrado con su actual prometida al mismo tiempo.
—Eres un imbécil... —masculló entre dientes, provocando que el chófer la mirara por el retrovisor.
—¿Qué?
—Oh, disculpe, no es con usted —se apresuró a aclarar.
El señor asintió y continuó conduciendo. Finalmente, al llegar frente al imponente edificio, bajó del auto y se dirigió hacia la entrada, donde dos hombres se aseguraron de que estuviera invitada. Al mostrarles la invitación, que le había conseguido su mejor amiga, la dejaron entrar tras una breve revisión.
Con una sonrisa en el rostro, caminó con firmeza por el vestíbulo, cada paso resonando como un recordatorio de la traición que había sentido. El sonido de sus tacones repiqueteaba sobre el suelo de porcelana, tan reluciente que podía ver su propio reflejo en él.
El lugar era ridículamente costoso, y no podía evitar sentir que estaba fuera de lugar. Una oleada de arrepentimiento surgió en su interior al detenerse frente a la puerta adornada. Pensó que había sido una mala idea venir. Pero, de repente, recordó lo mucho que había sufrido a causa de su ruptura y se negó a quedarse de brazos cruzados.
«Esta vez no seré una espectadora pasiva», se dijo, mientras se ajustaba el elegante vestido que su amiga le había prestado para la ocasión, armándose de valor para atravesar la puerta.
Al hacerlo, se sintió pequeña entre las risas y murmullos de los invitados. Las sillas estaban elegantemente dispuestas, y las luces brillantes iluminaban el ambiente, creando un escenario de ensueño que contrastaba con su propio estado emocional.
—¿Dónde estará ese idiota? —se preguntó, mientras buscaba a Arthur entre la multitud, aunque en su interior se sentía algo insegura pero sabía que no podía dar marcha atrás. Iba a llevar a cabo su venganza.
Finalmente, lo vio, Arthur estaba a unos pocos metros de distancia, luciendo un traje perfectamente ajustado, esperando a la novia.
De pronto, comenzó a sonar una melodía de piano; la música de cuerdas se filtraba por el aire como un canto de sirenas. Entonces, la vio. La novia, una joven de belleza deslumbrante, hizo su entrada junto a un hombre de buena apariencia a pesar de su edad. Ella lucía radiante en su vestido blanco. Nunca antes había visto a alguien con un rostro tan angelical. La imagen la descolocó por un momento, pero se recompuso al recordar la razón por la que estaba allí.
Arthur contemplaba a la novia como si fuera lo más preciado en su vida; la felicidad que reflejaba en su rostro la hirió profundamente. Parecía otra persona, alguien realmente enamorado, y Celeste sintió que la ira la atravesaba. Se sentía atrapada en un mundo de lujo y felicidad que no le pertenecía. El dolor de su ruptura se transformó en un deseo ardiente de venganza.
—Señorita, debe tomar asiento —la voz de un hombre interrumpió sus pensamientos, haciéndola volver a la realidad.
—¿Eh? —lo miró confundida. Se trataba de uno de los encargados de mantener todo el orden.
—No puede quedarse aquí; debe buscar dónde sentarse —repitió él, señalando los asientos vacíos.
—Ah, sí —respondió, dándose cuenta de que había permanecido en la entrada del gran salón.
Se acercó a una de las sillas vacías y esperó pacientemente el momento oportuno para arruinar la boda. Pero antes necesitaba beber algo que le diera valor, así que no dudó en agarrar una de las copas de champán que repartía uno de los camareros, seguramente para brindar por los novios, y le dio un gran sorbo.
El líquido bajó por su garganta, quemándola. Hizo una mueca por el intenso sabor y cerró los ojos, intentando deshacerse del amargo en su paladar. Al abrirlos, se encontró con un rostro extremadamente atractivo y unos ojos grises que la miraban sin emoción.
Celeste se sobresaltó; no sabía en qué momento aquel hombre había aparecido a su lado. Era un desconocido, pero su porte desprendía una confianza que lo hacía aún más atractivo. Sin que ella se lo esperara, él rompió el silencio con una voz profunda que la estremeció.
—¿Por qué estás sentada aquí? Tenemos un lugar reservado. Creo recordar que te lo mencioné antes —le dijo, tomando su mano con firmeza. Ella trató de retirar su mano, pero él no la soltó—. No hay tiempo que perder; mi familia debe percatarse de ti cuanto antes. Todos creen que eres mi novia.
Añadió lo último en un murmullo bajo, como si nadie más debía escucharlo. Celeste abrió los ojos, sin comprender lo que ocurría, y se vio obligada a caminar hacia una de las sillas cerca de los novios, siendo arrastrada por el desconocido.