




7
Cuando Daniel se hubo ido, Sandra miró a Jorge expectante, pero éste no hizo esperar demasiado su respuesta.
—Haré lo que me pides –contestó él, y Sandra dejó salir el aire que habÃa estado conteniendo—. Con una condición.
—¿Cuál? –preguntó ella de inmediato, y Jorge sonrió.
—Que tú y yo salgamos de vez en cuando –ella se sonrojó un poco y bajó la mirada.
—Pero… ya no soy la jovencita de antes… Y seguro que te criticarán tus amigos y…
—A estas alturas de la vida, ¿crees que eso me importa? –ella sonrió.
—No, supongo que no.
—Entonces, ¿salimos? –ella lo miró un poco tÃmida, pero luego de un leve titubeo, movió su cabeza afirmativamente. Jorge se acercó a ella y besó su frente con suma delicadeza—. Tal vez digas que es demasiado tarde –susurró él mirándola a los ojos—, pero planeo hacerte feliz.
—No es muy difÃcil hacer feliz a una mujer como yo.
—Aun asÃ, me esforzaré—. Sandra sonrió, ya empezaba a ser feliz. No quiso pensar en que era muy poco tiempo el que le quedaba para estar juntos. La cercanÃa de la muerte le estaba enseñando que era mejor un poco de amor y felicidad que nada.
Diana vio a su padre subir a uno de los autos acompañado de una mujer y el chico estatua de la piscina. Elevó una ceja preguntándose por qué su padre tenÃa ese tipo de atenciones con un par de personas que de lejos se notaba no eran de su cÃrculo social.
—¿Se fueron? –preguntó Marissa acercándose. Diana no la miró.
—Papá los lleva en su coche. Esto es muy raro.
—¿Raro por qué? Tu padre es un hombre considerado.
—No con todo el mundo. Ese chico… creà que venÃa aquà por un empleo, pero ahora veo que vino tal vez con su madre, y… no sé qué pensar de todo.
—No te preocupes demasiado por cosas como esta. A menos que estés pensando que, ya que tu padre enviudó, está buscando nueva esposa –Diana miró a su mejor amiga con ojos grandes de terror.
—¿Crees que sea eso?
—Yo, que abrà mi enorme boca y empeoré la situación. No me prestes atención. A lo mejor no es nada—. Marissa le dio la espalda y Diana la siguió haciéndole preguntas. No querÃa que otra mujer viniera y le robara el poco tiempo que tenÃa con su padre. Él la habÃa mandado traer del internado sólo para pasar tiempo juntos, ¿ahora se iba a buscar una esposa? No, no y no.
El auto de Jorge se detuvo frente a un edificio bastante viejo, pero limpio. Sandra lo condujo hasta el ascensor y fueron hablando acerca del trabajo actual de ella, los estudios de Daniel y muchas cosas igual de triviales. Daniel no decÃa nada, sólo los escuchaba hablar.
Era notorio que entre los dos habÃa confianza, Jorge bromeaba con su madre y ella reÃa encantada. En más de una ocasión habÃa torcido el gesto, pues suponÃa que su madre se estaba riendo tal vez mucho. Demasiado.
—Me voy a mi habitación –dijo él cuando llegaron al pequeño apartamento y los dejó solos. Jorge miró a Sandra interrogante.
—Tal vez está celoso de ti. Hasta ahora, toda mi atención fue siempre para él.
—¿Quieres decir que no has tenido novio desde que él nació? –Sandra se sonrojó.
—Bueno… No.
—¿Por qué no? ¿Todos los hombres que conociste fueron prejuiciosos y no quisieron a una mujer que ya tenÃa un hijo?
—En parte fue eso. Y en parte… no querÃa imponerle a mi hijo un padrastro.
—Eso es una excusa, Sandra. Si te hubieses enamorado, habrÃas tenido tal vez que pedirle perdón a Daniel, pero te habrÃas casado—. Sandra hizo una mueca aceptando que aquello era verdad. Le señaló a Jorge un mueble y ambos se sentaron en él.
—Nunca me enamoré.
—¿Ni siquiera de su padre? –Sandra sonrió triste.
—Ya sé a dónde quieres ir preguntando eso. No quiero hablar de él.
—¿Sabe él quién es su progenitor, por lo menos?
—No, no lo sabe; y si llegaras a averiguarlo, por favor, nunca se lo digas.
—¿Averiguarlo? –preguntó Jorge mirándola con sospecha—. ¿Es decir que es alguien a quien yo podrÃa conocer? Se mueve en mis cÃrculos, ¿Sandra? –Ella agitó su cabeza con fuerza.
—Nunca se lo digas. No quiero que tengan relación. Sacrifiqué muchas cosas con tal de evitarlo. Por favor…
—Está bien, está bien. A menos que sea un asesino o un mafioso, no veo por qué tanta precaución, pero te haré caso—. Sandra lo miró agradecida, y él se le acercó más—. Pero ten en cuenta que, tarde o temprano, él descubrirá la verdad. No se pueden esconder las cosas para siempre.
—Yo espero que en este caso sÃ.
—HabÃa olvidado lo terca que eres—. Ella sonrió.
—Y yo, lo insistente que puedes ser tú –él la miró sonriendo, feliz de tenerla cerca otra vez. Ella era hermosa aún para estar cerca de los cuarenta. Su cuerpo seguÃa siendo delgado, aunque no tanto como antes, y no habÃa perdido su gracia al caminar, ni esa distinción en sus gestos. Haber sido una empleada toda la vida no le habÃa hecho apocarse, y eso le hacÃa sentirse orgulloso de ella.
—Háblame de tus hijos –pidió ella, y Jorge sonrió de medio lado.
—Bueno, son dos. Esteban y Diana. Esteban es el mayor y tiene la misma edad de Daniel; y Diana, sólo quince. Es mi princesa.
—Me imagino. ¿Se llevan bien? –preguntó ella con una sonrisa—. Esteban y Diana –aclaró.
—Para nada. Viven como el perro y el gato.
—Ah, vaya.
—Ella estuvo los últimos años en un internado, pero hice que volviera a casa. No quiero que mi hija crezca más tiempo lejos. Me estoy haciendo viejo, ¿sabes? Es una buena chica. Tal vez un poco como todas; odia las matemáticas, pero le encantan las artes plásticas. He descubierto que tiene don para la pintura.
—Qué bien. ¿Y Esteban?
—Ah, él… no lo sé. Sólo es bastante pendenciero, me contesta siempre de mala forma, le va muy regular en la escuela, y está todo el dÃa de pelea con su hermana. No sé qué hacer con él.
—Tenle paciencia. Tal vez sólo es cuestión de tiempo.
—SÃ, tal vez.
—Y Laylah… ¿te llevabas bien con ella? –él respiró profundo sabiendo que tarde o temprano tendrÃa que contestar a esta pregunta.
—SÃ. Realmente sÃ. No éramos muy cariñosos el uno con el otro, y tampoco discutÃamos. Éramos buenos amigos, supongo. Ella adoraba a los niños, fue fiel y cumplió perfectamente con su papel de esposa… Realmente no tengo nada que reprocharle, excepto que se haya accidentado de esa manera dejándole a Diana un terrible trauma.
—Vaya.
—Fueron tiempos difÃciles –siguió él—, Esteban entró en crisis, y empeoró su comportamiento. Diana se apegó más a mÃ, y asà siguen las cosas.
—Pero lo superarán. Son jóvenes todavÃa.
—Eso espero. Esteban a veces me saca de mis casillas.
—Sólo es un adolescente.
—Pero necesito que crezca rápido—. Él la miró en silencio por un momento. Sonrió y dijo—: ¿Quieres ir a cenar? –ella lo miró un tanto sorprendida.
—A… ¿ahora?
—Sà –él miró su reloj—. ¿Te parece bien si paso por ti a las siete?
—Yo…
—No puedes decir que no. Me prometiste que saldrÃas conmigo… a menos que ya tengas un compromiso previo.
—Pues no, pero…
—¿Crees que Daniel se disgustará?
—Tal vez –farfulló ella.
—Entonces dile que tú y yo estamos saliendo. Es un adolescente, y si es listo, no le quedará difÃcil creerlo –Sandra se echó a reÃr.
—Está bien. Pasa por mà a las siete—. Él sonrió y se puso en pie. Se despidió de ella y se fue sin agregar nada más. Sandra, nerviosa, se encaminó a la habitación de su hijo. Lo encontró con un libro en las manos, recostado en su cama y concentrado leyendo.
—Esta noche saldré con Jorge –dijo ella, y él se movió para mirarla.
—Entonces, ¿son novios? –Sandra se puso roja.
—Mmm… creo que sÃ.
—¿Te hace feliz? –preguntó él. Sandra asintió lentamente. Daniel la miró entrecerrando sus ojos—. No habrás hecho un trato macabro con él donde él te pasa dinero, o cuida de mà y tú estás con él, ¿no?
—¡Claro que no! Daniel, ¡por favor!
—¿No hay nada detrás de estas atenciones?
—¡No!
—¿Entonces un amigo al que no veÃas hace veinte años te propone salir y tú vas? –Sandra cerró sus ojos.
—En el pasado él y yo… nos gustábamos. Pero habÃa ese problema de las diferencias sociales; no se pudo.
—Y ahora que están mayores, ¿las diferencias sociales no importan?
—Algún dÃa lo comprenderás. Algún dÃa entenderás lo raro, destructivo y hermoso que puede ser el amor.
—Raro, destructivo, hermoso… Me parece que no quiero experimentar esa emoción.
—El amor no es una emoción. Es un ser vivo, y un superviviente, además; por más que intentes matarlo, si él no lo hace por sà mismo, no morirá –Daniel sonrió.
—Estás enamorada—. Sandra se cruzó de brazos y esquivó su mirada—. Pero… ¿no te parece que es un poco mayor para ti? Casi es un anciano.
—No soy una adolescente, ¿sabes?
—Mmmm… ¿hay algo de lo que deba preocuparme? Pasado, historial con la policÃa…
—Nada –rio Sandra—. Está limpio. Y pronto entenderás que es un buen hombre, uno del que puedes aprender mucho.
—No sé, tengo sentimientos encontrados al respecto –suspiró él sentándose en la cama y haciendo a un lado el libro. Miró a su madre fijamente y siguió—: me parece a mà que no es muy listo, si te dejó ir hace veinte años—. Sandra sonrió halagada por las palabras de su hijo.
—En el refrigerador está tu cena. Ya sabes qué hacer –dijo ella saliendo. Él volvió a tomar su libro y a recostarse en su cama.
—SÃ, ya sé qué hacer –contestó él, sospechando que le aguardaban muchas cenas solo en casa.