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Amaneció, y sin contemplaciones, Esteban corrió las cortinas de la habitación de Daniel. Éste arrugó el rostro como si tuviera un taladro sobre su sien.

—¡Deja! –quiso gritar, pero sólo le salió un quejido lastimero.

—Qué terriblemente patético eres.

—¿Qué haces aquí?

—Estoy preocupado, tenemos exam...