




10
—¿Quién rayos eres tú y qué haces en mi casa? –preguntó Esteban Alcázar al ver a Daniel sentado en los muebles de una de las salas. Daniel se puso en pie de inmediato.
Lo sabÃa, sabÃa que sentarse en la sala era una mala idea, pero Jorge habÃa insistido en que lo esperara aquÃ, y ahora uno de los señoritos de la casa le estaba reprochando, y él no tenÃa ninguna excusa, aunque sólo se habÃa atrevido a apoyarse en la punta de uno de los muebles.
—Ah… hola…
—¡Qué hola ni qué mierdas! –exclamó Esteban mirándolo de arriba abajo. Sus zapatos, sus jeans, su camiseta, todo, gritaba: ¡soy pobre! –Si estás buscando trabajo, la servidumbre entra por la otra puerta, ¡y no se sienta en los muebles! ¡Qué asco!
—¿Qué te da asco? –preguntó Jorge entrando, y detrás de él, Diana. Daniel se sonrojó de inmediato, avergonzado de haber sido hallado en falta y ser regañado delante de ella. Notó que él habÃa hablado en español, y de inmediato Esteban cambió su actitud.
SabÃa que a los niños ricos no les gustaba tropezarse con gente como él, pero ya no podÃa hacer nada más que aguantarse la regañina.
Diana le sonrió y Daniel quiso esconderse detrás de un mueble, o algo. Y luego se sintió estúpido. ¿Por qué estaba actuando asÃ? ¿Acaso nunca habÃa visto chicas guapas en su vida?
Luego de la escena en la piscina, ambos habÃan entrado, y Maggie le habÃa señalado la habitación que ocuparÃa. Su ropa ya estaba allÃ, asà que se dio un baño (la habitación tenÃa baño privado) y luego bajó a la sala, pues Jorge querÃa hablar con él allÃ. Diana, al parecer, también se habÃa dado un baño. LucÃa el cabello suelto, negro y largo, muy hermoso, y una ropa y zapatos diferentes.
—Aprovecho que estamos todos aquà –empezó a decir Jorge y los invitó a sentarse. Cuando vio que Daniel permanecÃa de pie, le insistió para que tomara asiento. Daniel lo hizo sin dejar de mirar a Esteban, que le echó malos ojos—, para presentarles al nuevo miembro de la familia.
—¿Qué? –preguntaron Diana y Esteban al tiempo.
—Eso que oyeron –confirmó Jorge—. Desde ahora, Daniel es como alguien más de la familia.
—¿Lo recogiste en la calle, o qué? –rio Esteban. Daniel miraba a Jorge estupefacto. Nunca se hubiese imaginado algo asÃ. ¿Esto lo habÃa arreglado su madre con él?
—No, Esteban. No lo recogà de ninguna parte.
—¿Lo vas a… adoptar? –preguntó Diana, mirando a Daniel, y éste no le sostuvo la mirada.
—No, no lo haré.
—Entonces no es familia ni por sangre ni por ley. ¿Verdad?
—Aun asà –siguió Jorge, mirando a su hijo con severidad—, quiero que traten a Daniel con consideración y respeto. Entrará a estudiar en la misma escuela que ustedes, y si es lo suficientemente listo –dijo ahora, mirando directamente a Daniel—, entrará también a la universidad con ustedes.
Daniel estaba anonadado. Se le habÃa juntado navidad, acción de gracias, pascua y dÃa de reyes. Todo junto ese dÃa.
—¿Por qué? –preguntó Diana—. Debe haber una razón por la que quieras meter en tu casa a alguien que, sin ofender, es un desconocido, ¿no? –ella lo miraba, pero Daniel estaba concentrado en las lÃneas de sus manos. Muy interesantes ese dÃa.
—Tal vez lo sea, pero las circunstancias lo han traÃdo a esta casa, y yo he decidido acogerlo. Daniel –él lo miró—, tu madre siempre habló bien de ti, diciendo que eres un buen chico, listo y responsable. Espero que de ahora en adelante hagas honor a sus palabras y lo seas. Soy un padre muy dadivoso con mis hijos, pero ellos mismos te pueden decir que también soy severo cuando son irresponsables. No es asÃ, ¿Esteban? –éste sólo sonrió con sarcasmo y miró a otro lado—. Qué dices, ¿aceptas apegarte a las normas de esta casa? –Daniel asintió, y con voz queda, contestó:
—SÃ, señor.
—¿Tendrá parte en la herencia? –preguntó Esteban de repente.
—Mis hijos son tú y Diana, Esteban.
—Ah, bueno –contestó el adolescente poniéndose en pie, como si eso hubiese sido lo único que le importara—. No es más que un recogido, entonces. Bien. No tengo que preocuparme. No hay mucha diferencia entre tú y un criado, ¿verdad? –Daniel lo miró sin decir nada, pero sà que se le ocurrÃan un par de cosas para echarle en cara.
Sólo en diez minutos lo habÃa conocido hasta el fondo, pero por respeto a Jorge se mordió la lengua.
Esteban salió de la sala, y Jorge no hizo nada por detenerlo. Cuando se quedaron los tres, miró a Diana esperando que ella tuviera un mejor comportamiento. Ella le sonrió tranquilizándolo.
—Parece que no te resfriaste –le dijo a Daniel, y éste la miró un poco sorprendido.
—Ah… no. Soy fuerte.
—Eso parece. Me alegra. ¿Le diste la habitación de invitados, papá?
—SÃ. ¿Estás conforme, Daniel? ¿Quieres cambiar algo de tu habitación? –su nueva habitación era tan grande como toda su antigua casa. TenÃa su propio baño, su propio ordenador y un mueble que podrÃa llenar de libros de gusto personal. Sonrió.
—No le cambiarÃa nada.
—Bien, me alegra.
—No sé si me presenté antes –dijo ella extendiéndole la mano—; yo soy Diana. Es un gusto conocerte—. Él extendió la suya y se la estrechó, extrañamente feliz de poder tomarla. Por lo general, los sirvientes no le daban la mano a los señores de la casa. Tal vez, por una vez en su vida, él ya no estaba por debajo de nadie.
—No te vayas, Daniel –le pidió Jorge cuando Diana salió también y los dejó solos. Daniel volvió a sentarse en el borde del mueble, y Jorge se preguntó si acaso se sentÃa más cómodo asÃ. También Sandra se sentaba de esa manera en los muebles de esta casa. Era como si temiesen que los pillaran en falta por usar los muebles de la sala—. Quiero dejar algunas cosas claras antes de que empieces tu vida aqu×. Siguió.
Daniel tragó saliva y esperó. Cuando Jorge vio que el chico no lo atacaba a preguntas, sonrió.
—Es verdad todo lo que dije, por si dudabas.
—No dudo, señor.
—Para ti, soy Jorge. Tal vez te cueste un poco, pero llámame por mi nombre—. Daniel asintió, pero no dijo nada. Jorge respiró profundo y se puso en pie—. Hice un trato con tu madre –siguió, y caminó hacia un mueble donde habÃan dispuestas diferentes botellas de licor y se sirvió un poco—. Ella me pidió que cuidara de ti hasta que te hicieras mayor. Faltan unos pocos años para eso, pero yo quiero proponerte otra cosa –Daniel lo miró atento—. Quiero que trabajes para mÃ. Por tu madre, sé que estás acostumbrado a estudiar y trabajar al tiempo. No quiero que te desempeñes en las tareas que antes hacÃas, ni que estés holgazán en tu tiempo libre. Quiero ver de qué eres capaz.
—¿Dónde trabajarÃa?
—En mi empresa. Soy el presidente y socio mayoritario del Grupo Empresarial Alcázar. Una de mis dependencias son las tiendas Awsome—. Daniel elevó sus cejas admirado. ConocÃa las tiendas, aunque sólo una vez habÃa entrado allà para comprarle un perfume a su madre—. Quiero que me prometas que de aquà en adelante me obedecerás en todo. No importa qué. Por muy absurdo que te parezca, por raro o impositivo, me obedecerás.
—Espero no tener que matar a nadie –Jorge sonrió.
—No, no tendrás que matar a nadie, ni alguna otra cosa que parezca o sea ilegal. Sólo serán tareas que necesito que desempeñes. Y una de esas tareas empieza hoy. Necesito que ayudes a Esteban a entrar a Harvard.
—¿Qué?
—Es un estudiante muy regular. Es listo, pero indisciplinado. Si le ayudas a entrar, tú también estás dentro.
—Señor… ni siquiera estoy seguro de que pueda entrar yo, ¿cómo puedo ayudar a otro?
—Por eso deberás esforzarte y dar lo mejor de ti.
—¿Y por qué Harvard? ¿Por qué no otra universidad?
—Porque Harvard es la mejor. Por eso. ¿Aceptas el trato? –Daniel lo miró arrugando su frente. Como si pudiera decir que no, pensó.
—Y si logramos entrar a Harvard, y nos graduamos… ¿seré libre? ¿O tendré una enorme deuda que pagarle a usted? –Jorge sonrió otra vez. El chico no era fácil de pelar.
—SÃ. Tendrás una deuda que deberás pagar con más trabajo.
—Me lo imaginé.
—Pero ya no serán trabajos de baja categorÃa, eso te lo garantizo.
—¿Cuándo se considerará saldada esa deuda?
—Cuando yo lo diga, y no antes.
—¿Y si decide que seré su esclavo toda la vida?
—Te estoy dando la oportunidad de tu vida: vives en una mansión, quizá estudies en una de las mejores universidades del planeta, y tendrás empleo garantizado luego de que te gradúes. ¿Llamas a eso esclavitud? ¿Sabes cuántos desearÃan estar en tu lugar ahora?
—Tengo ambiciones, pero las ambiciones no serÃan eso si no consigo lo que quiero por mà mismo.
—Ah, no te equivoques, no te regalaré nada. Todo tendrás que pagarlo. Pero ya que veo que estás inquieto con respecto a tu libertad, tu trato terminará el dÃa que yo muera y alguien con la sangre Alcázar pueda liderar mis empresas.
—Eso pueden hacerlo Diana o Esteban.
—Tal vez. ¿Trato? –preguntó Jorge extendiendo su mano. Daniel lo miró por un segundo. Por un lado, pensó que este anciano estaba haciendo un trato con un adolescente. Esto no era legal en ningún estado, que él supiera. Y, por otro lado, él tenÃa razón, era la oportunidad de su vida. HabÃa estado muy preocupado por su futuro antes. Ahora tal vez no serÃa fácil, pero tenÃa opciones.
—Trato –respondió él tomando la mano y estrechándola. Jorge lo miró y sonrió entre orgulloso y aliviado. Todo iba por buen camino.