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EN MEDIO

Capítulo 6

Me cubrí la boca con una mano, tratando de contener el temblor que me subía por el pecho. Lo que acababa de escuchar no era solo un secreto… era una verdad que podía romperlo todo. Felipe siempre había adorado a Edward, como ese tío cómplice que todos quisiéramos tener, pero en el fondo, siempre miró a Liam con los ojos de un hijo que idolatra a su padre.

—¡No digas eso! Me lo habrías contado… te conozco. No habrías guardado algo así —la voz de Edward estaba cargada de una angustia que dolía.

Muchas veces me había confesado su deseo de ser padre. En esos momentos en los que se desnudaba por completo —no el cuerpo, sino el alma—, yo podía ver que lo tenía todo para ser un buen papá.

—Es cierto… necesitamos hablar esto tú y yo. Es importante que lo sepas.

Su conversación se cortó de golpe. Escuché los pasos de la familia subiendo las escaleras y el eco de las voces acercándose.

Felipe fue el primero en hablar.

—¿Han visto a Sara? No ha bajado.

Me arreglé la ropa con rapidez, como si alisar la blusa pudiera ocultar los nudos que tenía en el estómago. Salí del cuarto con una sonrisa tensa que ni siquiera intenté disimular. La cara de Margarita se desfiguró en un segundo; su piel se volvió pálida como si acabara de ver un fantasma. Supo de inmediato que yo había escuchado.

—Estaba en el baño —dije con voz firme.

Felipe me recibió con un beso cargado de emoción. No cerré los ojos. No podía. Mi mirada se quedó fija en Edward, que me observaba con el ceño fruncido y una mezcla de rabia y miedo mal disimulados.

Volvimos al comedor. El ambiente estaba espeso, como si el aire se hubiera llenado de preguntas sin respuesta. Edward y Margarita no dejaban de mirarnos. Él seguía en shock.

—¿Cuándo será la boda? —preguntó Clara, forzando una sonrisa que no le llegó a los ojos.

—En un mes —respondió Felipe, sonriendo como si nada.

—¡Eso no va a pasar! —bramó Liam, golpeando la mesa con fuerza.

El silencio que siguió fue brutal.

Felipe frunció el ceño y miró a su padre sin parpadear.

—Cálmate. Era solo una broma.

—Con esto no se bromea —Liam no bajó la voz ni un poco—. Un año. Eso es lo que se necesita. Que el escándalo de Luciana se enfríe y podamos planear una boda que esté a la altura de este apellido.

—¿Un año? —Felipe se llevó una mano a la frente, incrédulo—. Es absurdo. Amo a Sara. Y ella me ama a mí. No hay razón para esperar tanto… ¿cierto, tío?

Todos giraron la cabeza hacia Edward, esperando su apoyo. Pero él solo carraspeó y suspiró.

—Tu padre no está tan equivocado. Las cosas importantes necesitan tiempo. Y si ella realmente te ama… eso no va a cambiar.

Las miradas se clavaron en mí, como si mi respuesta pudiera inclinar la balanza.

Tragué saliva y le tomé la mano a Felipe. Sentí su pulso agitado.

—Seis meses suena justo —dije, fingiendo una broma que apenas me salió—. Así todos ganamos.

Margarita asintió de inmediato, como si necesitara aferrarse a algo.

—Seis meses es perfecto. En diciembre… serás la esposa de Felipe.

La cena se acabó después de eso, pero para mí, ya estaba terminada desde mucho antes. Solo quería irme, meterme en mi cuarto y no pensar. Pero entonces Margarita me detuvo con una excusa que no podía sonar más fingida.

—¿Me ayudas con el café? Las chicas están ocupadas…

Tenía cinco empleadas. Nadie se lo creyó. Pero igual la seguí.

Entramos a la cocina y cerró la puerta con disimulo. Me miró fijamente, con una mezcla de miedo y súplica.

—¿Escuchaste algo?

Sus ojos me buscaron, esperando tal vez consuelo. O tal vez, silencio.

—¿Escuchar? ¿Qué cosa? —dije, sin inmutarme.

Fingí demencia. Aunque por dentro, todo se mis manos temblorosas me delataban

—Las mujeres de clase social alta, de familias como la mia, deben mantener la boca cerrada, en ello radica el poder.

Margarita me entrego la charola de café, su mirada solo me decía "se lo que escuchaste"

Salí de allí y luego de un par de minutos, le pedí a Felipe llevarme a casa, necesitaba descansar.

—No puedes llevarla —Edward intervino —Bebiste demasiado, no es bueno que manejes, yo la llevo.

—No es necesario, yo puedo pedir un taxi de aplicaciones o algún chófer puede llevarme

—No hay choferes, deja que Edward te lleve —Margarita muy seguramente pensaba que Edward me intimidaria con su secreto.

Intenté negarme, no quería que el supiera mucho más de lo que hoy se había descubierto, pero cedí a la presión de grupo.

Clara suspiró enojada, pero Margarita con hipocresía le pidió que se quedará con ellos en casa.

El viaje en su deportivo fue rápido, Edward no me dijo mucho, y la verdad no quise empezar el tema de conversación.

Se detuvo frente a mi edificio, el ya sabía donde vivía, a pesar de mis intentos de evitar que supiera mi identidad.

—Gracias por traerme

Intenté abrir la puerta, pero coloco el seguro y arranco.

—¿Que estás haciendo? Déjame bajar —le pedí asustada con los ojos abiertos, pero él no dijo nada.

Me llevo a un lugar apartada, una especie de mirador, ya que podía ver las luces de la ciudad

Me tomo del cuello y me besó con intensidad, con ese afán desesperado de mis labios.

Me deje llevar y me subí encima suyo colocando mi trasero sobre el volante, baje el cierre mientras el con destreza subía mi vestido hasta la cintura.

Empecé a moverme encima de él, en un abrir y cerrar de ojos, estaba desnuda sintiéndome libre de ser suya de nuevo, ¿Porque el me hacia sentir así?

Al terminar me recosté en su pecho fornido y lleno de bellos, debajo de ese traje elegante había un hombre varonil y fuerte, solo así recordé que no usamos protección, esto no podía pasar de nuevo.

—¿Que piensas de lo que Margarita dijo? —lo mire a los ojos

—No lo sé, Quizás es una artimaña, no sé que busca —el tema le dolía, le incomodaba.

—¿Quieres contarme tu historia? —Me acomode en sus brazos y el me dió un beso en la frente.

—Tu siempre serás mi verduga y mi confesora.

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