




SECRETOS
Capítulo 5
Sentí que el aire se me escapaba de los pulmones, Todo se volvió borroso por un instante y tuve que aferrarme a alguien. Felipe, rápido como siempre, me rodeó con sus brazos por la cintura, impidiendo que me desplomara en medio de esa sala repleta de personas que hablaban despreocupados
—¿Mi amor? ¿Qué tienes? —su voz tembló con una preocupación tan sincera que me apretó el corazón.
No podía mirarlo. Mis ojos se encontraron con los de Edward, que me observaba con esa maldita sonrisa ladina, la misma que conocía tan bien.
Esa ceja alzada como si pudiera leerme. Como si supiera que mi mundo acababa de tambalearse por el.
—Estoy... cansada —murmuré, tratando de sostenerme en la mentira más débil del mundo.
—Si quieres, te llevo a recostarte un rato —insistió Felipe, acariciándome la mejilla con los dedos. Su voz era ternura pura, y yo no merecía tanta dulzura.
—Quizás necesita que la acuesten —intervino Edward con tono burlón. Su mirada recorrió mi cuerpo con esa intensidad que me desnudaba el alma
Tomé una copa de agua de una bandeja cercana. Necesitaba volver a respirar antes de que mis emociones me traicionaran frente a todos.
Felipe acaricio mi vientre con ternura, susurrando algo sobre un posible heredero Mackenzie.
Edward tensó la mandíbula. Lo vi, conocia su juego de posesión y si, quizás estaba Celoso.
—Mucho gusto... Sara —dijo Edward y cuando tomó mi mano, su beso fue lento, cargado de esa tensión existente entre los dos. La corriente eléctrica entre ambos fue inmediata.
Nosotros lo sentiamos, éramos uno solo desde hace mucho.
Había una regla de oro. No mezclar mundos. Y la rompimos. En ese segundo. En ese roce, la rompimos.
Lo que alguna vez fue un misterio para él ahora tenía nombre. Sara. Ya no era una fantasía sin rostro. Era la mujer de carne y hueso que estaba comprometida con su sobrino.
Para mí, ese misterioso Mr M, se había convertido en un hombre aún más prohibido.
Una mujer se acercó a Edward. Su presencia no era impactante. Vestido amplio, maquillaje apenas visible, cabello tirante hacia atrás. A su lado, yo me sentía brillante. Pero su mirada segura me dejó helada.
—Mucho gusto. Me han hablado mucho de ti. Creo que eres la primera en cautivar de verdad a la familia Mckenzie —dijo, tomando el brazo de Edward con familiaridad.
La verdad cayó como un cubo de agua fría.
—Ella es Clara, la esposa de mi tío Edward —anunció Felipe con una sonrisa inocente.
Y mi mundo se tambaleó de nuevo.
Sabía que existía la posibilidad. Pero imaginarla no era lo mismo que verla. Clara no se parecía a ninguna de las mujeres que habían pasado por Edward, No era joven, ni deslumbrante. No era... yo.
Margarita anunció la cena y nos sentamos todos a la mesa. Yo fingía una calma que no tenía. Felipe me apretó la mano bajo el mantel.
—Ya ves lo que te dije... No es un honor ser una Mckenzie
—Vamos a crear nuestra propia familia, la que siempre hemos soñado —le respondí con una sonrisa que escondía el caos dentro de mí.
Pero el pasado es un veneno que se cuela por las rendijas. Y Edward era mi veneno favorito.
Perdida en mis pensamientos, ni noté cuando se sentó a mi lado. Sentí su mano sobre mi muslo, subiendo con lentitud. El vestido era ligero, y su caricia era todo menos inocente.
Intenté mirar a Felipe, No podía devolverle la mirada a Edward, Pero su mano seguía ascendiendo, desafiando mi voluntad.
Mi piel ardía. Mi corazón golpeaba tan fuerte que temí que todos pudieran oírlo. Intenté apartarlo, pero me resistí. Y al final, cedí. Porque era Edward, el era el dueño de mi cuerpo, lo conocía más que nadie.
Llegó a mi feminidad, se detuvo creo que esperando mi aprobación
—Sigue —susurré, cubriéndome la boca con la servilleta.
Sus dedos se movieron con una habilidad que hacía que todo desapareciera. Solo él y yo existíamos bajo esa mesa. Mis manos se aferraron al mantel. Mis piernas temblaban. Estaba a punto de...
—¿Te sientes bien? Estás sudando —preguntó Margarita, pasándome una servilleta.
Todos voltearon a verme. Quise desaparecer.
—Con permiso —me levanté con torpeza y subí a la habitación que dispuesieron para mí.
No podía hacerlo. Felipe no merecía esto. Ningún hombre merecía ser traicionado de esa manera.
Edward apareció minutos después. Golpeó la puerta y la cerró tras él con seguro.
—Tienes que cancelar esta boda. Ahora mismo.
—No voy a hacerlo. Y si dices algo, contaré lo de tus amantes, tus secretos. Los nuestros —le refute
— ¿Recuerdas las noches en la playa? —Su voz bajó, su cuerpo se acercó al mío y mis defensas se evaporaron —Tu y yo compartimos la cama, esos secretos de los que hablas.
—Ya no importa, Edward. Voy a casarme con Felipe, Tú tienes a Clara.
—Tú eres mía —susurró, atrapándome contra la pared.
No pude resistirme. Sus labios encontraron mi cuello, y todo en mí gritó que estaba mal, pero no hice nada para detenerlo.
Nos perdimos. En el deseo, en el pasado. En lo que nunca dejamos ir.
Entrelace mis piernas en sus caderas, mientras el me quitaba la pantaleta rompiéndola, con desesperación bajo su cierre.
Fue rápido, odiaba que fuera así, nos gustaba ir despacio y disfrutar de las sensaciones, pero hicimos el amor a toda prisa.
El me subía y me bajaba, yo me deslizaba en su virilidad y para callar mi gemido mordí su hombro.
Respiramos recuperando el aliento.
—Esto no puede continuar —negue con los ojos llenos de lágrimas
—Te quiero conmigo —me tomo de la cintura —Deja a Felipe.
—Y yo... voy a terminar con Felipe
El sonrió, me dijo un beso pero lo aleje
— Pero no por ti. Por él. Porque no merece a una mujer como yo. Pero tampoco quiero seguir siendo "tu otra". Se acabó, Edward
Me abrazó como si con eso pudiera retenerme. Pero no podía. No esta vez.
Me quedaré unos días. Luego desapareceré de esta familia. Para siempre.
—Tenemos que hablar —me suplico
—Dejame sola, por favor.
Edward salió, y escuché voces en el pasillo. Me acerqué a la puerta apenas entreabierta.
Era Margarita, Discutía con él.
—¡¿Error?! ¿Lo nuestro fue eso, un error? —decía ella.
—Por tu culpa mi padre murió sin perdonarme. Por tu culpa traicioné a mi hermano. Pensé que m
e amabas. Me equivoqué —le contradijo el bastante molesto
—Yo sí te amaba... ¡Felipe es tu hijo! —grito Margarita