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NERVIOSA

Capítulo 3

Los papeles tiemblan entre mis dedos, sigo incrédula de que esto esté pasando.

Mi nombre, impreso en documentos oficiales. En cuentas bancarias que parecen salidas de una película. En títulos de propiedad que jamás habría imaginado tocar.

—¿Qué es esto? —susurro incrédula.

Todo lo que soñé está ahí. En papel. Lo que tantas veces imaginé cuando contaba monedas para pagar una habitación húmeda. Cuando me acostaba sin cenar porque ni para una galleta me alcanzaba. Ahora lo tengo frente a mí pero el costo era demasiado.

—El señor Roger la nombró como heredera hace unas semanas —dice el abogado frío—. Me pidió que todo fuera confidencial. Temía que, si moría asesinado, usted fuera considerada sospechosa.

No puedo evitar mirar otra vez los documentos. Roger confió en mí. Me quiso. A su manera quiso protegerme.

Una lágrima se me escapaba. Me la limpio rápido.

—No puedo aceptar esto… —susurro.

Sé que debería. Que cualquier persona en mi lugar lo haría sin pensarlo. Pero ese dinero huele a peligro, personas estarían dispuestas a matarme por ese dinero manchado de sangre.

—Él tenía un hijo… Diego. Creo que ese dinero debería ser suyo —le sugerí al abogado.

—Roger fue claro. Usted es la heredera. Su relación con Diego era distante.

El abogado me observa con detenimiento. Estoy casi segura que sabe a qué me dedico, me siento incómoda y quiero cerrar la puerta

—No me siento segura —digo, buscando excusas —. ¿Y si vienen por mí?

—Tiene protección, Nadie sabrá que es usted. Aunque entiendo que su vida actual… no facilitaría las cosas.

Levanta una ceja. Su mirada se desliza sin pudor a mis piernas. Y yo, por instinto, bajo la falda.

Estoy tan cansada de esas miradas. De que crean que me pueden leer con una ojeada.

—¿A qué se refiere?

—Fui el hombre de confianza de Roger. Sé quién era usted para él. yo podría darle protección a cambio de...

Las palabras se me clavan en la piel. Me esfuerzo por mantener la expresión neutra, pero por dentro estoy furiosa. ¿Quién se cree que es para decirme esto?

—¿Qué tengo que hacer para recibir el dinero? —pregunto, en un tono evidentemente molesto.

—Hay una cláusula. No puede tener hijos durante los próximos tres años. Si se cumple, la herencia será completamente suya.

Tres años.

Tres años en los que tendría que vivir con esa amenaza en mis espaldas, suspiro.

—Entonces… solo el tiempo dirá si seré o no heredera.

No quiero seguir hablando. Le pido que se vaya. Necesito estar sola. Este día ha sido demasiado, y ya no tengo fuerza para sostener ni un vaso de agua.

—Si necesita protección —dice antes de salir —Roger me pidió cuidarla.

—Gracias, abogado, pero no necesito que nadie me cuide, puedo hacerlo sola.

Cierro la puerta y me quedo un momento apoyada contra ella, con los ojos cerrados. El silencio me envuelve y por fin puedo respirar.

Me sumerjo en la tina con esencias que Roger me trajo de uno de sus viajes.

Roger está muerto. Mr M ya no forma parte de mi vida. Y ahora esto, una herencia que no sé si quiero o si me merezco.

Mi vida es un caos.

A la mañana siguiente, Felipe aparece con una sonrisa tímida y un desayuno improvisado. Después de varios días sin vernos.

—Te noto rara —dice, tomándome la mano—. Como si tu cabeza estuviera en otro planeta.

Sonrío fingiendo tranquilidad.

—Son los nervios. Pronto empiezan los preparativos de la boda, conoceré a tu familia, quiero que todo salga perfecto.

No le digo que no lo amo, porque nunca lo he amado, solo veo en él la promesa de una vida sin sobresaltos, necesito estabilidad, en este momento, él es mi única salida.

—La familia Mckenzie debería sentirse presionada por ti —dice con ternura —. Vas a entrar en nuestro mundo pero no es tan cálido como tú.

Me acaricia la mejilla con tanta dulzura que por un segundo me siento mal por todo lo que oculto.

—Mi madre organizó un cóctel. Vendrán mis tíos, primos… todos querrán conocerte. Y yo estaré feliz de tenerte a mi lado.

—Felipe… hay algo de lo que no hemos hablado —digo, con la voz apenas audible—. Los hijos.

—Eso está claro, ¿no? Si vamos a casarnos, es para formar una familia. Tengo que darle un heredero a papá. Y es el deseo de mi abuelo también.

Trago saliva. Siento que cada palabra me encierra un poco más.

—¿En cuánto tiempo?

—Un año. Después de casarnos. Quiero disfrutar ese primer año, pero no más.

No puedo decirle que eso rompería la cláusula, que tener un hijo es renunciar a la única oportunidad que tengo de cuidar el legado de Roger.

Me quedo callada. No solo por eso. También porque odio ese lado controlador de Felipe, Siempre tiene un plan. Siempre decide por los dos.

—¡Felicidades a la pareja! —se escucha a lo lejos.

Mi cuerpo se tensa antes de ver a Lucíana, la mujer se había ido a Inglaterra después de terminar con el.

Felipe pone los ojos en blanco.

—¿Qué haces aquí?

—Solo vine a ver a tu nueva joya —responde, mirándome con desdén—. Esa mujer que te robó de mí.

—Ella tiene nombre —dice Felipe, firme—. Sara. Y pronto será mi esposa.

Lucíana me observa de arriba abajo, como si intentara encontrar alguna falla.

—Una trepadora. Eso es lo que es.

Y sin más, agarra un jugo de la mesa y lo lanza sobre mi. El vestido se mancha al instante.

—¡¿Estás loca?! —grito, apartándome de ella.

—Vamos, pégame. Las de tu clase siempre arreglan las cosas así.

Respiro hondo.

—¿Las de mi clase? Bellas, inteligentes, respetuosas y que tienen al hombre que aman a sus pies.

Beso a Felipe, disfruto de sus celos, por intentar humillarme.

Luciana intenta lanzarse sobre mí, pero la detienen

sus amigas. Se la llevan entre gritos y amenazas.

—Te juro que voy a quitarte la máscara —escupe antes de desaparecer.

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