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Punzadas en el pecho

León se acomodó la ropa sin decir palabra, su respiración aún desordenada. Yo hice lo mismo, con las piernas aún temblorosas, los labios hinchados y el cuello ardiendo por sus besos. Él sacó su pañuelo de lino blanco, con sus iniciales bordadas, y me lo acercó sin mirarme directamente.

—Estás… —mur...