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Capítulo 5

No sabía cuántas veces había caminado de un lado al otro por ese pasillo, pero cada paso sentía que me apretaba más el pecho. El olor a desinfectante, las luces blancas, las miradas preocupadas… Todo me asfixiaba.

Max apareció sin hacer ruido y me envolvió en un abrazo que no esperaba. Por primera vez, no sentí ganas de apartarlo. Estaba agotada. No físicamente, sino emocionalmente. Y, aunque nos pasábamos la vida discutiendo, ese abrazo me sostuvo justo cuando sentía que me rompía.

—¿Estás bien? ¿El bebé…? —preguntó con una voz que no reconocí al principio. Había en sus ojos un brillo distinto, algo que nunca le había visto. No estaba siendo el típico Max que todo lo tomaba a la ligera.

Entonces los pasos de Laura irrumpieron como una tormenta. Venía desde la universidad, y por su cara, supe que ya sabía todo. Seguro los del servicio le contaron.

—¡Esto es por tu culpa! —gritó, levantando la mano como si fuera a pegarme. Me quedé helada, sin fuerzas para defenderme.

Pero Max la detuvo. Sujetó su brazo en el aire, firme, sin violencia, pero con decisión.

Las dos nos quedamos en shock. Yo apenas pude abrir los ojos, sorprendida por su gesto. Él, que siempre se metía donde no debía, esta vez… me protegía.

—¡Mi papá está aquí por tu culpa! —insistió Laura, negándose a enfrentar lo que en realidad le dolía.

—No es culpa de nadie. Pudo pasarle a cualquiera —dijo Max, con el ceño fruncido—. Si no vienes a ayudar, mejor vete.

Se paró entre las dos, cubriéndome con el cuerpo como si fuera su deber hacerlo. Laura lo miró con una mezcla de rabia y tristeza. Sus ojos se humedecieron. Y en ese instante, me dolió. Porque era mi hermana. Porque, aunque me atacara, también estaba herida.

—Mi amor, gracias por acompañarme en este momento —intentó acercarse a Max, con la urgencia de un beso para reafirmar que era suyo.

Él fue gentil, pero la apartó sin darle lugar. Y sin decir nada más, yo entendí que no era momento de estar ahí. Me alejé, subí hasta el balcón buscando aire, un poco de calma. El cielo estaba despejado, pero mi mente, no.

Pensé en Daniel. En lo diferente que se sentía todo con él. Con su amor no había ruido ni miedo. Solo paz. Y ahora… paz era justo lo que no tenía.

Max llegó minutos después, con un té helado en la mano. Mi favorito. No pregunté cómo lo sabía. No quise saber. Quizás fue suerte, o tal vez… no, el no.

—No juegues con mi hermana —le solté sin mirarlo—. Ella no es como las demás. Sé un caballero, al menos por una vez.

—Nunca le prometí nada —respondió tranquilo—. Laura es una gran mujer, pero ahora mis prioridades cambiaron.

Nuestros ojos se encontraron, y por un segundo, el mundo se silenció. Fue extraño… porque en esa mirada no había burla, ni ego. Había algo más.

—Mi sobrino —dijo, y colocó su mano con suavidad sobre mi vientre.

Me giré, sintiendo cómo el rubor se apoderaba de mis mejillas. Recordé todo lo que decían las chicas en el club… que con una sola mirada, Max podía dejarte sin aliento. Y no estaban tan equivocadas.

—Voy a cuidar de él, pero no necesito casarme contigo para eso —aclaré, sin apartarme.

—Sé que eres fuerte. Siempre lo has sido. Pero sabes cómo es la gente. No quiero eso para él. No quiero que lo señalen como me señalaron a mí.

Lo miré. Todos conocíamos su historia. El hijo bastardo de Boris. El que nunca fue suficiente. El que siempre cargó con la etiqueta que le pusieron sin preguntar.

Y ahora… yo también llevaba un bebé en mi vientre. Uno que nació del amor, pero no del matrimonio. Qué irónica puede ser la vida.

—No quiero ensuciar la memoria de Daniel. Él fue… fue todo lo que estuvo bien en mi vida —susurré, sintiendo cómo las palabras se me quedaban atoradas en la garganta.

Max no dijo nada. Solo asintió y se fue. Me quedé en el balcón, abrazando el silencio un poco más. Hasta que vi a Laura acercarse, con los ojos llenos de tristeza o de enojo. A estas alturas, ya no podía distinguirlo.

—¿Por qué siempre me quitas lo que quiero? —Laura me enfrentó con los ojos brillando de rabia, como si el dolor le ardiera por dentro.

—Yo no te quité nada. No voy a casarme con Max, así que déjame tranquila.

Intenté marcharme. Lo necesitaba. Mi cabeza latía al ritmo de mi enojo. Pero sus manos me frenaron, se aferró a mis brazos con una fuerza desesperada.

—Estoy harta de vivir bajo tu sombra. Siempre me toca conformarme con lo que dejas tirado.

Su voz temblaba, no de miedo, sino de furia contenida. Y, aunque sabía que ella había sido un juego para Max como tantas ltras, entendí que su orgullo estaba herido.

—Ya te lo dije, Max no me importa. Nunca ha sido mío, y tampoco quiero que lo sea. Y si de algo sirve, él es el único por el que hemos tenido este tipo de discusiones.

Me zafé de su agarre y caminé hacia el pasillo, con la cabeza ardiéndome de impotencia. Estaba decidida. Iría a buscar a Max y le dejaría claro que sus líos no iban conmigo.

Pero entonces, la voz de Laura me alcanzó por la espalda. Gritó.

—¿Sabías que fue Daniel quien me quitó la virginidad?

El mundo se detuvo.

Sentí el aire espeso, irrespirable. Me giré, y ahí estaba ella. Firme, cruel.

—¿Qué acabas de decir?

—Daniel venía a mi cuarto por las noches. Me hacía el amor porque me deseaba de una forma que tú jamás vas a entender.

Su confesión me cayó como un golpe seco en el pecho. El aire me abandonó. Quise negar, aferrarme a alguna mentira piadosa, pero solo pude temblar.

No supe si fue el impacto, el dolor o el cansancio... pero mis piernas fallaron.

Todo se volvió negro.

Cuando abrí los ojos, sentí el leve peso de alguien a mis pies. Max. Dormía ahí, con el ceño fruncido, como si el sueño no lo alcanzara del todo.

Estaba en una camilla. El olor a desinfectante y las luces blancas me confirmaron que no era una pesadilla.

El médico entró y Max se levantó de inmediato, tomándome la mano. La aparté sin pensarlo.

—Tienes que cuidarte —dijo el doctor con tono firme pero sereno—. No puedes seguir acumulando tanto estrés. Es peligroso.

Mis ojos se abrieron de golpe.

—¿Qué está diciendo? ¿Nuestro bebé está en riesgo? —Max exhaló como si llevara minutos sin respirar.

—Mi bebé —corregí, sintiendo el enojo escalarme por la garganta.

El médico asintió, sin entrar en disputas

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—Sí. Si no comienzas a cuidar tu salud emocional, es muy probable que no llegues a término.

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