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Capítulo 3

El corazón se me detuvo al ver ese resultado. Positivo. Otra vez, no podía ser verdad, no quería que lo fuera, y tomé otra prueba, de otra marca. La misma respuesta. Positivo. No conforme, fui por una tercera. El mismo destino.

Me rompí. El nudo en la garganta se soltó y lloré. Ya no podía seguir negándolo. Estaba embarazada.

Esa noche mágica, esa despedida en la que le entregué todo a la persona que más amaba, había dejado algo en mí. Una parte de él, pero nadie lo entendería. Nadie iba a ver en este embarazo un acto de amor. Solo verían lo que les convenía: el error, la vergüenza, el qué dirán.

Yo era la hija perfecta de los Madrigal. La que no podía equivocarse. La que tenía un camino prometedor, ya escrito, donde un hijo de un novio muerto no tenía lugar.

Salí de la habitación con el estómago hecho un nudo. Tenía que deshacerme de esas pruebas antes de que alguien, sobre todo mi hermana, las encontrara.

El escándalo sería inevitable. Todo tenía que hacerse con cuidado, con inteligencia. Ese bebé era mi mayor tesoro pero para el mundo sería una desgracia.

Era tarde. Me puse un abrigo largo, cubriéndome lo mejor posible. Nadie debía verme. Con la cabeza baja, salí al jardín. Mis piernas temblaban como si fueran de gelatina. No tenía idea de cómo iba a enfrentar a mi padre. Nunca me había sentido tan sola, tan expuesta.

Estaba tan metida en mis pensamientos que no vi a la persona frente a mí. Tropecé y caí. Las pruebas volaron por el suelo. Me lancé por ellas con desesperación pero alguien se me adelantó.

—¿Esto es verdad? —La voz de Max me congeló, sostenía una de las pruebas con la mano temblorosa.

—No es asunto tuyo, no quiero que me digas a nadie —dije, apretando la mandíbula.

Me ofreció su mano para ayudarme a levantar.

—Si ese bebé es de mi hermano... No puedes hacer esto sola, solo responde —sus ojos verdes se clavaron en los míos—. ¿Estás embarazada de Daniel?

Me quedé muda, mi corazón latía con rapidez, suspire sin responder lo que era lógico.

—Claro que es de él. mi pregunta es estúpida —murmuró mientras me acariciaba la mejilla con una ternura algo que no esperaba de él —Laufa me contó lo de esa noche.

Me quedé paralizada. No podía creer que Laura contará mi intimidad, ahora tenía que confiar mi secreto a Max, el hombre que más detestaba en la tierra.

—No le digas a nadie. Si mi familia se entera —las lágrimas salian de mis ojos — no estoy lista para enfrentar todo esto, sabes que me señalarán.

—No voy a decir nada —prometió, pero su expresión era preocupada —. Aunque sabes que no podrás ocultarlo por mucho tiempo.

Asentí en silencio. Sabía que tenía razón.

—Este bebé... es lo único que me queda de Daniel. Es la prueba de que lo nuestro fue real —mi voz se quebró.

—Daniel no merece tus lágrimas, no era el hombre que tú crees —dijo sin rodeos—. No merecía tu amor.

—¡Cállate! —le grité, sintiendo cómo la rabia me quemaba la piel—. No te atrevas a manchar su nombre. Él fue todo para mí. ¡Todo!

—Era mi hermano, pero no era un santo. Tenía amantes, secretos...

—¡Mentira! —le solté una bofetada antes de que pudiera seguir.

Me miró sin inmutarse, pero sus ojos mostraban algo más que enojo. Culpabilidad. ¿O tal vez tristeza?

—No voy a permitir que destruyas su recuerdo —susurré, con la voz rota.

Él me tomó del brazo, con fuerza, y dejó marcada su huella en mi piel, me miraba los labios, casi acercándose para besarme.

—Suéltame —le di una patada y salí corriendo, encerrándome en mi habitación. El pecho me dolía. No solo por lo que me dijo... sino por la duda que, aunque me resistía, había sembrado dentro de mí.

A la mañana siguiente

Paola vino a verme. Mi mejor amiga, mi confidente. Estaba de regreso de su viaje y me lancé a sus brazos.

—¿Y ahora qué piensas hacer? —me preguntó, con esa mirada seria que solo saca cuando sabe que todo está mal.

—Tener a mi bebé —respondí, firme—. No pienso deshacerme de él. Me iré del país, buscaré un trabajo, ejerceré mi carrera. Sé que mi padre no querrá verme, y la élite social me va a cerrar todas las puertas pero puedo con eso.

—Max lo sabe, ¿verdad?

—Sí. Me dijo cosas horribles de Daniel —Negue con la cabeza —Que me engañaba...

—¿Qué? ¿Con quién? —preguntó de inmediato, abrió los ojos sorprendida.

—No lo dejé seguir. Es una mentira más. Todos saben que Max siempre le tuvo celos. Incluso muerto, no puede respetarlo.

Paola asintió, pero la note más nerviosa de lo normal.

Los días pasaron. Intenté ocultar mi embarazo lo mejor posible. Mi padre regreso y mantuve el perfil más bajo que pude.

Pero llegó una invitación. Una fiesta organizada por la empresa de Boris. No quería ir. Pero mi padre lo exigió. La invitación venía directamente de mi exsuegro. Rechazarla sería una ofensa.

Me vestí de negro. Aún de luto. Era mi forma de seguir con él. De mantenerlo vivo en mí. El negro ya no era solo un color; era mi armadura.

Boris se alegró al verme. Me presentó como su protegida frente a hombres importantes. Max, como siempre, estaba rodeado de chicas. Jugando al seductor. Ellas lo miraban como si fuera un príncipe. Yo era la única que conocía al verdadero Max, el patán.

Laura no le quitaba los ojos de encima. Definitivamente estaba enamorada de él, Si era así, estaba en problemas, el nunca la tomaría enserio.

La noche se volvió pesada. Un dolor punzante en la cabeza me hizo tambalear. Sentí que me desvanecía. Max apareció justo cuando mis piernas flaqueaban.

—No me digas que "Diablito" ya te está molestando —susurró en mi oído con una sonrisa burlona.

—Déjame en paz... —alcancé a decir antes de perder el equilibrio.

Mi visión de nublo y perdí el sentido.

Desperté en la clínica.

Mi padre estaba a mi lado, Su rostro tenso, cruzado de brazo, ya no tenía escape.

El médico entró.

—Está baja de peso y tiene anemia. El embarazo es de riesgo. Debe cuidarse —dijo, sin más, y se fue.

Me senté, con la mirada perdida. El llanto se me escapó sin permiso. Mi padre se acercó... y me dio una bofetada que me dejó ardiendo el rostro.

—¿Cómo pudiste?

—Lo amaba. Me entregué a él por amor. Este bebé es parte de ese amor —susurré, tratando de encontrar algo de comprensión.

—No esperes que te entendamos. Ese bebé va a destruir tu reputación... y la nuestra —mi padre habló con una mezcla de decepción y rabia —. Los muchachos interesados en ti saldrán corriendo cuando sepan esto.

—Basta de dramas —Laura habló, con frialdad—. Todos sabemos lo que hay que hacer con ese bebé.

—No pienso perderlo. Es mi hijo. Y es mi decisión —dije, con voz firme.

En ese momento, Boris y Max entraron.

—Nadie va a tocar a mi nieto —declaró Oliver con furia en los ojos.

—Boris eres mi amigo, pero es mi h

ija quién saldrá perjudicada —Intervino mi padre.

—No será así mi señor —Intervino Max, —yo me casaré con su hija.

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