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CAPÍTULO 1.
Narra Bianca Madrigal
Tenía el corazón acelerado. Me miré una última vez en el espejo, alisando el vestido que me costó horas elegir en aquella tienda de la Quinta Avenida. Era mi cumpleaños número veinte… pero no uno cualquiera. Este era especial.
—Te están esperando, ya llegó Daniel —anunció mi nana, golpeando con suavidad la puerta.
Sentí un cosquilleo recorrerme de pies a cabeza. Daniel. Mi novio, el amor de mi vida había llegado.
Los primeros minutos de la fiesta pasaron como en una película: saludos, sonrisas, copas de champán... hasta que todo se detuvo.
—Sí, acepto —susurré sin pensar, con la voz temblando de emoción.
Daniel se arrodilló frente a mí, con una cajita en la mano y un anillo que brillaba tanto como mis ojos en ese momento. Me estaba proponiendo matrimonio, ahí, frente a todos.
No puedo describir exactamente lo que sentí. Era como si el mundo se detuviera solo para nosotros dos.
Mi padre me abrazó con fuerza, y al instante, Boris Linares, el padre de Daniel, apareció para felicitarlo con una sonrisa.
No era ningún secreto: para nuestros padres nuestra unión no solo era amor, era un acuerdo perfecto entre dos familias de élite. Una alianza poderosa. Conveniente y fría.
Pero yo no pensaba en eso. Solo podía ver a Daniel, su mirada dulce, sus manos cálidas entre las mías, nuestro amor era real.
—Ven, salgamos un momento —me dijo, llevándome al jardín, lejos del ruido, de las miradas y los brindis.
La noche estaba templada, el aire olía a rosas y a pasto recién cortado.
—Te amo —me dijo con esa voz que siempre lograba desarmarme—. Mañana tengo que viajar a España por un asunto de negocios, pero quería pedirte esto hoy. Asegurar lo nuestro.
Me besó con intensidad, con ese tipo de beso que te hace olvidar dónde estás. Me rodeó con fuerza por la cintura, y yo me dejé llevar. Sus labios bajaron y sus manos empezaron a tocar mis senos mientras sentía la dureza en sus pantalones.
Gemi, empecé a sentir mi feminidad húmeda.
—Espera... aún no —le pedí, separándome un poco.
No habíamos llegado a ese momento. Y aunque lo deseaba con todo mi ser, había algo más fuerte dentro de mí: las lecciones insesantes de mi madre sobre lo importante de la virginidad.
Daniel suspiró, pero no se molestó. Sonrió y me acarició la mejilla con ternura. Lo amaba también por eso. Por ser paciente, por respetar mi decisión
—Preciosa… yo…
Nuestra conversación fue interrumpida por un ruido en el salón, fuimos de inmediato.
Y entonces lo vi.
Max Linares. El hermano mayor de Daniel, estaba borracho, haciendo un escándalo con uno de los meseros.
—¡Te pedí otro whisky! —gritaba lanzando la charola de los tragos.
Mi cuerpo se tensó.
—Te dije que no estaba invitado —le dije a Daniel, tratando de mantener la calma Pero furiosa por su presencia.
Siempre que discutíamos era por Max. Él era la única sombra sobre lo que teníamos.
Su hermano era la oveja negra de los Linares, un hombre que solo vivía de escándalo en escándalo, con una reputación de mujeriego y perdedor.
—Lo siento… lo invité yo. Quería que me apoyara hoy.
Daniel fue hacia él. Max, tambaleante, se acercó a mí con los ojos brillantes y un aliento que olía horrorosamente a alcohol.
—Te vas a llevar al mejor de los Linares —soltó, abrazándome sin mi permiso.
—Llévatelo. Ya arruinó mi noche —le dije, apartándolo de un empujón antes de subir a mi habitación.
Estaba furiosa.
Los Madrigal nunca nos habíamos visto envueltos en escándalos. Nuestro apellido era sinónimo de respeto, discreción y todo por culpa de Max Linares nos metimos en un escándalo.
Mi papá dio por terminada la fiesta unos minutos después. No me sorprendió. Lo conozco demasiado bien, y sé cuánto le molesta que lo señalen, aunque no tenga la culpa.
Baje el cierre del vestido que apenas había usado un par de horas, con un suspiro, sintiendo cómo la rabia seguía quemándome por dentro. Traté de calmarme mirando el anillo que llevaba en la mano, pero no funcionó. Mi pecho seguía latiendo con fuerza, lleno de emociones que no lograba ordenar.
Un golpecito en la ventana me hizo girar. Era Daniel.
—Mi amor... —susurró mientras entraba con cuidado—. Vine a pedirte perdón. No pensé que mi hermano fuera capaz de algo así.
No necesitaba más palabras. Lo abracé y lo besé solo me importaba el
—Mañana te vas de viaje. No quiero pelear —dije en voz baja, con la frente apoyada en su pecho.
Sus ojos me miraron con ese brillo que siempre me desarmaba, el mismo que me enamoró desde la primera vez. Me rodeó con sus brazos, me acercó aún más, y nos volvimos a besar.
—Tengo que irme —murmuró, apoyando su frente contra la mía.
—¿Por qué? —susurré, aferrándome a él. No quería soltarlo. No cuando sabía que pasaría semanas sin verlo.
—Porque no podré resistirme. Estás tan hermosa... —me besó de nuevo, con esos labios que sabian a frambuesa.
Por primera vez, no quise pensar. Ni en lo correcto, ni en lo que esperarían los demás. Solo en lo que yo deseaba.
Di un paso atrás. Dejé que el vestido se deslizara por mi cuerpo hasta caer al suelo. Me quedé frente a él, temblando un poco, vestida solo con mi ropa interior.
—No voy a detenerte —le dije, con la voz apenas firme.
Sonrió, caminó hacia mí y caímos en la cama. Bajo sus besos por mi abdomen, llegando a mi feminidad, su lengua me derrumbo, la manera en la que me empape al sentir ese contacto fue suficiente para empezar a gemir.
—¿Estás lista preciosa? —subio sus besos y se quedó un rato en mis senos, metiendolos en su boca, mientras de mi escapaba jadeos
—Si mi amor, tómame
Agarro mi mano y la puso sobre su miembro erecto, nunca había tocado uno, fui torpe, Pero lo masturbe con suavidad.
Gruñía, movía su cadera
—Lo haré ahora
Abrió mis piernas, yo espere ansiosa mientras lentamente entraba en mi, lance un grito y tuve que cubrirme con la almohada para no ser escuchada.
—Me duele
—Relajate, después no querrás parar.
Los besos y las caricias hicieron el momento menos tenso, empecé a mover mi cadera mientras el continuaba.
Agarre las sabanas con fuerzas y sentir como mi feminidad se contraia, el gruño y se derramo en mi.
Después, nos quedamos abrazados. Él besaba mi cuello mientras yo trataba de grabarme cada segundo.
—Debo irme —susurró de nuevo.
Pero yo ya estaba rendida. Le di un beso suave en los labios y me dejé caer en el sueño.
Desperté tarde. Muy tarde. Me duché con calma, todavía nerviosa pero completa, Mis manos se detuvieron en mis curvas.
Salí de la habitación secándome el cabello, hasta que los gritos desde el salón me congelaron.
Bajé corriendo las escaleras, con el corazón golpeando en el pecho. En la puerta estaban Max, su padre... y el mío.
—¿Qué haces aquí? —le solté a Max, sin filtro—. Si viniste a disculparte, está bien, pero no quiero verte cerca.
—No vinieron por eso, hija —dijo mi papá con los ojos llenos de lágrimas.
Todo se detuvo.
—¿Qué p
asa? —pregunté, sintiendo cómo la sangre me abandonaba el rostro.
—El avión de Daniel... tuvo un accidente. No hubo sobrevivientes.