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CULPA AJENA

CAPÍTULO 5 — CULPA AJENA

No sé en qué momento crucé esa línea, solo sé que actué sin pensarlo, con el corazón en la garganta y el instinto de proteger que aún por Fernando, por proteger a a mi hermana y el legado de mi familia, aunque no fuera mi culpa, acepte que yo era la amante de Luciano.

—¡Traidora!

Los gritos llegaron primero, después las cosas volando hacia mí. Rostros conocidos llenos de odio. No reaccioné. Solo levanté las manos para cubrirme mientras sentía cómo el mundo se me venía encima. Fernando fue quien se interpuso, protegiéndome con su cuerpo sin dudarlo. Siempre tan él, siempre tan noble, pero en su ojos podía ver la manera triste y decepcionada en la que me veía.

Luciano, tambaleándose por el alcohol, intentó acercarse. No llegó muy lejos. Tropezó con sus propios pies y cayó pesadamente al suelo. El golpe resonó, seco, duro, como un presagio de lo que estaba pasando y perdió el conocimiento.

Mi padre no lo pensó. Tomó la espada de Fernando, y con las manos temblando por la furia, se acercó con la mirada nublada por la rabia. No era él... o tal vez sí lo era, solo que ahora lo veía sin filtros.

—¡Maldito lobo! Tenías que ser un sangre sucia para manchar lo más importante para mí —escupió con un rencor que me hizo estremecer.

Fernando logró detenerlo, sujetándole el brazo con firmeza.

—¡Agustín, no! No puedes hacer esto. Si le haces daño a un Alfa, tu familia quedará marcada para siempre.

—¿No lo entiendes? —le gruñó, con la voz rota, girándose hacia mí—. ¡Mi hija ya destruyó el apellido Baldrich al convertirse en la ramera de un Alfa de sangre sucia!

El golpe me tomó por sorpresa. Me ardió la mejilla, me ardió el alma. Caí al suelo, pero no lloré. Mis ojos buscaron a Alexa, esperando que hiciera algo, que dijera algo… pero no. Se quedó quieta como congelada. Sabía que esto no era mío, que esa culpa le pertenecía a ella, pero se aferró a mi padre, lo abrazó, como si de verdad fuera la víctima en esta historia.

Y yo fui encerrada de inmediato en mi habitación, . Sin voz o posibilidad de defensa, mientras lobos ancianos tomaban decisión sobre mi futuro, el castigo que me esperaba.

A Luciano lo metieron en la habitación de al lado. Teníamos que esperar a que se le pasara la borrachera. Al parecer, hasta su versión de los hechos importaba más que la mía.

A la mañana siguiente, Alexa apareció con una bandeja de comida. Su cara mostraba preocupación, pero sus ojos estaban llenos de angustia

—Tienes que seguir con esto. Tienes que convencer a Luciano también.

—¿Seguir con esto? ¿En serio? —le respondí sin poder disimular el temblor en mi voz—. Acabo de perderlo todo, Alexa. Todo. Y ni siquiera es mi culpa.

El silencio de mi padre, la decepción en los ojos de Fernando, el desprecio de todos… dolía, dolía como nunca antes. Y era una condena que ni siquiera me pertenecía, cuando la recibí entendi que había cometido el peor de los errores.

—¡Nadie te va a creer! —soltó un grito, con desesperación—. Si hablas, vas a hundirnos a las dos. Vas a matar a papá del disgusto. Vas a destruir lo poco que queda. Incluso Fernando, lo sabes perfectamente, su reputación de Alfa está en tus manos.

Me agarró de los brazos, me empujó, temblando de rabia. Tenía miedo, sí. Pero también sabía que me estaba usando para cubrir su error.

—La luna del Alfa es sagrada —murmuré, sintiendo cómo el peso de esas palabras se hundía en mí como un ancla—. Y tú eres esa luna… no yo y deberías ser valiente, decir lo que sucedió.

—¡Exacto! Soy la luna ¿Que crees que piensen cuando se enteren que la Luna de Escarlata era amante del Alfa de Graymoom?

Suspire, era un golpe que hundía a la manada, y Fernando sufriría, el amor de mi vida sufriría.

—¿Que planeas entonces? Sabes que me pueden desterrar, incluso pueden matarme por ser la amante de un Alfa enemigo —temble, esa posibilidad estaba servida y no era tan valiente como pensaba.

—Tengo un plan —dijo tras unos segundos, tragando saliva, con la voz más firme—. Ya hablé con algunos ancianos y con Fernando, Puedo conseguirte el perdón, pero... hay una condición.

La forma en que me miró me hizo saber que no me iba a gustar lo que venía.

—¿Que estás planeando hermana? —abri los ojos esperando el golpe que vendría de ella.

—Tienes que casarte con Luciano.

Negué sin pensarlo. Lo que me proponía era absurdo. No quería estar cerca de Luciano. Lo detestaba con cada fibra de mi cuerpo. Lo mismo que a los lobos de su manada, nos habían enseñado desde niñas a odiar a los Graymoon, y yo había aprendido bien esa lección.

—Aunque dijera que sí, tú sabes mejor que nadie que él vino por ti… no por mí —solté, con un nudo en la garganta que disimulé con un tono seco.

—Necesito que hables con él. —Su voz no tembló—. Ninguno de los dos saldrá de aquí con vida si no cumplen el trato.

Me dolía ver esta cara de mi hermana, entregando lo que sentía por él solo para sostener su papel frente a los demás. Nunca imaginé que fuera capaz de tanto.

Me llevó hasta la habitación donde estaba Luciano. El lobo dormía, ajeno a todo, su respiración pesada y su ceño fruncido como si incluso en sueños siguiera peleando. Cuando cerró la puerta, el silencio se volvió denso.

Me acerqué con un vaso de agua en la mano y se lo lancé con la intención de despertarlo. Luciano abrió los ojos de golpe. Estaba despeinado, con la mirada algo perdida, pero el brillo de su rabia no tardó en aparecer.

—¿Por qué dijiste eso? —espetó con los dientes apretados—. ¡Tenía que detener esa maldita boda!

—Eres un sangre sucia —disparé sin pensarlo, sin filtro, como si me protegiera con esas palabras—. Mi hermana está destinada a ser la Luna de una manada poderosa.

No pensaba ceder. No frente a él.

—¡Me largo de aquí! —gruñó incorporándose de un salto—. Pero no sin ella.

—¡Déjala! —dije, casi en un susurro. Sentí la garganta cerrarse—. Tú… tú tienes que casarte conmigo.

No pude sostenerle la mirada. Bajé la vista, tragándome el orgullo. No había mayor humillación para una Baldrich que rogarle algo a un enemigo.

Luciano soltó una carcajada seca y cruel antes de sujetarme del brazo.

—¿Sabes qué? Vas a quedarte sola. Más te vale encontrar a algún imbécil que te crea, pero no seré yo.

—¡No entiendes nada! —me solté con fuerza—. Nunca vas a entender por qué lo hago. Porque no sabes lo que es amar a alguien de verdad.

La discusión apenas comenzaba cuando la puerta se abrió de golpe. Fernando apareció con el rostro desencajado por la furia. Sin dudar, desenvainó su espada y la apoyó contra el cuello de Luciano.

—¿¡Cómo te atreves a romper las reglas de mi manada!?

—¡Déjalo!

—intervine, poniendo el cuerpo entre ellos—. Solo… estábamos hablando de nuestra boda.

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