




SALVAJE
Capítulo 4 — Salvaje
Me levanté de la mesa sin pensarlo. Nadie se dio cuenta; todos estaban demasiado ocupados. Caminé hasta Luciano, lo tomé del brazo y lo arrastré conmigo hasta el baño de visitas. Cerré la puerta detrás de nosotros.
—¿Se va a casar? —me pregunto
Luciano apretó los dientes. La rabia vibraba en su voz
—Por eso le pedí que se mantuviera lejos de mi hermana. Alexa no puede cambiar lo que es. Está destinada a Fernando. Será su Luna... la de toda esta manada.
Le pedí que esperara en mi habitación. Necesitaba unos minutos. Tenía que hablar con Alexa.
La encontré despidiéndose de Fernando en el pasillo. Su expresión era triunfal pero no de felicidad, la jale y la lleve a mi habitación.
Cuando entré de nuevo a la habitación, Luciano estaba furioso. Su rostro ardía de ira contenida.
—¿Cuándo pensabas decirme lo de la boda? —rugió con la voz cargada de decepción.
—Mi amor, no es lo que piensas. Fue decisión de mi padre. Yo… yo te amo.
Él se acercó a ella. Le sostuvo el rostro entre las manos y la besó.
—No lo hagas —susurró contra sus labios—. Me perteneces… tu cuerpo lo sabe, tu alma también.
Alexa cerró los ojos, como si sus palabras la rompieran por dentro.
—Sal de aquí —me dijo en voz baja—. Quiero estar sola con él.
No quise intervenir. Salí sin decir una palabra y me encerré en la habitación de al lado. La escena que acababa de presenciar... esa lucha por aferrarse al amor… me hizo replantearme todo. Tal vez había sido demasiado dura con ellos.
Me quedé dormida. En algún momento de la madrugada, escuché la puerta abrirse. Alexa entró, despeinada, con la mirada perdida.
—¿Y ahora qué? ¿Vas a huir con él? —mi voz ya no sonaba dura, solo comprensiva, Quería dejar de pelear con ella, por una vez, estar de su lado.
Alexa bajó la mirada. Por primera vez, vi lágrimas deslizándose por sus mejillas.
—Le dije que lo haría. Que me escaparía con él el día de la boda... pero no sé si puedo.
Suspiré y me acerqué a tomarle las manos. No era una decisión fácil. Lo sabía. Alexa se arriesgaba al desprecio, a romper con todo lo que conocía. Incluso mi padre… incluso yo, tendríamos que aceptar las consecuencias de su decisión.
Pero si eso era lo que de verdad la haría feliz, tal vez… era yo quien debía ceder.
—Te apoyaré —le dije en voz baja.
Ella me abrazó. Un abrazo tembloroso, pero lleno de algo real. Tal vez era la primera vez que teníamos un momento como hermanas. Uno de verdad.
Los días pasaron tan rápido que apenas tuve tiempo de pensar. Todos corrían de un lado a otro, preparando la boda. Y cuando menos lo esperamos, ya estaba ahí.
El plan era simple: Luciano esperaría a Alexa junto al viejo árbol, cruzarían la frontera de la manada y no mirarían atrás. Yo debía distraer a la gente, aprovechar el caos de los invitados y hacerles ganar tiempo. Nada complicado. Solo arriesgado.
Cuando llegó el momento, ayudé a Alexa a bajar por las escaleras. Llevaba puesto su vestido de novia; era la única forma de no levantar sospechas.
—Vamos por aquí. Hay un caballo esperándote en las caballerizas —le susurré, con el corazón latiendo demasiado fuerte.
Avanzamos a paso rápido, cuidando cada movimiento. Alexa no dejaba de sonreír. Estaba nerviosa, pero feliz. Y, a pesar de todo lo que habíamos vivido, seguía siendo mi hermana. Mi sangre. Y su felicidad también era parte de la mía.
Pero al llegar a la entrada del establo, todo se detuvo.
Nos quedamos paralizadas, Fernando estaba allí fumando un cigarrillo.
—¿Qué hacen aquí? —su voz sonó suave. Tenía esa sonrisa que solía usar cuando quería ocultar lo nervioso que estaba. Se acercó a ella y le dio un beso —. Es mala suerte ver a la novia antes de la boda.
—Lo sé… —respondió ella, bajando la mirada mientras sonreía con timidez—. Solo necesitaba salir a caminar un poco. Estoy tan nerviosa.
Yo no podía decir ni una palabra. Las manos me temblaban y el pecho me latía con fuerza.
—Amor —dijo Fernando, buscando en el interior de su saco—. No sé cuánto tiempo tendremos después, así que quería darte esto ahora. Es tu regalo de bodas.
Sacó una pequeña caja de terciopelo azul oscuro. Al abrirla, la luz hizo brillar la gargantilla más hermosa que había visto. Alexa se quedó sin aliento.
—¿Qué es esto? —preguntó, tocándola con cuidado.
—Es la gargantilla de la manada. Perteneció a mi madre, Es una de las joyas más valiosas de la region sur.
Alexa lo miró unos segundos, con los ojos llenos de emoción y luego lo besó. No fue un beso suave. Fue intenso.
Y en ese instante, supe que algo dentro de ella había cambiado. Lo supe incluso antes de que me tomara de la mano y me llevara de vuelta a la habitación.
—¿Qué estás haciendo? No entiendo —murmuré, confundida.
—Ese gesto de Fernando… me hizo darme cuenta de algo. De que él es mi destino —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Yo… lo amo. Lo amo a él. No a Luciano.
Tragué saliva, tenía que respetar su decisión.
—Entonces dime qué necesitas que haga.
—Quiero que le digas a los ancianos que estamos listos. y luego búsca a Luciano y que elegí a Fernando.
Asentí. Tal vez no era lo que yo habría hecho, pero era la mejor decisión.
La boda comenzó. Todos los ojos estaban puestos en ellos: Alexa y Fernando, tomados de la mano, jurándose amor. Y mientras ellos sellaban su destino, yo me escabullí.
Tenía que encontrar a Luciano.
Cuando me vio, su expresión se endureció. La sonrisa que tenía, ddesapareció.
—¿Dónde está? —su voz era apenas un hilo.
—Ella tomo una decisión —dije en voz baja—. Alexa es ahora la esposa de Fernando… la nueva Luna de la manada Escarlata. El es su maye
Luciano apretó los puños. El brillo de sus ojos cambió. Dio un paso hacia atrás… y luego golpeó con toda su fuerza un árbol cercano. El tronco crujió y cayó, sacudiendo el suelo.
—¡No voy a permitir que jueguen conmigo! —rugió, desapareció entre los árboles.
Volví a la ceremonia con un nudo en la garganta.
Una lágrima solitaria se deslizó por mi mejilla, ya eran esposos.
La celebración continuó. Mañana sería mi turno. Mañana tomaría mis votos como guardiana. Así que decidí perderme en la música, en las risas, en la ilusión de una noche que parecía perfecta.
Con el pasar de las horas, Un grito cortó el aire y la tranquilidad de la manada.
—¡Vengo por mi loba! ¡Ella es mía! ¡Siempre lo ha sido! —Luciano irrumpió en el lugar, tambaleándose, con la mirada perdida estaba ebrio.
Fernando se adelantó, con los ojos sorprendidos.
—¿Qué haces aquí, Alfa de Graymoon? —gruñó.
—¡Vengo por mi loba! —insistió, furioso.
—¿De qué loba hablas? —Gernando mantuvo la calma.
Alexa me miró. Yo la miré a ella. Todos esperaban
ese nombre
Así que di un paso al frente.
—Habla de mí —dije, con la voz firme—.El y yo nos hemos visto a escondidas.