




EL RIVAL
CAPÍTULO 2 — El Rival
Nuestros ojos se encontraron. Él estaba ahí, con esa presencia arrolladora, Un lobo fuerte, no apartó la mirada. Tampoco yo.
—¡Aléjate de mi hermana! —grité, cruzando la distancia entre nosotros sin pensarlo. Mi mano voló directo a su rostro, y el golpe resonó. La sangre apareció enseguida. Las puntas del anillo que llevaba habían cortado su piel.
Giró hacia mí con los ojos encendidos de furia, y me sujetó con fuerza por los brazos.
—Alexa es mía. Solo mía —gruñó, su voz estaba cargada de rabia.
Me aferré al poco coraje que me quedaba para no bajar la mirada. No le daría el gusto. Pero su forma de mirarme… esos ojos azules eran un peligro.
Detrás de nosotros, Alexa se acomodaba el vestido a toda prisa. En segundos, se interpuso entre los dos.
—Mi amor, vete. Yo me encargo —susurró, y lo besó. Fue un beso largo. Intenso. Más profundo de lo que vi entre ella y Fernando.
Él la miró por última vez y luego me lanzó una advertencia.
—Esta es la última vez que una loba de la manada Escarlata me toca en mi territorio.
Se fue sin mirar atrás. Yo, en cambio, tomé a Alexa del brazo con fuerza. No entendía cómo no veía el desastre que estaba a punto de causar con su imprudencia.
—¿Estás loca? —rugi, mi voz quebrada por la angustia—. ¿Sabes lo que va a pasar si esto llega a oídos de los ancianos? ¿O de Fernando?
Mi hermana se soltó de mi agarre, furiosa.
—¡No puedes decirme nada! —exclamo con un tono que me heló la sangre—. Estás celosa porque Fernando me eligió a mí. Porque Luciano se muere por mí. Porque tú jamás harás que un lobo te desee.
Sus palabras me atravesaron como cuchillas. Me quedé en silencio, tragando el nudo que me apretaba la garganta. No quería llorar. Así que me di la vuelta y empecé a caminar, alejándome.
—¡Espera, Regina! ¡Hablemos! —gritó detrás de mí, esta vez con una voz más suave, sin ese veneno.
Me giré despacio.
—¿Hablar de qué? ¿De cómo pusiste en peligro todo lo que hemos logrado? ¿De lo cerca que estamos de una guerra por tu capricho?
—Si dices algo… mi padre sufrirá. Y Fernando romperá nuestro lazo. No solo arruinaría mi vida, también su honor. Lo sabes.
Y lo sabía. Aunque deseara que Fernando viera quién era ella en realidad… hablar solo traería desgracia a nuestra manada y a quienes yo quería.
—Termina con ese sangre sucia, y no diré nada.
Alexa me tomó de las manos, con sus ojos suplicantes por primera vez en su vida
—Te lo juro… Voy a luchar contra lo que siento. No sé qué me hizo, pero voy a dejarlo.
Asentí. No porque le creyera del todo, sino porque necesitaba creer que aún podía evitarse lo peor.
Esa noche, al regresar a casa, me juré que iba a olvidarlo y pasaría la página.
Pero cuando cerré los ojos, la imagen de ese lobo volvió a mí. Su cuerpo desnudo, su fuerza, su forma de mirarme. Tragué saliva. Jamás había visto a un lobo así. Me cubrí la cara con las manos. No debía pensar en él.
Y sin embargo… ahí estaba. Deseando que, alguna vez, Fernando me viera con esos ojos. Que me deseara, me tomara entre sus brazos sin miedo.
Los días pasaron....
Me mantuve alerta, vigilando a Alexa para asegurarme de que no escapara. Como siempre, era yo quien recogía la correspondencia para nuestro padre. esa mañana, entre todas las cartas, una en particular me hizo frenar.
El sello en el sobre me heló la sangre.
Mi estimado señor,
Deseo pedir la mano de su hija Alexa en matrimonio. Si usted me concede ese honor, estoy dispuesto a sellar una tregua con la manada Escarlata.
Firma: Luciano Santorini.
Guardé la carta rápidamente en la cintura de mi vestido. Subí las escaleras y encontré a Alexa peinándose frente al espejo.
—¿Te sigues viendo con él? —le recrimine lanzando la carta sobre su tocador—. ¿Qué es esto?
Sus ojos brillaron y sonrió.
—No lo sé… Tal vez me quiere más de lo que pensé.
—¡Tienes que decidir! —golpeé la mesa con rabia—. Fernando o ese lobo.
Ella se levantó con una sonrisa fría.
—¿Crees que voy a dejarte el camino libre? Fernando es el líder de la manada más poderosa del sur. Tiene oro, tiene respeto. Luciano… solo es el Alfa de un montón de Omegas de sangre sucia.
La forma en que hablaba me revolvía el estómago. Solo pensaba en ella. En lo que ganaba. En lo que perdía. En su ego.
No le respondí. Solo la miré con el corazón latiendo fuerte. Y con la voz más firme que pude reunir, le dije:
—Aléjate de él. Porque si no lo haces… no volveré a callar, necesito que me das más información.
Alexa suspiro enojada.
La noche había caído
Fernando llegó a casa buscando a mi hermana, pero fue a mí a quien enviaron para recibirlo.
Parecía que se burlaran de mi dolor.
Inspiré hondo antes de bajar las escaleras. Fingí una sonrisa, de esas que duelen más por dentro que por fuera, y le di un beso en la mejilla.
—Vine a hablar con tu padre —dijo en cuanto me vio—. Quiero organizar una cena en tu honor. Sé que... opacé tus cumpleaños y mereces celebrar que tu loba despertara en cualquier momento
Siempre había sido atento conmigo. Caballeroso. Quise rechazar su gesto, decirle que no hacía falta, pero con él todo era difícil de negar. Especialmente cuando me miraba con esa mezcla de ternura y culpa.
Caminamos por el jardín en silencio, hasta que sus dedos buscaron los míos. Y ahí estaba otra vez, esa dulzura que me hacia temblar.
—No tienes idea de lo feliz que soy —susurró, apretando un poco más mi mano—. Alexa es... todo lo que soñé. Siento que, ahora que la tengo, podría morirme si no la tengo a mi lado.
Tragué el nudo que se formó en mi garganta.
—Ella será tu esposa. Y tú... tú serás feliz —murmuré, rodeándolo con los brazos por última vez. Me despedí así, abrazando lo que ya no era mío.
Alexa salió poco después. Bastó con ver el brillo en los ojos de Fernando para entenderlo. Nunca me perteneció. Ni siquiera un poquito.
Subí a mi habitación y me puse una capa negra. Alexa me había confiado los detalles de sus encuentros con Luciano. Y yo tenía que hablar con él. Tenía que dejarle claro lo que ella sentía... y lo que yo no iba a permitir.
Me escabullí en la oscuridad del bosque, siguiendo el camino que mi hermana había descrito. El árbol estaba allí, imponente, como un guardián de su relación. Y él también estaba allí, caminando de un lado a otro, inquieto.
Ni siquiera alcancé a quitarme la capa cuando se giró de golpe y vino hacia mí con paso decidido. Me tomó de los brazos, sus ojos brillaban con desesperación
.
—¿Por qué no habías venido, mi amor?
Y antes de que pudiera decir una palabra, me besó.
Mi primer beso.