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Capitulo 6

El día siguiente fue una mezcla de tensión y desconcierto para Amelia. A pesar de las palabras de Sebastián, a pesar de la promesa implícita de lo que podría ocurrir entre ellos, aún se sentía atrapada entre la razón y el deseo. La oficina se convirtió en un campo de batalla interno donde cada mirada que compartía con él, cada conversación aparentemente trivial, la acercaba más a un precipicio del que no sabía si podría retroceder.

Amelia estaba en su escritorio, revisando documentos con la mente en otro lugar. Cada vez que escuchaba pasos acercarse a su oficina, su estómago se revolvía. Sabía que Sebastián estaba cerca, lo sentía. El aire se cargaba de una electricidad sutil, pero palpable. A veces, lo veía por el rabillo del ojo, observándola con esa mirada cargada de significado, como si supiera que todo lo que había entre ellos era solo cuestión de tiempo.

De repente, la puerta se abrió sin previo aviso. Amelia levantó la vista y allí estaba él, de pie en el umbral, con esa presencia que parecía ocupar todo el espacio.

—Amelia —dijo Sebastián, su voz grave y cargada de una tensión apenas contenida—. Tengo una propuesta para ti.

Ella levantó una ceja, sin apartar la vista. Sabía que cuando Sebastián decía que tenía una propuesta, no era algo trivial. No se trataba solo de trabajo; lo que él le ofrecía siempre iba más allá de lo que la mayoría podía imaginar.

—¿De qué se trata? —preguntó, tratando de sonar indiferente, pero sin poder ocultar la inquietud en su voz.

Sebastián cerró la puerta tras de sí con un gesto calmado, pero firme, y dio unos pasos hacia su escritorio. Se apoyó en la mesa con las manos, observándola como si evaluara sus reacciones.

—Hace tiempo que vengo pensando en algo, Amelia —comenzó, sus palabras medidas, como si jugara a un juego cuyas reglas ella desconocía—. He estado viendo cómo trabajas, cómo te comportas. Eres capaz, inteligente, y sobre todo, tienes esa chispa... esa chispa que muchos aquí no tienen. Quiero que trabajes más cerca de mí.

Amelia frunció el ceño. La propuesta no la sorprendió, pero sí la dirección que tomaba. Sabía que Sebastián no hablaba solo de trabajo, no de la forma en que lo decía.

—¿Más cerca de ti? —repitió, con cautela—. ¿Qué quieres decir exactamente?

Él sonrió, y esa sonrisa, aunque sutil, tenía algo inquietante. Se acercó apenas unos centímetros, pero suficientes para que la tensión aumentara.

—Quiero que formes parte de mi equipo más cercano. Un puesto de confianza. Pero, Amelia, también quiero que dejes de resistirte. Lo que está entre nosotros... no es solo trabajo, ni una simple alianza profesional. Sabes que lo que hay aquí es más grande que todo eso.

El aire entre ellos se volvió denso, y Amelia sintió la incomodidad crecer dentro de ella. Sabía lo que insinuaba. Sabía que esperaba que la tentación de un puesto más cercano, de un poder directo sobre su futuro, la hiciera ceder.

—No sé si estoy lista para eso —dijo, más para sí misma que para él, pero Sebastián no pareció intimidado.

—No tienes que estar lista, Amelia —su voz suave, cargada de autoridad—. Solo tienes que aceptarlo. El deseo no espera que estemos listos. Y en este caso, tampoco lo hará.

Ella lo miró a los ojos, buscando algo que calmara su mente y cuerpo, pero sabía que no lo encontraría. Tenía razón: el deseo no se detenía ni pedía permiso. Aunque intentaba resistirse, algo en su interior pedía seguir adelante. La conexión entre ellos era demasiado fuerte, demasiado profunda para ignorarla.

Sebastián dio un paso más, lo suficiente para que Amelia sintiera su calor. Su respiración se volvió más audible, entrecortada, y su piel se erizó. Su cuerpo comenzaba a traicionarla, mientras la mente luchaba por hallar una salida. Pero algo en ella quería avanzar. No podía evitarlo.

—Te ofrezco lo que quieres —dijo Sebastián, tono más profundo, como promesas peligrosas—. Te ofrezco lo que siempre has soñado: poder, control y la oportunidad de estar a mi lado. Solo tienes que aceptar.

Amelia sabía que ese momento definiría el curso de su vida: su carrera, sus emociones, su independencia. Cada palabra, cada gesto de Sebastián la empujaban más allá de lo seguro, más allá de lo que creía correcto.

Pero no podía negar la atracción, el deseo incontrolable que se había despertado en ella. Cuando él la miró con esos ojos oscuros, profundos, como si leyera su alma, algo en ella cedió.

—¿Y qué pasa después? —preguntó, voz baja y vulnerable—. ¿Qué pasa cuando no haya más barreras entre nosotros?

Él la observó en silencio, como sopesando sus palabras y evaluando su disposición. Luego, su sonrisa volvió, cálida, pero con un toque misterioso.

—Lo que pase después depende de ti, Amelia. Si aceptas lo que te ofrezco, habrá consecuencias. Consecuencias que ambos tendremos que afrontar. Pero, en el fondo, sabes que no podrás resistirte.

Ella no respondió de inmediato. El tiempo pareció detenerse. Las palabras flotaban en el aire, llenas de promesas y advertencias. Sabía que su vida no volvería a ser la misma si decidía seguir ese camino. Pero la tentación era más fuerte que su miedo.

Finalmente, lo único que pudo hacer fue asentir lentamente, casi sin querer.

—Acepto —susurró.

Sebastián sonrió, pero no era una sonrisa cualquiera. Era la sonrisa de quien sabe que ha ganado la batalla, que consiguió lo que quería.

—Entonces, Amelia —dijo, mientras su mirada se volvía más intensa, más posesiva—. Comienza el verdadero juego.

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