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Capitulo 5

Amelia se despertó en la madrugada, con el sonido sordo de su corazón golpeando en el pecho. Su respiración era entrecortada, como si el sueño en el que había caído fuera aún más intenso que el beso de Sebastián. Una mezcla de emociones, deseos reprimidos y momentos incontrolables la mantenía atrapada. Se sentía como si hubiera cruzado una línea invisible, un umbral que jamás pensó atravesar.

En la quietud de la habitación, el silencio le permitió procesar lo ocurrido. El roce de sus labios, la cercanía de su cuerpo, la manera en que la sujetó, cómo sus manos recorrieron su piel... cada detalle la llevaba de vuelta a ese instante, a ese beso, a esa conexión que ardía dentro de ella.

—¿Qué estoy haciendo? —murmuró, su voz un susurro en la oscuridad.

Se levantó de la cama y caminó hacia la ventana. El aire frío de la madrugada la sacudió, pero el impacto de la noche anterior no se disipaba con facilidad. La velada con Sebastián había dejado su mente y emociones enredadas en una maraña. Quería huir, desaparecer, pero al mismo tiempo sentía un anhelo profundo por verlo, por tenerlo cerca de nuevo.

¿Qué significaba todo eso?

Aquel beso había sido solo el comienzo. Sebastián no era un hombre con quien conformarse con una simple aventura. Había algo más grande en juego, algo que Amelia no podía ignorar. Pero el miedo seguía latente: no podía permitirse perder el control, ni dejar que las emociones gobernaran sus decisiones. Su carrera, su independencia, su estabilidad —todo estaba en riesgo—. Y Sebastián... él no parecía dispuesto a detenerse.

Las palabras de Sebastián resonaron en su mente:

"Lo que está entre nosotros no es solo deseo. Es más que eso. Mucho más."

Cerró los ojos, sintiendo el peso de esa verdad oculta. No sabía si estaba lista para enfrentar lo que eso implicaba. Sebastián no era un hombre cualquiera; era una fuerza, una presencia dominante que no dejaba espacio para dudas ni inseguridades. Y, por alguna razón, eso la atraía.

La madrugada avanzaba y Amelia sabía que debía prepararse para el día. La idea de enfrentarse a él de nuevo, de lidiar con lo ocurrido, la ponía incómoda. ¿Podría mantener la profesionalidad después de lo que pasó? ¿Sería capaz de ignorar el deseo que aún ardía en su piel?

La respuesta era clara, aunque dolorosa: no podía.

Cuando llegó a la oficina, su mente estaba atrapada en un torbellino de emociones que no lograba disipar. El ascensor la llevó al piso 17, donde Sebastián la esperaba, como si nada hubiera cambiado. La relación entre ellos ya no podía mantenerse en secreto por mucho tiempo. El aire estaba cargado, vibrante, y sin palabras, ambos sabían que algo había sucedido la noche anterior, pero ninguno se atrevió a mencionarlo.

Sebastián estaba en su despacho, impecable como siempre, listo para devorar el mundo. Al verla entrar, levantó la mirada de sus papeles, pero su expresión no era la usual fría y calculadora; había algo más cálido, más intenso.

—Buenos días, Amelia —dijo, con voz suave y una intensidad que recorrió su columna.

—Buenos días, Sebastián —respondió ella, intentando mantener la compostura, aunque su voz tembló al pronunciar su nombre.

Él la observó un momento, con un destello de satisfacción en sus ojos. Sabía que no podían seguir ignorando lo ocurrido, pero también que no sería fácil para ella. Amelia tenía una coraza fuerte, y derribarla requeriría más que un beso.

—Te he estado esperando —sonrió ligeramente—. Tenemos mucho trabajo por hacer. Pero hay algo más que debemos discutir.

Amelia asintió, aunque el nudo en su estómago persistía. Sabía que esta conversación sería diferente a todas las anteriores.

Se sentó frente a su escritorio, manteniendo la distancia. La tensión era palpable. Sebastián no parecía dispuesto a dejarla escapar. En lugar de hablar del trabajo, se inclinó hacia adelante, apoyó las manos en la mesa, y la miró con esos ojos oscuros y penetrantes que la hicieron estremecer.

—Anoche fue solo el principio, Amelia —dijo sin rodeos—. Sé que lo sientes. Sé que lo deseas. Y sé que no puedes ignorarlo. No puedes seguir negando lo que hay entre nosotros.

Ella lo miró, tratando de mantener la calma, pero su cuerpo no podía esconder lo que sentía. Cada palabra la desnuda, despojándola de su autocontrol y defensas. ¿Cómo podía hacerla sentir tan débil y tan viva a la vez?

—Yo... no sé si estoy lista para esto —confesó finalmente—. Hay algo dentro de mí que grita que debería detenerme, que debería alejarme. Pero otra parte... desea más.

Sebastián no se movió, ni pareció molesto por su duda. Su mirada se suavizó y se acercó un poco más, hasta que Amelia sintió su presencia llenar la habitación.

—No tienes que estar lista —susurró—. Solo déjalo suceder. El deseo no pide permiso ni autorización. Simplemente surge, y cuando lo sientes, ya es demasiado tarde.

Con esas palabras, le dio la oportunidad de decidir. Sabía que no podía forzarla, pero tampoco podía ignorar la atracción que los unía. Amelia debía elegir si seguir adelante o cortar de raíz lo que nacía entre ellos.

Y aunque no lo admitiera, ya había cruzado el primer límite.

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