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Capitulo 4

Amelia apenas podía creer lo que acababa de suceder. La intensidad del beso la había dejado sin aliento, como si su mundo entero diera un giro inesperado. Su cuerpo aún ardía por la sensación de Sebastián, como si hubiera sido marcada por su toque, por su presencia. Había algo tan primitivo, tan instintivo en lo ocurrido, que no sabía si sentirse aterrada o excitada.

Sebastián se apartó con lentitud, sus ojos oscuros fijos en los de Amelia, como si esperara una reacción. Pero ella no sabía cómo responder. Por un instante, se sintió vulnerable, expuesta, y al mismo tiempo, algo profundo dentro de ella comenzaba a entender lo que acababa de pasar.

El deseo, ese deseo incontrolable, había emergido con fuerza, desbordando su capacidad para racionalizarlo. Sebastián no solo había invadido su espacio físico, sino también su mente. Y ahora, más que nunca, el límite entre lo que debía y lo que quería se había desvanecido.

—¿Por qué lo hiciste? —susurró Amelia, con la voz temblorosa, llena de incertidumbre. En su tono había una mezcla de confusión y excitación difícil de identificar.

Sin apartar la mirada, Sebastián sonrió suavemente. No era una sonrisa arrogante, sino una cargada de comprensión, como si supiera exactamente lo que ocurría en la mente de Amelia. Se inclinó un poco más, sin perder la cercanía, y sus palabras cayeron bajas, como una caricia:

—Porque no puedes seguir resistiéndote, Amelia. Lo sé, y tú también lo sabes. El deseo que compartimos no es algo que puedas controlar por mucho más tiempo. No es solo atracción física, es algo más profundo, más visceral.

Las palabras hicieron eco en la mente de Amelia. Sabía que debía mantenerse firme, pero su cuerpo decía otra cosa. La tensión entre ellos era imposible de ignorar, y la seguridad con la que él hablaba solo aumentaba su deseo.

Se levantó de su asiento y se acercó a la ventana de la oficina, buscando aire y espacio para pensar. Sus dedos tocaron el vidrio frío mientras miraba hacia afuera, tratando de calmar la respiración acelerada.

—¿Y ahora qué? —preguntó, casi hablándose a sí misma.

Sebastián no dio un paso atrás. Se acercó con paso decidido, y su sola presencia la dejó sin aliento. Cuando estuvo a su lado, rozó su hombro con una mano, suave pero firme.

—Ahora, Amelia, empieza lo que ambos sabemos que está por venir —dijo con voz suave, pero cargada de promesa peligrosa—. Te dije que lo sentirías, que no podrías resistir lo que pasa entre nosotros. Y no me equivoqué.

Ella cerró los ojos un instante, intentando controlar la tormenta de emociones que la invadía. Quería apartarse, huir, pero su cuerpo no quería. Deseaba lo que él ofrecía, y su mente ya no podía luchar contra esa verdad. Sebastián dominaba sus pensamientos, y sin querer, aceptó que lo deseaba más de lo que admitiría.

Él lo notó. Se acercó aún más, colocando sus manos en su cintura y acercándola a su cuerpo, dejando que sintiera el calor de su piel. Amelia, sorprendida por la proximidad, no se apartó. Su cuerpo parecía rendirse antes que su mente.

—No tienes que tener miedo de lo que sientes, Amelia —dijo con suavidad, sin perder el control—. El miedo solo te aleja de lo que realmente quieres. Yo no soy tu enemigo, ni alguien de quien debas huir. Soy lo que necesitas, aunque no quieras aceptarlo.

Ella lo miró por encima del hombro, buscando una señal en sus ojos, asegurándose de que sus palabras no eran solo un juego.

—¿Qué me estás diciendo? —preguntó, tensa—. ¿Qué quieres realmente de mí, Sebastián?

Él no respondió de inmediato. Sus manos recorrieron su cintura hasta atraerla más hacia él. Amelia sintió su respiración profunda mezclarse con la suya.

—Quiero que te entregues a esto, Amelia —su voz se volvió más grave, llena de deseo—. Quiero mostrarte lo que podemos ser juntos. No es un juego, ni una aventura. Lo que hay entre nosotros es real, y lo sabes.

El corazón de Amelia latió con fuerza. La idea de entregarse a él, de ceder a lo que sentía, era aterradora y excitante a la vez. Pero, ¿estaba lista para arriesgar su vida profesional, su independencia, por algo tan incierto y peligroso?

Sebastián pareció leer sus pensamientos. Su voz bajó hasta un susurro en su oído.

—No tienes que decidir ahora —dijo, sujetándola con firmeza y ternura—. Solo quiero que sepas que esto no es solo deseo. Es mucho más.

Sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo, Amelia se preguntó si alguna vez podría resistirse a lo que él le ofrecía. Sebastián no era solo un hombre atractivo y dominante; había algo en su mirada y en su forma de tratarla que la hacía sentirse viva como nunca.

La decisión ya no era si seguir con él, sino cuándo. Y aunque dudaba, la idea de lo que podrían ser juntos la consumía más de lo que admitiría.

Sebastián la miró, evaluando su reacción, y sin aviso, la besó de nuevo. Esta vez, el beso fue más profundo, más intenso. Amelia no pudo resistir la necesidad de corresponder. Sus manos comenzaron a explorar su cuerpo, recorriéndolo como si esperara ese momento toda su vida.

Aquel beso, cargado de deseo y urgencia, fue el punto de no retorno. En ese instante, Amelia supo que su vida jamás sería igual.

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