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Capitulo 3

Amelia no podía apartar la mirada de Sebastián. El aire entre ellos se había vuelto denso, cargado de una energía palpable, llena de promesas y peligros. La habitación, antes fría y profesional, ahora parecía un campo de batalla emocional donde las reglas que había seguido hasta ahora se desvanecían.

Sebastián se inclinó ligeramente hacia adelante, acercándose tanto que Amelia pudo percibir el suave aroma a madera y cuero que desprendía. El espacio entre ellos se redujo aún más, haciéndola sentir vulnerable como nunca antes. Un escalofrío recorrió su columna cuando su voz grave y controlada vibró en el aire:

—Sabes que esto no es solo por trabajo, Amelia.

La manera en que pronunció su nombre, tan cercano, tan íntimo, hizo que un calor inesperado se extendiera por todo su cuerpo.

Amelia tragó con dificultad, tratando de mantener la compostura. Caminaba sobre una cuerda floja: un movimiento en falso podría cambiarlo todo. Pero Sebastián era una fuerza imparable, un imán que no podía ignorar. En sus ojos había algo que la desarmaba, una mezcla de dominio y deseo que la hacía sentir pequeña y, a la vez, increíblemente viva.

—No sé de qué hablas —respondió, intentando sonar firme, aunque su voz tembló apenas. ¿Cómo podía hacer que todo en su vida profesional y personal desapareciera en un instante?

Sebastián sonrió sutilmente, como si leyera sus pensamientos, como si nada de lo que ella guardaba en la mente le fuera oculto.

—No mientas —dijo con suavidad, pero con autoridad implícita—. Sé que lo sientes. Y yo también.

Amelia, incapaz de responder, solo lo miró. Su mente giraba tratando de procesar lo rápido que todo cambiaba entre ellos. Sebastián se acercaba con una seguridad absoluta, como si ya supiera que ella no resistiría mucho más.

Un silencio pesado se extendió, y la distancia entre ellos se esfumó aún más. Ella observó cómo sus dedos recorrían lentamente el borde del escritorio, dibujando una línea invisible que la atraía, invitándola a seguirlo. Era la pieza faltante de un rompecabezas que él había armado sin que ella se diera cuenta.

Su corazón latía con fuerza. Tenía que ser fuerte, mantener la distancia, pero cada fibra de su ser le gritaba que no podía rechazar lo que Sebastián le ofrecía. Algo más grande y más intenso la llamaba con fuerza.

—No sé si esto es lo que quiero —dijo al fin, aunque dudaba de la sinceridad de esas palabras. En su interior, deseaba que él se acercara, que cruzara esa línea que ya comenzaba a formarse. Pero su mente luchaba contra ese deseo creciente.

Sebastián la observó largo rato, sin enojo ni frustración, solo con una calma decidida, como si esperara el momento perfecto para actuar.

—No necesitas saberlo aún, Amelia —respondió con suavidad y certeza—. Solo tienes que entregarte a lo que está pasando entre nosotros. Lo sé porque lo siento igual que tú.

Con un movimiento lento, casi calculado, dio un paso más cerca. Amelia contuvo la respiración. Su energía la envolvía, y en sus ojos brillaba un fuego indescifrable que crecía con cada segundo.

Intentó mantenerse firme, pero vaciló. El ambiente había cambiado, y ya no sabía qué era real y qué ilusión. Sin embargo, ese ardiente deseo oculto bajo la superficie comenzaba a salir.

—No puedes esperar que sea tan fácil —susurró, sus palabras suaves y densas. El aire a su alrededor parecía una telaraña de sus propios sentimientos.

Sebastián sonrió, esa sonrisa que la desarmaba por completo. Se inclinó hacia ella, su rostro tan cerca que Amelia sintió el calor de su respiración. Con un gesto firme, tomó su barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos.

—No espero que sea fácil —respondió grave, con una carga emocional profunda—. Solo quiero que lo quieras tanto como yo.

El tacto de su mano en su piel le envió una descarga eléctrica. Intentó moverse, apartarse, pero la mano de Sebastián la mantuvo en su lugar. Su pulso se aceleró y una ola de calor recorrió su espalda, desbordando su razón.

—No lo hagas —dijo, sin saber si pedía o advertía.

Antes de que pudiera entender lo que sentía, Sebastián la besó.

El beso comenzó suave, exploratorio, midiendo la reacción del otro. Pero pronto se volvió intenso, urgente. Sus manos recorrieron su cuello, bajaron por su espalda, acercándola más. Amelia cerró los ojos y se entregó a la electricidad de sus labios.

Cuando se separaron, respiraban entrecortados, como si hubieran corrido una maratón. Sebastián la miró fijamente, buscando una reacción que Amelia aún no sabía cómo darle.

—¿Ves lo que te he estado diciendo? —preguntó en un susurro desafiante.

Amelia no pudo responder de inmediato. Su mente estaba confusa, pero también llena de una excitación nueva y desconocida. Sabía que algo comenzaba entre ellos, algo sin vuelta atrás.

La atracción que sentía por Sebastián ya no podía ignorarla. Y lo que más la aterraba era que, en e

l fondo, no quería hacerlo.

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