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Capitulo 2

Al despertar, la ansiedad de Amelia era casi insoportable. Desde que recibió el mensaje de Sebastián, su mente no paraba de dar vueltas. ¿Por qué la había llamado tan temprano? ¿Era algo urgente? Sentía que estaba a punto de cruzar una línea sin retorno.

Se levantó, se preparó y llegó a la oficina con una sensación pesada. No era solo trabajo lo que la esperaba, sino la cercanía con Sebastián, y el peligro de lo que podía surgir entre ellos.

A las 9:00 a.m., justo a la hora señalada, respiró hondo y caminó hacia el ascensor. El viaje pareció eterno. Cuando las puertas se abrieron, él estaba ahí, brazos cruzados y mirada intensa.

—Buenos días, Amelia —dijo con su tono grave que alteraba su pulso.

—Buenos días, señor Yacov —respondió ella, forzando una sonrisa.

La invitó a pasar. El aire en la habitación parecía cargado, eléctrico. La luz del sol resaltaba su figura imponente.

—Gracias por venir tan rápido —dijo al cerrar la puerta, sin apartar la mirada de ella.

Amelia se acercó al escritorio donde había papeles que revisar: auditorías más, pero esta vez la atmósfera era distinta, más densa, más cercana.

Se inclinó sobre los documentos, con manos temblorosas. Sebastián dio un paso y apoyó las manos en el respaldo de su silla, acercándose.

—Sé que te preocupan los informes —susurró.

Amelia levantó la vista y encontró sus ojos azules, profundos. Sintió vértigo.

—No es solo eso —murmuró—. No sé qué me inquieta.

—¿Qué te inquieta, Amelia? —preguntó, con voz enigmática.

Su respiración se aceleró y un rubor subió a sus mejillas.

—Siento que esto… entre nosotros, está cruzando una línea.

Sebastián la miró fijamente, midiendo cada palabra. Sonrió y se acercó más, reduciendo la distancia hasta casi tocarla.

—¿Qué línea? —dijo en un susurro que la envolvía. Apoyó las manos en el escritorio, acortando el espacio.

Amelia tragó saliva, la tensión era insoportable. Quería alejarse, pero algo la detenía.

—No sé qué hacer —confesó, con voz débil.

—Haz lo que sientas —respondió, acariciando suavemente su mejilla. No hacía falta más.

El tiempo pareció detenerse. Amelia cerró los ojos, sintiendo que perdía el control.

Sebastián sonrió, satisfecho, pero sin presionarla. Ella debía decidir.

Ella dio un paso atrás, respirando con dificultad, abrumada y confundida.

—Lo siento… no puedo seguir trabajando así —dijo, mirando los informes, incapaz de sostener su mirada.

Él la observó en silencio, respetando su espacio.

—No te preocupes, Amelia —susurró—. Pero las reglas han cambiado.

Amelia no podía dejar de pensar en lo que había pasado. El tacto de Sebastián, su proximidad, la manera en que su voz parecía acariciar cada rincón de su mente, permanecían grabados en su cuerpo y alma como una huella imborrable. Lo que comenzó como una relación profesional había cambiado sin aviso, y ahora ella estaba atrapada entre lo que deseaba y lo que sabía que no debía querer.

El día transcurrió como en una neblina. Intentó concentrarse, pero cada pensamiento volvía a él: cómo apoyó sus manos en el escritorio, lo cerca que estuvo, la intensidad de sus ojos. Sabía que había algo más allá de la atracción física entre ellos.

Ya en su apartamento, con una copa de vino en mano, el silencio solo se rompía con el sonido del líquido en el cristal. Pero las voces en su cabeza eran ensordecedoras. ¿Qué estaba haciendo? Su vida y estabilidad estaban en juego, pero pensar en Sebastián y en lo que podría suceder si cruzaban esa línea le provocaba una emoción difícil de entender.

El teléfono vibró. En la pantalla, su nombre:

Sebastián Yacov: ¿Nos vemos mañana a las 8? Hay algo más que quiero discutir. Es importante.

Directo, sin rodeos. Amelia mordió su labio, dudando. Sabía que debía decir que no, mantenerse alejada, pero algo en su interior le decía que no podía ignorar la atracción que ya latía fuerte.

Sonrió para sí misma. Sebastián parecía controlar todo, incluso a distancia, y esa dinámica la atrapaba. ¿Era un juego para él? ¿O estaba dispuesto a cruzar esa línea también?

Con un suspiro, respondió:

Amelia Kinigan: Está bien. A las 8.

La mezcla de emoción y arrepentimiento la invadió. Sabía que no habría vuelta atrás, pero algo dentro de ella necesitaba saber hasta dónde llegaría esa tensión.

La noche pasó lentamente, con ecos de pensamientos sobre Sebastián y lo que podía ocurrir entre ellos.

Al despertar, se sentía más intranquila que descansada. El sol apenas iluminaba la ciudad cuando salió al frío matinal, que no logró apagar el fuego que sentía en su cuerpo, ese fuego que solo Sebastián encendía.

En la oficina, evitó el contacto visual. Todo a su alrededor desaparecía; lo único real era el encuentro que se acercaba. ¿De qué trataría? ¿Solo trabajo o algo más?

A las 8:00 en punto, el teléfono sonó.

—Amelia, ¿puedes pasar por mi oficina? —la voz de Sebastián era baja, controlada, pero cargada de ansiedad.

—Voy en seguida —respondió, temblando al tomar el teléfono. Dejó el auricular y se levantó.

Sus pasos resonaron mientras avanzaba. Frente a la puerta, su corazón latía con fuerza. Respiró profundo y tocó.

Sebastián la invitó a entrar con un gesto. La oficina estaba más iluminada, las luces suaves acentuaban su figura imponente. Su mirada intensa le quitó el aliento.

—Gracias por venir, Amelia —dijo sin moverse, observándola con inquietante atención.

Ella se sentó frente a su escritorio, manteniendo distancia, aunque sentía cómo esta se estrechaba con cada instante.

—Hoy quiero hablar de algo más que los informes —dijo con voz grave y calmada—. Algo que va más allá.

Amelia tragó saliva, tratando de formular preguntas, pero se obligó a escuchar primero.

—¿De qué se trata? —preguntó vacilante.

Sebastián dio un paso hacia ella, tan cerca que su presencia era casi tangible. Su respiración se aceleró.

—De ti y de mí, Amelia. —Sus palabras eran una orden—. De lo que tú y yo realmente queremos.

Recorrió el borde del escritorio con la mano, trazando un patrón invisible que la atrapaba.

La mirada de Sebastián era un imán, y Amelia ya no podía negar lo que había entre ellos. Ni su cuerpo ni su mente podían mantener la fachada.

—Esto no es solo trabajo, ¿verdad? —su voz tembló.

Él la observó largo rato, con una mirada peligrosa y cautivadora.

—No, no lo es —dijo, esbozando una sonrisa decidida—. Es sobre lo que realmente quieres, Amelia

. Y lo que yo quiero de ti.

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