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Capitulo 1

Amelia siempre había sido una mujer de control. En su trabajo, en su vida, siempre ponía la razón por encima del deseo. Pero aquel lunes por la mañana, algo dentro de ella comenzó a desmoronarse. Todo empezó con él.

A las 9:00 a.m., Amelia llegó a la oficina. La luz matinal atravesaba las persianas, iluminando suavemente su escritorio. Había pasado horas revisando los informes financieros que Sebastián Yacov, CEO de la empresa, le había pedido. Como su asistente personal, su tarea era simple: que todo estuviera en orden. Sin embargo, algo en su jefe la inquietaba. Algo que no sabía cómo nombrar.

Sebastián Yacov era un hombre complicado. Alto, cabello oscuro, ojos intensamente azules. Imponía con su sola presencia. Su mirada parecía atravesar a la gente. Cuando entraba, el ambiente cambiaba. No era solo su aspecto; era la seguridad con la que se movía. Amelia lo respetaba… pero también lo temía. Y, más aún, lo deseaba.

Suspiró y dejó el informe sobre su escritorio. Todo estaba correcto. Demasiado. El documento mostraba que las operaciones estaban al día, pero algo no cuadraba. Tras años trabajando con él, sospechaba que había tratos turbios detrás de ciertas alianzas. No tenía pruebas, solo una persistente corazonada.

Entonces sonó el teléfono. Era Sebastián. Su corazón se aceleró.

—Amelia —dijo con voz grave—. Sube a mi oficina. Es urgente.

—Por supuesto, señor Yacov —respondió, ocultando su nerviosismo.

Colgó y se dirigió al ascensor. Su mente giraba en torno al informe. ¿Cómo expresar sus dudas sin pruebas? Él tenía los medios para borrar cualquier irregularidad con un simple gesto.

En el último piso, respiró hondo y caminó hacia su oficina. La puerta entreabierta. Tocó.

—Adelante —dijo él desde dentro.

Sebastián estaba de espaldas, mirando por la ventana. La luz lo delineaba con precisión, como si el mundo lo hubiera esculpido para dominar. Amelia tragó saliva. Su corazón palpitaba con fuerza.

—¿Tienes el informe? —preguntó sin volverse.

—Sí, señor Yacov —dijo, acercándose. Le entregó el archivo.

Él se giró despacio, sin apartar la mirada de ella. Sus ojos la envolvieron, haciéndole olvidar el entorno. La atmósfera se volvió densa.

Dejó el informe sobre la mesa, sin dejar de mirarla. Luego avanzó hacia ella, lento, seguro. Amelia intentó mantener la compostura, pero sentía su pulso en la garganta. Cada paso de él era un asalto a su autocontrol.

—Creo que podemos avanzar con las auditorías —dijo. Su voz cálida, firme. La distancia entre ellos disminuía. El aroma a madera de su colonia la envolvió.

—Sí, aunque… creo que hay detalles que debemos revisar. Algunos números no encajan.

Sebastián la observó con atención. Había interés en sus ojos, pero también un matiz indescifrable. El silencio se alargó.

—¿Insinúas que hay errores? —preguntó, más grave.

—Solo quiero ser precavida —respondió ella, su voz temblando levemente. Nunca lo había tenido tan cerca.

—Es bueno serlo —dijo él, acercándose aún más. El calor de su cuerpo la rozaba—. Pero también debes aprender a confiar. No todo es lo que parece.

Amelia se tensó. Una parte de ella quería alejarse; otra, quedarse ahí. Su cercanía era un imán.

—Lo haré, señor Yacov —murmuró. Sus palabras salieron más suaves de lo que quiso. Él la miró con una chispa de diversión. Sabía lo que estaba ocurriendo entre ellos, pero aún jugaba con ventaja.

Intentó alejarse, pero su mirada la detuvo.

—Amelia —dijo, con voz baja—. Quiero que seas honesta. Sé que algo te inquieta. ¿Qué es?

El corazón de Amelia dio un vuelco. Él había visto más de lo que quería mostrar.

—Solo quiero hacer bien mi trabajo —dijo. Su voz apenas era un susurro.

Sebastián sonrió. Y en ese instante, ella entendió que el juego había comenzado.

Amelia no podía sacar de su mente la conversación con Sebastián. Aunque el día transcurrió entre llamadas, correos y reuniones, su pensamiento volvía a esos momentos con él, a la intensidad de su presencia y a su mirada que parecía atravesarla.

No podía negar la atracción. Siempre había controlado sus deseos, pero Sebastián Yacov rompía esa barrera con su poder y magnetismo.

Al llegar a casa, dejó caer el abrigo y se sentó en el sofá, agotada. Cerró los ojos, imaginando cómo él se había acercado, sus palabras susurradas con promesas implícitas.

Un golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos. Era Tiana, su amiga de la universidad, con preocupación en el rostro.

—¿Puedo entrar? —preguntó Tiana con una sonrisa.

Amelia la dejó pasar, agradecida por su compañía.

—¿Cómo te fue hoy? —preguntó Tiana, sin rodeos.

—Lo de siempre. Reuniones, papeles… —evitó contarle sobre Sebastián.

Tiana notó su tensión.

—¿Pasa algo más?

Amelia bajó la mirada.

—Sebastián Yacov… hay algo en él que me confunde.

Tiana se acercó, cruzando las piernas pensativa.

—¿Confundida cómo?

—Es como si supiera algo que yo no… —susurró Amelia, recordando sus ojos azules y su voz profunda.

Tiana sonrió con picardía.

—¿Y qué sientes por él?

Amelia tragó saliva, el cuerpo tenso.

—No sé… No debería sentir nada. Es mi jefe, debo mantener distancia.

Tiana la miró con complicidad.

—La atracción no entiende de títulos ni jerarquías. Si sientes algo, no lo niegues. Pero prepárate para lo que pueda venir.

Amelia la miró, frustrada por no controlar sus emociones. Sabía que el mundo de Sebastián era distinto al suyo, pero la atracción ardía más fuerte cada día.

El teléfono vibró. Era un mensaje de Sebastián:

¿Puedes pasar por mi oficina a primera hora mañana? Hay algo más que quiero que revises.

El corazón de Amelia se aceleró.

—Es él —murmuró, con mezcla de deseo y ansiedad.

Tiana sonrió, divertida.

—¿Y qué harás?

Amelia dudó.

—No sé. Pero no puedo seguir ignorándolo.

Tiana asintió, sabiendo que nada sería igual para Amelia después de esto.

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