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CAPÍTULO SESENTA Y CUATRO

—Esto —dijo Lorenzo Valenti, con su acento italiano suave pero deliberado— es el comienzo de algo poderoso.

El peso de sus palabras se asentó sobre la sala de conferencias. Afuera, el horizonte de Manhattan se extendía contra un cielo vespertino pálido, pero adentro, todas las miradas estaban fijas...