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CAPÍTULO CUARENTA Y DOS

El rítmico clic de un bolígrafo contra mi escritorio llenaba el silencio de mi oficina mientras miraba sin ver el horizonte de la ciudad a través de las ventanas de piso a techo.

Me recosté en mi silla de cuero, con la vista posada en el vaso medio vacío de whisky sobre mi escritorio. La luz de la ...