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CAPÍTULO CIENTO CUARENTA Y SIETE

KYLE

Ella no lo dijo en voz alta. No lo necesitaba.

Sus palabras me atravesaron como el viento a través del vidrio roto—silenciosas, afiladas e imposibles de ignorar.

Me quedé allí, inmóvil, viendo a la mujer que amaba desmoronarse y reconstruirse en el mismo aliento. Cada palabra destilaba vulne...