Read with BonusRead with Bonus

CAPÍTULO CIENTO TREINTA Y SIETE

Su mano rozó la mía, vacilante pero firme, como si estuviera anclándose tanto como a mí. Mi respiración se entrecortó. El aire entre nosotros se espesó—pesado, cálido, lleno de todo lo que no me había atrevido a admitir hasta ahora.

Cuando sus labios tocaron los míos, fue suave al principio—cuidado...