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CAPÍTULO CIENTO TRES

KYLE

Mi oficina olía a café rancio y tensión.

Nada fuera de lo común.

Había estado de vuelta por tres horas, y había leído la misma línea del informe trimestral seis veces. Los números no eran el problema—nunca lo eran. Mi cabeza simplemente no estaba en ello.

Me recosté en la silla, frotándome ...