




CAPÍTULO 4
Capítulo 4
Vincenzo la tomó de la cintura con autoridad, como si quisiera protegerla del mundo entero. Carolina, aún aturdida por la presencia dominante del Alfa, apenas podía procesar lo que sucedía. No entendía cómo alguien como él, tan fiero, tan imposible de alcanzar, ahora estaba de su lado.
—¡¿Qué sucede contigo, Alfa?! —gritó Minerva, fuera de sí—. ¡Mi hija está destinada a ser una Luna! ¡Es educada, respetuosa, obediente!
Su voz resonaba en el salón como un látigo. Seguía enumerando las cualidades perfectas de su hija, Cassandra, como si recitar virtudes pudiera cambiar lo evidente.
—Su hija no es lo que usted cree —gruñó Vincenzo, la furia marcándole cada facción—. Pero no seré yo quien le quite la máscara.
El ambiente se tensó como la cuerda de un arco. Rogelio, nervioso, bajó la cabeza en un acto de sumisión.
—Le pido perdón, Alfa —murmuró, tragándose su orgullo—. Todo esto ha sido una sorpresa también para nosotros.
Sin pedir permiso, Vincenzo bajó el rostro y, ante la mirada incrédula de todos, besó a Carolina. Ella se quedó paralizada, atrapada entre el fuego y la dulzura de aquel contacto. Era la primera vez que un lobo reclamaba su boca… y lo sentía en cada fibra de su ser.
El beso fue firme, posesivo, y aun sabiendo que era una jugada estratégica de Vincenzo, su cuerpo, traicionero, se amoldó al de él, buscando más.
—Carolina es la única esposa que deseo en mi vida —anunció con una voz que no admitía discusión.
Minerva soltó una carcajada fría y burlona, acompañada de un par de palmadas cínicas que hicieron eco en la estancia.
—Alfa, por favor —entonó con veneno—. Si hubiese aclarado sus intenciones desde el inicio, le habríamos apoyado... como familia de Carolina.
Vincenzo y Carolina intercambiaron una mirada confusa. Las palabras de Minerva no eran una oferta; eran un insulto disfrazado.
—¿De qué estás hablando, Minerva? —preguntó Rogelio, incapaz de soportar más la tensión.
La mujer ladeó la cabeza, saboreando cada palabra cruel que estaba a punto de pronunciar.
—Supongo que esta zorra astuta se le metió en la cama. Pero no debe sentirse obligado, Alfa. Puede disfrutarla... sin necesidad de comprometerse.
El mundo se detuvo.
Los ojos de Vincenzo destellaron con un odio feroz. Carolina, herida y temblando de rabia, avanzó hacia su tía como una tormenta.
—¡Lárgate de mi casa! —espetó, su voz quebrándose entre el dolor y la dignidad.
Pero Minerva no se calló. Estaba poseída por un rencor viejo, podrido en sus entrañas.
—Si te le metiste en la cama para atraparlo, debes saber que, como tus tíos, te damos nuestro consentimiento para ser su meretriz.
El sonido de la bofetada retumbó en el aire, seco y brutal. Carolina, con la mano aún alzada, respiraba agitada. Estaba cansada de callar, de agachar la cabeza ante quienes solo sabían pisotearla.
Vincenzo se interpuso antes de que todo estallara aún más. Con voz implacable, le ordenó a Rogelio llevarse a su esposa inmediatamente.
El lobo obedeció, cabizbajo y avergonzado.
Cuando la puerta se cerró, el silencio pesó como una losa.
Carolina cayó de rodillas, el llanto desgarrándole el pecho. Desde la muerte de sus padres, no había un solo día en que no sintiera que estaba sola contra el mundo. Y ahora... ahora dolía más que nunca.
Vincenzo, viendo su fragilidad, cruzó el espacio entre ellos y la levantó con ternura. La abrazó con una fuerza silenciosa, como si pudiera sellar sus heridas solo con su calor.
Sus miradas se encontraron.
Y en los ojos de Carolina, Vincenzo vio algo que no estaba preparado para enfrentar: la promesa de un amor que podía consumirlo.
—Lo siento —susurró él, acariciando con sus dedos una lágrima en su mejilla—. No debiste ver este espectáculo.
Ella, temblando, se obligó a recobrar la compostura. Se limpió las lágrimas y le indicó que se sentara junto a ella.
—No sabía que tus tíos te trataban así —dijo él con suavidad—. Sabía que no eran cercanos, pero…
—No quiero hablar de eso —lo interrumpió con la voz rota—. Minerva siempre odió a mi madre. Quería casarse con mi padre y... desde que ellos murieron, solo encontró placer en destruirme.
El silencio cayó de nuevo, pesado, doloroso.
—¿Qué pasó con el dinero de tus padres? —preguntó Vincenzo, con una cautela nueva—. Se decía que eran muy ricos… más que Rogelio incluso.
Carolina soltó una risa amarga.
—No lo sé, y sinceramente… tampoco me importa —respondió, endureciendo su voz como una coraza—. ¿A qué viniste, Alfa?
Vincenzo volvió al asunto que lo había llevado hasta allí, intentando separar el corazón del deber.
—Me imagino que tienes dudas sobre lo que sucedió —comenzó con seriedad—. Quiero proponerte algo.
—No me interesa —lo cortó ella de inmediato, su cuerpo tensándose—. Sea lo que sea, mi respuesta es no.
Se puso de pie con brusquedad y le señaló la puerta.
Pero Vincenzo no se movió.
Se acercó y le tomó el brazo con una delicadeza inesperada.
—Carolina… no es amor lo que te propongo. Es un negocio —explicó, su voz grave, controlada—. Dos años de matrimonio. Después serás libre. Tendrás tu vida... y una buena suma para empezar de nuevo.
—¿Cree que me comprara con su dinero? Está equivocado, mi dignidad no se vende.
El Alfa la miró firme
—¡Deja de ser rebelde! Pídeme lo que quieras.
Carolina estaba dispuesta a seguir firme con su no, Pero en el espejo tras el Alfa, pudo ver el reflejo de una loba, la misma que aparecía en sus sueños, en sus premoniciones
¿Y si este era el camino para que despertara?
—Le exijo que me de autoridad como Luna para mejorar las condiciones de los Omegas.
Vincenzo asintió en silencio. Era una responsabilidad que jamás había tenido que asumir... y, de alguna forma, delegarla lo liberaba.
Sin soltar la mirada del Carolina ambos estrecharon las manos con firmeza.
—¿Qué hará con mis tíos? —preguntó Carolina —. Ellos jamás me permitirán que me case con usted.
—Lo conseguiré —prometió, su voz ronca —. Esta noche, mi carruaje vendrá por ti. Iremos juntos a su casa.
Dicho eso, giró sobre sus talones y se marchó, sintiendo un vacío helado en el pecho. Cada paso que daba alejándose de Carolina era un eco amargo de las veces que la había herido sin siquiera conocerla.
Cuando al fin llegó a su manada. Apenas cruzó el umbral, su nuevo Beta, Kevin, hijo del anciano mayor del consejo, ya lo esperaba.
—¿Qué necesita, mi señor? —preguntó el joven, inclinándose en una reverencia.
Vincenzo ordenó
—Averigua todo sobre Carolina Hilton. No escatimes. Quiero saberlo todo... especialmente sobre su familia.
Kevin sonrió con una mezcla de orgullo y astucia, extendiéndole una carpeta gruesa.
—Me adelanté, señor. Sabía que sería su siguiente paso.
Vincenzo lo felicito, Tomó el expediente y leyó las hojas que había preparado su Beta.
Hasta que se detuvo.
—Los
padres de Carolina no murieron en un accidente, ellos fueron asesinados —Los ojos del Alfa descubrían este oscuro secreto.