




CAPÍTULO 3
Capítulo 3
Un silencio ensordecedor cayó sobre la manada, seguido de un murmullo que crecía como un oleaje oscuro. El anuncio fue como un baldado de agua helada cayendo sobre sus espaldas.
—¿¡Qué acabas de decir!? —rugió Cassandra, girándose con furia desbordante. Sus tacones resonaron con fuerza sobre el suelo de mármol mientras se abría paso entre los presentes, la rabia palpitando en cada paso—. ¡Repítelo, Vincenzo!
El Alfa no titubeó.
—Carolina será mi Luna —repitió con una frialdad que laceró el ambiente como cuchillas de hielo. Tomó la mano de Carolina con una firmeza cruel y deslizó el anillo en su dedo sin esperar consentimiento, sellando un destino que no le pertenecía solo a él.
Carolina se quedó inmóvil. El mundo a su alrededor giraba, pero ella no podía respirar. Su rostro perdió el color, sus piernas temblaban. ¿Qué estaba pasando? ¿Era una pesadilla? ¿Una broma retorcida? Su mente luchaba por entender, pero la respuesta no llegaba.
—¡Maldita seas! —bramó Cassandra, con los ojos encendidos de odio—. ¿Qué le diste al Alfa? Una loba insignificante como tú no merece ese lugar. ¡No eres digna!
Y sin pensarlo, se abalanzó sobre ella. Tomó una copa de vino de una bandeja al pasar y la arrojó sin piedad, empapando a Carolina en un estallido de burla y escarnio.
La joven no respondió. Ni una palabra.
Solo giró sobre sus talones y corrió, sin mirar atrás, con el corazón hecho trizas y la mente envuelta en un torbellino de dolor, miedo y confusión.
No por el vino, ni por los gritos sino por la mirada de Vincenzo, por la forma en que la forzó, por lo que no comprendía.
—Ella es más digna que tú —tronó la voz del Alfa, implacable—. Y deberás aceptar que tu prima Carolina estará por encima de ti. Inclinarás la cabeza, Cassandra, como lo haces ante tu Alfa.
Vincenzo alzó una botella, la descorchó con rabia contenida, y sin más palabra, desapareció entre las sombras del pasillo, dejando la fiesta en manos del desconcierto.
Minutos después, Ruth, su madre, irrumpió en la habitación. El orgullo herido brillaba en sus ojos como cuchillas. Su voz era un rugido contenido.
—¿¡Qué demonios fue eso?! ¿Cómo pudiste elegir a esa loba? ¡Cassandra es una señorita!
—¡Una hipócrita que se acuesta con mi Beta! —espetó Vincenzo, su voz ronca de furia y desengaño.
La revelación golpeó a Ruth como un látigo. El silencio fue sepulcral.
—¿Estás seguro? —murmuró ella, aferrándose a la duda como a un salvavidas.
—Mis ojos no mienten —respondió él, mirándola con una determinación inquebrantable—. Los vi con mis propios ojos. En mi propia casa.
Ruth respiró hondo, intentando comprender, pero cada palabra de su hijo pesaba como plomo. Podía entender su furia, incluso su dolor. Pero aún así...
—Vincenzo, deberías esperar, Elegir a alguien con reputación, una loba que...
—No hablo como tu hijo —la interrumpió él, con la voz grave, dominadora—. Hablo como Alfa. Y como Alfa te digo: mi Luna será Carolina Hilton.
No hubo más discusión. Ruth, con los labios apretados y el corazón pesado, asintió en silencio. Él no iba a ceder. No esta vez.
La puerta se abrió de golpe. Mike entró como un vendaval, la rabia ardiendo en sus ojos.
—¿¡Esta era tu maldita sorpresa!? ¿Le pediste matrimonio a la loba que... que yo...?
No terminó. No pudo.
—¿Qué clase de amigo eres, Vincenzo? —escupió, la voz quebrada.
La mirada del Alfa cambió. Una furia primitiva lo devoró por dentro.
—¿Amigo? —gruñó, antes de lanzarle un puñetazo que lo hizo caer contra el suelo, con la boca rota y la traición expuesta—. ¿Tú me hablas de amistad? ¡Te acostaste con mi prometida!
El mundo pareció detenerse.
Mike, sangrando, intentó levantarse. Su rostro era una mezcla de horror y culpa. No dijo nada... pero sus ojos hablaron por él.
—Sí —murmuró, finalmente—. Sí, Cassandra fue mía. Siempre he vivido en tu sombra, Vincenzo. Siempre he sido el segundo. Y por primera vez... por primera vez, algo que tú deseabas me deseó a mí.
Vincenzo lo miró con los ojos frios por la desilusión. Ya no quedaba rastro de la hermandad que alguna vez compartieron. El honor había sido enterrado bajo el peso de una traición que dolía como hierro candente.
—Estamos a mano —dijo con voz baja, quebrada por la amargura—. Yo acabo de quitarte algo que anhelabas. Carolina será mi esposa.
La rabia le cruzó la mirada a Mike como un rayo antes de la tormenta. Sin decir una palabra más, se arrancó de su saco el broche de Beta y lo lanzó con furia, impactando directo en el rostro del lobo que una vez llamó hermano.
—Sobre mi maldito cadáver —escupió con veneno en la voz.
Mike abandonó la habitación. La puerta tembló con el golpe.
Vincenzo no se movió. Permaneció de pie, solo, frente a la ventana abierta que dejaba entrar el frío de la madrugada. Bebió directo de la botella, sintiendo el ardor en la garganta y en el pecho, uno causado por el licor y el otro por el vacío que deja la traición. Nadie lo haría cambiar de opinión. Nadie.
La noticia se esparció como pólvora. La manada entera murmuraba sobre el escándalo: el Alfa había rechazado públicamente a su prometida. Y por si fuera poco, los rumores de una infidelidad corrían de boca en boca como un veneno dulce.
Carolina no había pegado el ojo en toda la noche. La petición de Vincenzo retumbaba en su mente como un trueno interminable. ¿Por qué aquellas visiones le pedían que acudiera a ese lugar? ¿Por qué ahora?
Desde siempre, había sentido que su loba interior dormía, atrapada, bloqueada por un muro invisible.
¿y si esas visiones no eran advertencias, sino un llamado? ¿Y si el camino que debía seguir era Vincenzo?
El golpeteo en la puerta la sacó de sus pensamientos. Al abrir, sus ojos se abrieron con asombro.
—¿Tú? —murmuró con incredulidad.
Era su tío Rogelio, el hermano de su padre. Aquel que no la había buscado en dos años.
—¿A qué debo tu visita? Me fui de tu casa hace dos años y es la primera vez que recuerdas que existo.
El lobo bajó la mirada, incapaz de sostenerle la vista. La culpa pesaba sobre sus hombros.
—Vengo a pedirte que rechaces la propuesta del Alfa.
Carolina cruzó los brazos y respiró hondo, conteniendo el temblor que amenazaba con quebrarla.
—¿Por qué?
—Porque no estás hecha para ser una Luna. Además… te lo pido por la familia —dijo él con voz baja, casi suplicante.
Ella soltó una risa amarga.
—¿La familia? ¿La misma que me dio la espalda? ¿La que permitió que me humillaran sin hacer nada?
En ese momento, Minerva, la esposa de Rogelio, entró en escena. Sus vestidos caros y su aire de superioridad llenaron la habitación como una presencia opresiva.
—¡No te vas a casar con el Alfa! —gritó con furia—. ¡No le vas a quitar el destino a mi hija! Tu tío no te dará el permiso para cometer semejante estupidez.
Carolina apretó los puños, sintiendo la sangre hervirle en las venas.
—No me importa lo que pienses. Me casaré con él, lo entiendas o no —gruñó, con la voz rota por la determinación.
Minerva levantó la mano, dispuesta a golpearla. Pero nunca logró tocarla.
Un brazo firme y poderoso detuvo el movimiento a medio camino.
Vincenzo.
—¡Nadie toca a mi promet
ida! —rugió, con una furia gélida que paralizó la sala—. Ella cuenta con mi protección. Y lo que es mío no se toca.