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Hotel Sin Estrellas

Pasó una semana desde ese día. Desapareció. Ya conocía ese juego idiota: «Si no me llamas, no te llamo porque estoy muy ofendido». ¡Estúpido!

Ya no sabía qué mierda quería de mí. Seguramente hacer que le pidiera, porque eso le encantaba. Se le dilataban las pupilas cuando me escuchaba rogarle en la...