




Aromas que no se olvidan
La señora Velázquez era una de mis clientas regulares. Pedía perfumes para ella, para la hermana, para un regalo. Traía amigas, casi las arrastraba, pero ellas también regresaban. Tenía una fragancia favorita y al parecer se bañaba con ella porque cada 6 del mes cruzaba la puerta y pedía más.
—La vieja esa está loca, ¿qué hará con los perfumes?
—Me dijo que es el aroma de su esposo fallecido, Clara. Debe esparcirlo por todos lados.
Guardaba mi propio recuerdo embotellado, por eso la entendía y me esforzaba por hacerlo perfecto. El mío era el de mi papá, aunque era un recuerdo distante y no podía asegurar que fuera justamente ese el aroma correcto. A mí me gustaba pensar que sí.
No sabía cómo lo hacía, me nacía, aunque algunas veces eran más difíciles. Como el de la semana pasada: entró un hombre un poco extraño, llegó por otro cliente. Me dijo que quería un perfume que le trajera a la memoria la época que había vivido junto al mar y al bosque.
Era un trabajo solitario la mayor parte del tiempo, pero de vez en cuando Clara aparecía para romper esa burbuja de aromas y silencios. A veces traía café, otras veces problemas, y esa tarde vino con ambos.
Llegó como solía hacerlo: entró y pasó a la parte de atrás sin más. Tenía esa sonrisa boba de felicidad que ponía después de ver a Pablo. Me fastidiaba.
—Hoy vine de visita, pero también a hacerte una propuesta de trabajo —empezó mientras ponía las tazas de café en la mesa.
—¿De trabajo?
—Sí y es genial, te va a encantar.
—A ver, ¿de qué se trata? —pregunté con curiosidad.
Clara y mis perfumes no encajaban en una ecuación laboral.
—Sabes que Pablo trabaja en la cadena de hoteles Romano —dijo su nombre y me puse tensa, es un reflejo que no controlo y que ella nota—. Antes de que digas nada, escúchame. Terminaron un hotel boutique en el centro, vi las fotografías y es hermoso. Lo inauguran el viernes y a Pablo se le ocurrió algo fuera de lo común: en vez de una gala, una experiencia sensorial.
—Ah.
—Sí, ya sé lo que estás pensando, pero esta vez en serio es buena idea. Van a incluir texturas, comida exótica, efectos visuales y, por supuesto, aromas. ¿Y a qué no sabes en quién pensó?
—Le regalo un lote de ambientadores de baño. Yo paso.
—Sabía que ibas a decir algo así, sé que no te cae bien, pero ¿no puedes dejarlo pasar solo por esta vez? Él está entusiasmado y a ti no te vendrá mal ampliar tu clientela.
—¿No me cae bien? Te quedas corta con eso. Además, ¿por qué no vino él mismo si es un proyecto tan genial? No es profesional.
—Porque cree que lo vas a sacar a patadas.
—Y tiene razón. No me hace ninguna gracia facilitarle nada, mucho menos ayudarlo. Hay un montón de perfumistas que pueden darle lo mismo, o algo mejor.
La postura de Clara cambió, se puso tensa y enderezó la espalda. Duró dos segundos, pero lo vi. Me chocaba esas reacciones que tenía, como si ese infeliz fuera lo mejor del mundo y ella lo defendiera sin palabras. Hasta el tono de su voz era otro.
—¿No puedes solo hacerlo como un favor para mí? Sabes que lo quiero, que es importante y me gusta verlo feliz.
—Si fuera recíproco no tendría problemas, pero no lo es.
Después de decir eso me di cuenta de que estaba dejando salir ese lado desagradable que tengo y ya me había jurado y perjurado que me guardaría mis opiniones sobre Pablito, para no lastimarla.
—Lo voy a pensar —terminé cediendo—. Hoy es lunes, la inauguración es el viernes ¿no?
—Sí.
—Bueno, que me traiga la propuesta como corresponde. No voy a sacarlo a patadas.
—¿Segura?
—Sí.
—¡Gracias, amiga!
Solía hacer comentarios inapropiados, señalando los defectos de Clara y haciéndola sentir incómoda. Y cuando eso ocurría delante de mí, le soltaba una o dos frases que lo ponían en su lugar. Idiota.
Un poco de satisfacción me daba verlo agachar la mirada. Y lo iba a hacer venir hasta Essenza solo para que entrara con esa misma actitud sumisa. Porque delante de mí no se atrevía a hacerse el chistoso.
Me dan pena esos medio hombres que solo saben imponerse rebajando a otros, especialmente a las mujeres. Cuando se cruzan con alguien que los iguala en su nivel de aspereza y los mira a los ojos esperando la refutación con la misma soberbia, se hacen un bollito.
El martes, el bollito hizo sonar el carrillón de la puerta cuando entró. Yo estaba detrás del mostrador terminando de acomodar unas cajas.
—Hola, Violeta.
—Hola, Pablo.
—Te traigo la propuesta del hotel boutique —dijo enseguida, mostrándome la carpeta.
—Pasa —señalé la puerta del estudio.
Se sentó y me pasó los papeles. Los leí tranquila; Clara tenía razón, era una buena idea. Estaba bien esquematizada, muy detallada, sabían a la perfección lo que querían y eso me ahorraba la mitad del trabajo. Tampoco eran muchas fragancias, solo tenía que llevar la base y el corazón y en el mismo lugar agregar las notas de salida de los aromas.
—¿Qué te pareció? —me preguntó con el tono de voz formal.
—Es bueno, me gusta.
—¡Ah, qué alivio! Este tipo de hotel es el primero que vamos a abrir. Queremos diferenciarnos desde el principio y tal vez, sentar la base para algo nuevo. Tu trabajo no existe en ningún otro lugar, al menos no como tú lo haces. Eso nos suma exclusividad.
—Está bien, también me sirve.
—Enzo me dio autorización para conseguir los recursos que sean necesarios. Solo debes decirme qué precisas.
—¿Quién es Enzo?
—Enzo Romano, el presidente de la cadena. Él se involucra en cada proyecto, en cada hotel.
—Bueno, te haré una lista corta. Tengo la mayoría de los ingredientes.
—Gracias por sumarte.
—Lo hago por Clara.
Entendió y no dijo nada más, se fue como vino. Al rato mi amiga me llamó para agradecerme como si hubiese aceptado donarle un riñón. Suspiré después de la llamada, cuando me hablaba así de feliz, la culpa me angustiaba. No sabía por qué me costaba tanto solo hacer de cuenta que no me importaba, por qué tenía que sentir tanto rechazo.
Ella lo quería y punto.
Junté los ingredientes: ylang—ylang, astillas de cedro, lavanda, haba tonka. Un favor para Clara y Pablo, pero también una oportunidad para Essenza y para mí.