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Confesiones en el suelo

—¿Enzo Romano? ¿Enzo, mi jefe? —Clara tenía la cara desorbitada.

—Sí, tu jefe. Vino a buscar un perfume. No creí que fuera a tomarlo en serio. —Descorché la botella y serví dos copas.

Era nuestra noche de chicas, aunque de chicas ya no teníamos nada. El aroma a comida china se mezclaba con el del ...