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SEÑAL

CAPÍTULO 3

—¡responde! Quiero respuestas sobre esa marca—tartamudeó Leonard, sin dejar de contemplar la belleza desnuda que tenía frente a él.

—¡Lárgate! —gritó Caroline, agachándose para tomar la toalla y cubrir su cuerpo con desesperación.

Se acercó a ella, intento ver en el cuello de la loba sus dientes, si su aroma estaba bloqueado, su vista no.

—¿Quien te hizo esa marca? —repitio la pregunta.

Caroline suspiro, prefirio guardar el secreto, si en verdad Leonardo fuera su destinado, la reconocería por el aroma.

Pensó que el solo jugaba y no estaba para ser el capricho de su cuñado.

—Mi Mate, mi novio.

La cara de Leonard cambio, un fuego se metió en su pecho, nunca en su vida había experimentado lo que eran los celos.

Sus dientes salieron enojados.

—¡¿Quien es?! Tienes prohibido tener pareja mientras estes en esta casa —La agarro con fuerza de los brazos mientras abría los ojos que parecían dos bolas de fuego.

—¡Larguese! Usted no tiene porque hablarme así.

El Lobo reaccionó, la soltó de inmediato, Leonard salió de la habitación y cerró la puerta tras de sí.

Su rostro se había teñido de rojo. ¿Porque había hecho esto ? Caroline le inspiraba sentimientos que nunca conoció.

Apenas ella se vistió, al salir, lo encontró esperándola en el pasillo.

—¿No le enseñaron a tocar antes de entrar? Soy sirvienta, sí… pero también tengo derecho a la privacidad —le reclamó furiosa, aún sintiendo el rubor en sus mejillas.

—Solo quería disculparme. no sé que sucedió conmigo, No tienes por qué irte… Hablé con Diana, y sabe que se excedió.

—La Luna Aurora me ha dado su protección. Trabajaré para ella, no para su esposa —dijo con firmeza, tratando de mantener la distancia entre ambos.

—Sobre la marca... Déjame explicar.

—No tiene nada que explicar —lo interrumpió, levantando el mentón con dignidad—. Ya le dije que tengo un Mate y mi novio me espera junto a los Omega

—Es que hay en tus ojos ¿Dónde estabas anoche? —Leonard dio un paso hacia ella, y Caroline, nerviosa, retrocedió uno.

La tensión era evidente.

—En casa de una amiga —mintio.

Llego la noche...

Diana abrazó a Leonard con dulzura fingida.

—Quizás… es momento de buscar ese heredero para mi padre —murmuró, besando su cuello y tratando de acercarse.

Pero Leonard se apartó.

—No, Diana. Sabes que tenemos fechas específicas. No va a ser hoy.

—¿¡Por qué no!? —gritó, desesperada—. Siempre estoy dispuesta a ti. ¡Te amo con locura y tú pareces aborrecerme!

—No te aborrezco —respondió él, respirando hondo—. Pero sabes que no te amo. Nuestro compromiso nunca fue por amor y no eres mi destinada.

Diana cayó de rodillas frente a él, llorando.

—¿Qué tengo que hacer para que me ames? Quiero ganarme tu corazón, tu destinada nunca aparecerá, tu lobo está dormido

—Lo se, fue el precio que pague pero Sencillamente… eso no va a pasar.

Diana se llevó la mano al pecho, una vez más.

Leonard la cargó con ternura y la llevó a la cama. Ella le suplicó que no la dejara. Y él supo que ese era su destino: permanecer junto a ella… por compasión, ser un lobo solitario después de su muerte

¿Valía la pena ser un Alfa Pero no tener a su Luna?

Al amanecer…

Diana caminaba por el jardín, envuelta en su bata de seda. Allí se encontró con Caroline, que preparaba el té para la Luna Aurora.

—¿Qué haces aún en mi casa? Te advertí que te fueras, maldita salvaje.

—Ahora soy la sirvienta de la Luna Aurora —respondió Caroline, con voz firme, mirándola directamente a los ojos. Ya entendía la clase de loba que era su hermana y solo podía despreciarla.

—No sé cómo convenciste a mamá, pero juro que voy a hacer de tu vida un infierno.

Caroline respiró hondo. La duda sobre si debía quedarse aún rondaba su mente. Pero sabía que las respuestas que buscaba solo estaban allí.

Diana entró a su habitación, furiosa.

—¿Quién te hizo perder la cabeza, preciosa? —preguntó una voz masculina desde dentro.

Un lobo esperaba en su habitación, sentado en su cama.

—¿¡Qué haces aquí!? Sabes que no está bien que estemos solos. ¡Vete, por favor!

—Tranquila… —sonrió el lobo, acercándose a la ventana desde donde podía ver el jardín—. No me la vas a presentar, ¿eh?

—¡Cállate! Esa lobita no va a durar en esta casa. La quiero fuera.

—¿Celosa? —preguntó burlón, tomándola de la cintura y besándola con posesión.

—Necesito un favor —dijo Diana, entregándole un pequeño estuche con un collar de perlas—. Llévalo a la habitación de esa loba. Quiero que lo encuentre allí.

—Sabes que mis favores tienen precio —murmuró, besándola de nuevo, acariciando su cuello.

La puerta se abrió de golpe. Diana fingió desmayo en sus brazos al instante.

—¡¿Qué está pasando aquí?! —exclamó Leonard al ver la escena.

—Vine a saludar a mi cuñada, pero se desmayó en mis brazos. Ya sabes cómo está de débil, hermanito —respondió Jonathan, con una sonrisa inocente.

Leonard la cargó y la llevó a la cama, colocándole un paño frío en la frente.

—Gracias, Jonathan. Cada día está más frágil.

—Sí… muy frágil —dijo Jonathan, dándole una palmadita en la espalda antes de salir.

Diana abrió los ojos y suspiró, abrazando a su esposo.

—Esa loba va a matar las pocas fuerzas que me quedan…

—Es una buena loba. Solo no se llevan bien. Por favor, compórtate —pidió Leonard, agotado emocionalmente. Su paciencia comenzaba a resquebrajarse.

Jonathan, mientras tanto, averiguó dónde se encontraba la habitación de Caroline. Forzó la cerradura con un gancho y entró.

Sacó el collar de perlas y lo escondió entre las pertenencias de la loba. Luego, se quedó oliendo sus ropas.

Ese aroma… lo embriagaba. Como un elixir salvaje que despertaba sus sentidos. Robó una blusa y se la guardó para sí. Algo oscuro crecía en él.

El aroma de esa loba era único, y llegó a pensar

¿Será ella mi loba Mate?

Llegó la noche.

Diana, animada por primera vez en mucho tiempo, decidió arreglarse para la cena.

El Alfa sonrió al saberlo. Su hija era su mayor tesoro. A pesar de su fría relación con Aurora, ver a Diana bajar con él al comedor le llenaba de orgullo.

Pero su expresión se tornó amarga cuando escuchó el grito.

—¡¿Dónde está mi collar de perlas?! —exclamó Diana, fingiendo buscar entre sus cosas.

—Busca bien. Quizás lo guardaste en otro lugar —intentó calmarla Leonard.

—¡Sé perfectamente dónde lo dejé! ¡Fue esa maldita loba nueva!

Diana bajó de inmediato al comedor, con pasos furiosos. Leonard fue tras ella, intentando calmarla.

—Papá… me han robado el collar de perlas que me regalaste el día de mi compromiso. ¡Y fue ella! ¡Esa loba nueva es la única ex

traña en esta casa!

El Alfa se levantó de su silla, enfurecido. Nadie se atrevía a tocar algo de su adorada princesa.

—¡Caroline! —rugió con ira.

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