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Adiós expectativas

Lucía permaneció paralizada, sin saber como responder a aquel beso. La lengua de Harris dentro de su boca y sus labios moviéndose de forma sinuosa, la hicieron ceder, derrumbando cualquier barrera mental y física que ella hubiese podido levantar para mantenerse segura de sí misma y a salvo de sus propios sentimientos.

Las manos de Harris comenzaron a recorrer la esbelta silueta mientras, su cuerpo continuaba danzando, moviéndose sensualmente y sin detenerse; llevando a Lucía al extremo de las ganas y el deseo.

—¡Harris! —murmuró ella, escapando de sus labios para poder respirar.

—¿Qué? —preguntó él, haciéndola girar de espaldas a él y rozando con su virilidad, el trasero de la pelirroja.

Lucía no pudo decir nada, sólo vio como él rozaba sus pechos con sus largos dedos, deslizando sus manos en dirección a su intimidad. Un gemido ahogado escapó de sus labios, mientras algunas parejas dirigían sus miradas hacía ellos. La pelirroja contuvo su avance interponiendo sus manos y retirando las de él.

Lo que Lucía no imaginaba era que Harris había estado tomando Vodka en su oficina, y aunque no excedía licor a alcohol, comenzaba a caer en su propio juego de seducción.

—Detente por favor —dijo volteándose de frente hacia él.— Nos están viendo —susurró a su oído.

—Bien, vamos a otro lugar. —contestó él, tomándola de la mano y abriéndose paso entre las personas.

Lucía comenzó a recuperar su cordura mientras subían las escaleras para llegar hasta la zona VIP. En tanto, Harris sólo deseaba estar a solas, en un lugar privado para continuar besando a su amiga y terminar con lo que había comenzado.

Una vez, estando en el área reservada, Harris se dejó caer en el sofá, rodeado a Lucía por la cintura, tiró de ella, obligándola a sentarse sobre sus piernas.

—No, Harris no está bien —insistió ella. Mas él continuó besando sus labios.— Por favor —suplicó y se echó hacia atrás.

—Nada está bien —contestó con la lengua un poco trabada.

—Estás tomado y yo, también. —argumentó ella. No era eso lo que deseaba ¿o sí?

—Sólo fue un par de copas, Lu —aseguró él.— No estoy ebrio.

Aunque Lucía quería detener su avance, algo dentro de ella, le decía que esa podía ser la oportunidad de su vida. Harris la había besado con pasión, con deseo. Ella no podía estar equivocada, pudo sentirlo, pudo ver como se estremeció al momento de ella corresponder a aquel beso.

—¡Shhh! —Él, susurró en su oído. Luego descendió por su cuello, deslizando sus labios y su lengua hasta su hombro semi desnudo. Con una de sus manos bajó el fino tirante que impedía continuar su recorrido y continuó besando con ternura cada centímetro de su piel.

Lucía sintió como su vagina se contraía, mientras el fuego ardía en su interior y detrás de ese fuego, sus fluidos descendían como lava volcánica por las laderas de su ardiente caverna hasta humedecer sus bragas por completo.

Harris acarició sus muslos y con habilidad se coló debajo de la falda de su vestido, se abrió paso en su entrepierna llegando hasta su intimidad. Esta vez el gemido escapó de los labios de Lucía como un grito de guerra que incita a los soldados a avanzar contra su enemigo.

Cuando el pelirrubio sintió el fuego traspasando la tela, incluso sin haber rozado su sexo, quedó ligeramente aturdido. Ninguna de las mujeres con las que había estado antes, ni siquiera con Layla que era una mujer bastante ardiente, había experimentado aquella sensación de triunfo con sólo besar en los labios a cualquiera de ellas.

Por primera vez, se colocó en el lugar de Lucía, se detuvo dejándola en medio de un torbellino de emociones donde reinaban el deseo y el placer.

—Levántate —Le pidió y aún aturdida por aquellas caricias se incorporó.— Aguarda aquí —dijo levantándose.— Pagaré la cuenta y nos iremos a otro lugar.

—¿Qué? —preguntó ella.

—No te muevas, ya regreso.

Lucía se recostó del espaldar del sofá y cerró sus ojos, mientras sentía como su corazón y su vagina latían en un mismo compás. Minutos después, Harris regresó, la tomó del brazo para levantarla y luego la rodeó con su brazo.

—Vamos, Lu. —dijo con un tono de voz que la desconcertó ligeramente.

¿Había desistido? Pensó ella. ¿Eso era todo?

Bajaron hasta el primer nivel del local, dirigiéndose hacia la parte de atrás del bar, la cual los conducía directamente hacia el estacionamiento privado donde estaba estacionado su auto. Ahora ella, entendía porque no vio el coche cuando llegó. Claro, se trataba de Harris Jones, el magnate multimillonario.

Harris le abrió la puerta del coche para que Lucía subiera, luego cerró con suavidad la puerta; dio la vuelta por la parte de atrás del automóvil. Luego entró, se sentó en su asiento, colocó el cinturón de seguridad y encendió el aire acondicionado.

—Está haciendo calor ¿no? —preguntó él, moviendo su camisa.

—Sí —contestó ella parcamente.

—Bien, ponte el cinturón —dijo y ella obedeció.

El pelirrubio activó el dispositivo electrónico de su vehículo híbrido, ya que no se sentía del todo bien como para conducir. No se trataba sólo de los tragos que había tomado esa noche, sino de la tensión en su entrepierna, su polla palpitante y rígida, lo mantenía aún perturbado.

A pesar de que Harris se mantuvo alerta de la vía, no podía dejar de ver y desear a Lucía. Ella podía sentir su mirada sobre ella, como si él tuviese el don de ver más allá de su exterior y de tocar su alma. Su presencia parecía llenar todo el espacio, haciendo que el aire se volviera tenso y volátil.

Ella intentó enfocarse en su respiración, tratando de calmar el latido acelerado de su corazón y su vagina. No podía evitar sentirse atrapada en una red invisible de dudas y expectación, sobre lo que iba a pasar entre ellos esa noche. Posiblemente, él la llevaría a su casa y ella terminaría dándose un baño frío para quitarse los espasmos.

Lucía observó la carretera aguardando el momento en el que Harris tomase el viaducto para dirigirse a su casa. Justo cuando llegaron a la intersección de las dos vías, ella volteó el rostro y cerró sus ojos, resignada a su triste realidad. De pronto, sintió como el coche giraba en dirección contraria. Lentamente abrió los ojos y vio que tomaba la ruta en dirección a su lujosa mansión, al este de Manhattan.

—¿A dónde vamos? —preguntó con voz trémula.

—Esto aún no ha terminado, Lu.

Nuevamente Lucía sintió como su piel se erizaba y su corazón latiendo con rapidez.

No, no había terminado, aquel sueño aún continuaba…

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