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Su salvación

Minutos después el coche se detuvo frente al prestigioso bar. Lucía descendió llena de nervios, sus manos sudorosas y las piernas temblando como dos trozos de gelatina andantes. Se dirigió hacia la entrada, buscó con la mirada el coche de su amigo, vió a todos lados. Necesitaba asegurarse de que Harris había llegado, mas no logró ubicarlo.

Revisó su móvil, esperando por lo menos un “OK” de su amigo. Pero no había ninguna notificación. Respiró profundo, enderezó la espalda y entró al bar. El lugar comenzaba a llenarse poco a poco; siendo jueves, era común encontrar el famoso bar, invadido por importantes empresarios celebrando algún acuerdo exitoso.

Lucía buscó con la mirada entre la multitud a Harris. La ansiedad se arremolinaba en su estómago, y no estaba segura de si eran sus nervios o si realmente su “cita” no había llegado. La poca iluminación del local hacía aquella tarea mucho más difícil para ella. Su inquietud aumentaba y cada segundo que pasaba sin ver a Harris la hacía sentir más incómoda.

A unos cuantos metros de ella, Harris creyó ver a una chica parecida a su amiga. Con un impulso se levantó del sofá y se dirigió hacia la mujer parada de espaldas hacia él. Se acercó a la chica por detrás, extendió su mano y tocó su hombro. En ese instante, la pelirroja dio un salto, como si la hubieran sorprendido en un momento privado.

—Lo siento Lu, no quería asustarte —dijo él, en un tono suave. Lucía se giró lentamente, pudo ver su rostro. Parpadeó, algo desorientada. —¿Estás bien? —preguntó él, mientras ella se recomponía del pequeño susto.

—Sí, sí. —contestó.

Harris la rodeó por la cintura provocando un ligero cosquilleo en la pelirroja.

—Vamos, tengo reservada la zona VIP. —dijo él, cediéndole el paso. Lucía sonrió nerviosa, su labio superior temblaba delatándola frente a él.

La pelirroja subió las escaleras y él detrás de ella, la siguió con la mirada. “No se ve tan mal” pensó y una sonrisa retorcida se reflejó en su rostro.

Al llegar al área reservada, Lucía sintió su corazón latiendo con fuerza. La privacidad de aquel espacio, la poca iluminación y ella y él estando solos, provocaron cierta ansiedad en la pelirroja.

—Siéntate —Le ofreció, mientras tomaba asiento en el sofá de dos puestos.

Lucía intentó sentarse, evitando el mínimo contacto con él. Harris lograba estremecerla sólo con su presencia.

¿Cómo mantendría el control de sus emociones si permaneciera junto a él durante un par de minutos?

Una vez que se sentó, se pegó al apoya brazos derecho y cruzó sus piernas dejando el mayor espacio posible entre ellos. Harris, por el contrario se sentó relajadamente, separó sus piernas y colocó su brazo en el espaldar del sofá de cuero, reduciendo la distancia entre ambos. Lucía tragó en seco al sentir el calor que emanaba de su cuerpo. “Mierda, mierda” repitió mentalmente.

Sí. Harris era una especie de tentación infernal para la pelirroja, una tentación en la cual, había evitado caer. Mas, no porque no lo desease, sexualmente hablando, sino porque sabía que él no la amaba. Lucía era una de las pocas chicas demisexuales que quedan por allí, nunca estaría con alguien con quien no hubiese una conexión afectiva mutua.

El camarero se acercó a la mesa, colocó la bandeja con la hielera, las copas y la botella de espumante. Descorchó y sirvió el par de copas, luego se retiró dejando a la pareja a solas. Harris tomó una de las copas y se la entregó a Lucía, quería mostrarse amable con ella y ser caballeroso.

—Brindemos —dijo, ella sujetó la copa y él tomó la suya.— Salud, por ti, por mi mejor amiga.

La pelirroja sonrió levemente aunque por dentro daba saltos de alegría.

—¡Salud! —exclamó bebiendo el contenido de su copa, integro.

—Vaya, estás sedienta —refirió él al ver con asombro como su amiga bebía de forma rápida el contenido de su copa. “Esto será más sencillo de lo que supuse” pensó. Tomó la copa de ella y volvió a llenarla.— Ten —dijo.

Lucía sostuvo la copa en su mano, controlando su impulso de beberla nuevamente en un único sorbo.

—Sí, tenía un poco de sed. —respondió con ligereza, aunque sus razones fueran otras. En realidad, necesitaba calmar un poco sus nervios. Para ella sería fatal que Harris supiera sobre sus verdaderos sentimientos hacia él. — ¿Cómo te sientes? —preguntó ella, deslizando su dedo índice por el borde de la copa.

—¿Cómo crees que podría sentirme? Esto era algo que no esperaba. Imagina que tu novio te diga…

—No tengo —aclaró ella, interrumpiendo a Harris.

—Lo sé, Lu. Pero imagina que teniendo novio y fueses a casarte, tu prometido te hubiese mandado un puto mensaje de textos para decirte que está confundida y que ya no va a casarse contigo.

—Te entiendo —murmuró ella.

—No sé que hacer —negó con su cabeza, se veía abatido. Lucía colocó su mano sobre su hombro y él levantó el rostro para verla.

El deseo de abrazarlo, de sentir sus labios en los suyos, de decirle “Hey estoy aquí para ti” emergieron súbitamente en ella. Sin embargo, se contuvo, apartó su mano y bebió completamente el contenido de su copa por segunda vez.

—Estoy tan mal, Lu —contestó entre sollozos mientras la rodeaba con ambos brazos por la cintura y se refugiaba como un niño temeroso entre sus pechos.

Lucía se quedó paralizada, sorprendida por la intensidad de la emoción que emanaba de Harris. Su cuerpo se tensó al sentir sus brazos rodeándola, y su corazón latió con fuerza al sentir su cabeza apoyada en sus pechos. El calor de su aliento en su piel y el sonido de sus sollozos desataron en ella, ternura y deseo.

A pesar de aquella actitud inesperada de Harris, su instinto maternal y su amor por él, la llevaron a envolverlo en un abrazo suave y reconfortante. Su mano se deslizó por su cabello, acariciándolo con suavidad mientras susurraba palabras de consuelo en su oído.

—Todo va a estar bien, Harris. Yo estoy contigo, no te dejaré solo.

—Lo sé, Lu. Sólo te tengo a ti —levantó la mirada y ella miró sus ojos y sus labios cerca de su escote. Tuvo que aguantar la respiración por unos segundos para evitar que un gemido sonoro escapara de sus labios sedientos de los suyos.

Mientras Lucía, se debatía internamente, Harris se sentía cada vez más seguro de lograr su cometido: seducir a su mejor amiga y proponerle matrimonio.

Sabía, siempre supo, que la pelirroja estaba locamente enamorada de él y que no se negaría a apoyarlo. Sin embargo, también sabía que Lucía era una chica romántica y tampoco quería herirla. Sólo necesitaba hacer realidad el sueño de su amiga, de estar con él y resolver así lo de la boda.

¿Pero por qué a ella y no a otra, de sus tantas enamoradas? Sencillo, Lucía era la única capaz de hacer todo por él sin aprovecharse de su situación. Ella era simplemente, su salvación. La carta que juegas seguro de ganar sin tener nada que arriesgar.

Luego de la boda, le diría la verdad y un par de semanas después le pediría el divorcio y listo. ¡Eso pensaba él! Sin embargo, aquella noche Harris descubriría que no todo en la vida, puede planearse y salir ileso, no cuando está de por medio el corazón.

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