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Capítulo 3. Que trato tan ridículo.

POV Alexander.

Menuda sorpresa me llevé al colarme en ese hospital. Quería ver con mis propios ojos si el sabueso de Harris seguía respirando y, tal vez, darle el empujón final, aunque juro que yo no tuve nada que ver con su «accidente». Pero parece que la fila para verlo morir era interminable. Ese maldito policía debe de haber coleccionado enemigos con la misma dedicación con la que colecciona arrestos. Alguien se me había adelantado.

Ahí estaba, plantado frente a su cama, disfrutando del espectáculo de su miseria. De repente, con una fuerza sobrehumana, me agarró la mano. Se quitó la máscara de oxígeno y su respiración era apenas un suspiro.

—Me estoy muriendo, Ivanov —balbuceó—. ¿No era eso lo que querías?

Solté una risa seca, como el granizo.

—Ojalá te pudras en el infierno, Harris —le escupí con rabia contenida—. Aunque debo admitir que me habría dado una satisfacción personal acabar contigo con mis propias manos.

Ya tenía las manos rodeando su cuello huesudo, listas para apretar, para sentir cómo se escapaba la vida de ese cuerpo que tanto me había estorbado. Pero mi agarre se debilitó, su mirada se volvió apremiante y desesperada.

—Quiero que cuides de mi hija —alcanzó a decir con un hilo de voz, mientras su respiración se entrecortaba—. Podrían matarla a ella también... Me han cortado los frenos...

Fruncí el ceño, incrédulo ante lo que escuchaba.

—¿De qué mierda estás hablando, Harris?

—Quiero que te cases con mi hija y te la lleves de aquí —insistió, con la voz casi inaudible—. Su vida está en peligro.

Solté una carcajada amarga y espeté:

—¿Acaso esto es una broma?

Su mirada se clavó en la mía, seria y agonizante.

—No tengo mucho tiempo... posiblemente no me salve de esta. Cásate con ella, por favor, sálvala —suplicó con la poca fuerza que le quedaba.

Sentí cómo la bilis me subía a la garganta.

—¿Te has vuelto completamente loco, Harris? —le dije, con la amenaza latente en cada palabra—. ¿Cómo demonios esperas que me case con una mocosa? ¡Y mucho menos siendo tu hija!

Su estúpida propuesta era una ofensa, una burla en este lecho de muerte. No me interesaba en lo absoluto.

—Ava es mi única hija... no tiene a nadie más en este mundo —jadeó, la voz casi un susurro. —Cuando yo no esté, quedará desprotegida, a merced de una jauría de hienas hambrientas. Es inocente, no está preparada para tanta hostilidad.

Solté una risa fría, sin humor.

—¿Dejarla a mi cuidado? ¡Es como entregarla directamente en las garras del mismo diablo, Harris! ¿Se te olvida quién soy?

Su desesperación era patética, pero su propuesta seguía siendo una locura.

—No tienes que amarla... solo protegerla —tosió con dificultad, la voz apenas audible—. Eres poderoso... incluso más que cualquier cuerpo policial. Ahora lo sé...

—¡Demonios! —injurié entre dientes. Su retorcida lógica era exasperante. ¿Proteger a su hija? ¿Yo? Esto era una pesadilla.

—Te entregaré años de investigación que tengo bien guardados en casa —siseó con esfuerzo—. Un dossier de documentos que te pueden servir para enfrentarte a tus enemigos, en especial a Luciano Tommasi. Sé que ambos se disputan las rutas de Estados Unidos y de Europa... Es tu máximo enemigo.

Entrecerré los ojos, la desconfianza seguía punzándome como agujas.

—¿Qué demonios quieres de mí, Harris? —pregunté con voz tensa—. Es muy extraño que me pidas que cuide de tu hija y, de repente, quieras colaborar con mi organización. No sé si todo esto es una trampa de tu parte.

—Tan solo mírame, Ivanov —reconoció con un hilo de voz, la mirada fija en el techo—.Tengo los minutos contados.

—¿Tu hija sabe algo de todo esto? ¿Ya has hablado con ella? —pregunté con frialdad, tratando de encontrar algún resquicio en su historia.

—Ya te dije que ella no pertenece a este mundo —replicó con voz débil, pero firme.

De pronto, la decisión se sintió tan clara y tajante como el filo de una navaja. Un silencio denso se apoderó de la habitación mientras luchaba contra las  dudas.

La idea de aceptar semejante locura, de casarme con su hija, era tan descabellada que mi mente se resistía. Pero la carnada que me ofrecía era demasiado tentadora: información valiosa para derrotar a Tommasi.

Jamás imaginé estar aquí, al borde de un pacto con el hombre que había destrozado a mi familia y era el responsable de la muerte de mi padre y mi hermano. Era una ironía profunda, casi cómica en su crueldad.

—Harris, no voy a obligar a nadie. Es muy posible que tu hija ni siquiera quiera verme, y mucho menos casarme conmigo. Tampoco tengo la menor intención de desposar a ninguna mujer, y mucho menos a una niña.

—Cuando amanezca hablaré con ella, te lo prometo —jadeó Harris, con la respiración cada vez más entrecortada—. Pero, por ahora, cuídala. Cuídala, aunque sea de lejos. Eres un lince, Ivanov; mírate... Te burlas de la justicia cuando te da la gana y entras y sales del país como si fueras de la sala a la cocina...

De inmediato, empezó a toser con fuerza, sacudido por espasmos.

Me detuve en seco, justo antes de desaparecer por el pasillo. Di media vuelta y volví sobre mis pasos hasta el umbral de su habitación.

—Está bien, Harris —dije con voz firme, aunque algo retumbaba en mi interior—. Acepto tu propuesta. Me casaré con ella.

Un leve suspiro de alivio se escapó de sus labios antes de que su cuerpo se sacudiera con otra tos violenta. Su semblante palideció aún más. No había tiempo que perder.

Sin decir una palabra más, salí de la habitación tan silenciosamente como había entrado. Era un trato extraño y peligroso, pero la promesa de venganza contra Tommasi resonaba con fuerza en mi interior. Ahora solo me quedaba esperar y ver si la hija de este policía aceptaría semejante locura.

Qué torpeza. Justo al doblar un pasillo cerca de la sala de espera, choqué con alguien. Por su rostro pálido y la tristeza que se reflejaba en sus ojos, supe al instante que era ella, la hija de Harris. Nuestras miradas se encontraron por un instante fugaz, pero intenso. Me observó fijamente, como si intentara descifrar un enigma, buscando algo familiar en un rostro que jamás debió haber visto.

—Eres tú... el hombre de la foto —susurró sorprendida y algo más que no pude descifrar.

Antes de que pudiera reaccionar, salió corriendo como si hubiera visto un fantasma. Instintivamente, me moví para seguirla, pero alcancé a ver cómo una enfermera la interceptaba y se la llevaba, sujetándola con firmeza. ¿Qué demonios significaba eso de «el hombre de la foto»? Ese asunto se volvía cada vez más extraño.

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