




Prefacio.
Reclusorio masculino, Moscú.
POV de Alexander.
Encerrado en este gélido infierno de Moscú, donde el eco de los barrotes y el hedor de la desesperación son la sinfonía diaria, he aguardado mi momento. Soy Alexander Ivanov, heredero de un poderoso imperio que se extiende más allá de estas murallas, hijo del difunto Vladimir Ivanov, cuya sombra aún oscurece los rincones más profundos del submundo.
Esta condena, una simple piedra en mi camino, no ha hecho más que afilar mi determinación. He jugado el papel del cordero, he manipulado el sistema con la precisión de un cirujano y he tejido una red de engaños para reclamar mi libertad.
Ahora, el Atlántico se extiende ante mí, un vasto océano que me separa de mi destino. Cruzaré sus aguas como un fantasma en busca de venganza en la tierra de aquellos que osaron tocar a mi familia.
En Estados Unidos, donde la traición se vistió de amistad, desataré la tormenta que he cultivado en las tinieblas. Cada segundo en esta prisión ha sido una cuenta regresiva, cada latido de mi corazón, un tambor de guerra. Ellos cosecharán el terror que sembraron, y el apellido Ivanov retumbará en sus pesadillas.
El eco metálico de mis pasos es lo único que se oye en el pasillo, un preludio de mi voluntad. La puerta de mi celda se abre con la misma facilidad con la que se doblega la voluntad de los hombres.
Un simple gesto o una mirada son suficientes para que el guardia abra las rejas y me deje salir al patio. Aquí, en este laberinto de hormigón y acero, mi nombre es sinónimo de poder.
Los Ivanov, una dinastía cuyo legado se extiende más allá de estas cercas, y yo, su heredero, soy el amo silencioso de este reino de fuego. Los reclusos y los guardias conocen la historia y son conscientes del peso de mi apellido. Saben que mi paciencia es tan mortal como el filo de una navaja.
—Me urge un cigarrillo —espeto.
El guardia, sin dudarlo, sacó un cigarrillo de su bolsillo y lo encendió.
—Aquí tiene, señor Ivanov.
De repente, una sombra se proyecta sobre mí; una figura imponente en este lugar. Es Dimitri, mi protector, el hombre que vela por mis intereses dentro y fuera de esta prisión.
Su mirada fría y calculadora escanea el patio en busca de amenazas. Su lealtad es un arma tan afilada como el acero.
—Alex, ya pronto saldrás de este infierno. Yo, por lo visto, me quedaré aquí.
—No digas eso, Dimitri. Muy pronto saldrás conmigo. Tenemos muchas cosas que hacer juntos.
—Pero he oído por ahí que solo saldrás tú y que yo no me voy a ir.
—No digas estupideces ni escuches a nadie en esta pocilga. Ya sabes cómo son las cosas aquí. Confía en mí, por favor.
—Yo confío en ti, Álex, pero no en la mafia.
—Ahora soy el nuevo líder, después de la muerte de mi padre y mi hermano. Seguiré con el legado familiar. Estoy metido en esto hasta el cuello y ahora soy quien manda.
—¡Así me gusta! ¡Con vigor, carajo!
Apreté los puños; la rabia me quemaba las venas.
—Aparte de continuar con el legado, me mueve el odio. Necesito vengarme de Robert Harris. Ese bastardo no solo acabó con la vida de mi padre, sino también con la de mi hermano, a quienes encarceló en Estados Unidos y extraditó a Moscú.
Dimitri suspiró. —Alex, deberías centrarte en el negocio. Lo tienes abandonado y eres el único superviviente de los Ivanov.
—Me sabe a mierda el negocio —escupí. —Juré en la tumba de mi padre que me vengaría y lo voy a cumplir.
La imagen de mi padre, su voz, sus palabras, todo se agolpa en mi mente, alimentando la llama de la venganza. El comisario Harris es el arquitecto de mi ruina y el responsable de mi orfandad. A punto de cumplir treinta años, siento que la vida me ha negado todo lo que ansío: una familia, una esposa, hijos, un hogar donde reine la paz. La rabia me persigue y me impulsa a buscar justicia y a saldar las deudas pendientes con sangre y fuego. Harris pagará por cada lágrima, por cada noche de soledad, por cada sueño robado a mi infeliz existencia.
Inmediatamente, la voz del guardia tronó en el patio, cortando el aire con su ordenanza.
—Ya es hora de irse, todos a sus celdas.
Dimitri asintió con la cabeza en señal de despedida y se alejó. Observé cómo se perdía entre las sombras del pasillo y luego me dirigí a mi celda, mi guarida. La puerta de metal se cerró tras de mí con un eco metálico, encerrándome en un mundo cargado de hostilidad y maldad que oscurecía mis pensamientos. Aquí, en la soledad de mi encierro, comencé a trazar los planes para mi venganza. Todo debía ser perfecto: cada detalle, cada movimiento, cada acción. Harris pagaría, y yo me aseguraría de que su sufrimiento fuera eterno.