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Capítulo 5. Mundo patas arriba

— ¿Y la dejaste en su departamento? —preguntó Charles, atónito.

Fruncí el ceño, confundido por su reacción. Sonaba como si estuviera siendo sarcástico.

—Sí, lo hice. ¿Qué tiene de malo? Simplemente... —su mirada me incomodó. Me puse de pie, metí las manos en los bolsillos de mi pantalón de vestir y miré el paisaje desde la ventana. Solté un largo suspiro antes de continuar—. Fui caballeroso. Tengo modales, Charles. Aunque no lo creas, todavía conservo ese lado.

—Lo sé, pero… ¿Sebastián Martin? ¿Quieres decir que tú escoltaste a esa hermosa dama hasta su departamento? ¿No tu seguridad? ¿Tú personalmente?

Ya veía por dónde iba. Me giré hacia él y negué con diversión.

—Bien, bien, admito que no suelo hacer este tipo de cosas. No acostumbro a perseguir mujeres… ellas me persiguen a mí. Pero bueno, no tiene nada de malo cambiar los roles de vez en cuando.

—¿De ser una hermosa dama y ser perseguida? —ironizó.

Rodé los ojos y negué con la cabeza.

—Me refiero a… —bufé, perdiendo el interés en la conversación—. Olvídalo, no te he contado nada. Por cierto, ¿cómo te va en tu nuevo rol de hombre casado?

Charles se tensó y desvió la mirada.

—¿Problemas en el paraíso tan rápido?

Guardó silencio por unos segundos antes de responder.

—Dominica y yo estamos bien, es solo que… es una maniática. Como tú.

Arqueé una ceja y crucé los brazos, esperando que continuara.

—Me refiero a que le gusta tener todo bajo control. El orden, la economía, las salidas planeadas… incluso sus días de ovulación. —Torció los labios con frustración—. Me siento… usado, de cierta manera. Como si solo estuviera casada conmigo para formar una familia. ¿Dónde quedó el romance? ¿El sexo espontáneo? ¿Las caminatas de la mano? ¿Las idas al cine? ¿El simple hecho de sentarnos a leer en silencio en la sala? Son muchas cosas. Solo llevamos dos meses de casados y… bueno, olvídalo. No me hagas caso.

Me miró, esperando mi respuesta.

—Diré lo que siempre digo: "Hablando se entiende la gente". Aplícalo hoy.

Sonrió, como si hubiera esperado exactamente esa respuesta.

—¿Y la vas a volver a ver?

Por un momento no entendí a quién se refería.

—¿A quién?

—A la señorita de pelo rojo. ¿Cómo se llama? —preguntó con curiosidad.

No sé por qué demonios, pero una sonrisa se me escapó como un idiota.

—Se llama Dakota Brown.

En un momento de ocio, había buscado en internet el significado de "Dakota". Era la segunda vez en mi vida que escuchaba ese nombre y, por alguna razón, me causó curiosidad. Descubrí que significaba: "Le gusta saltarse las reglas y dejarse guiar por su instinto". Sin darme cuenta, una sonrisa se dibujó en mis labios.

—Vaya... hasta corazones te salieron en los ojos y en la boca al decir su nombre.

Rodé los ojos y bufé.

—No es nada de eso. Solo que... es extraño. No sé qué me pasa con ella. ¡Por Dios santo, apenas la vi hace unos días y ya estoy investigando su pasado, su presente y hasta sus trabajos!

—Bueno, podría ser que al fin encontraste a la horma de tu zapato. Tal vez ella sea la próxima señora Martin.

Negué con la cabeza.

—Baja el drama. Que estés casado no significa que tienes que casarnos a todos.

Charles soltó una carcajada.

—Tenía que intentarlo.

—Hijo, qué bueno que llegaste. Tu hermana se está instalando en su antigua habitación.

Fruncí el ceño, sorprendido.

—¿Qué? ¿No se suponía que debía estar en París?

—Así es... —Mi madre cerró la puerta y tomó mi brazo con discreción, bajando la voz—. Pero su marido le ha pedido tiempo.

Mis ojos se abrieron con incredulidad.

—¿Tiempo?

Ella asintió con un dejo de tristeza.

—Al parecer, Bruno ha estado viajando mucho últimamente. Keira dice que la ha dejado sola. Llegó anoche y... está destrozada.

—¿Por qué no me avisaron?

Mi irritación era evidente. Me apresuré hacia las escaleras.

—Voy a hablar con ella.

—Espera. No le digas que te conté.

Asentí y subí los escalones, pensando en qué decirle. Tal vez un "¿Lo desaparezco?" sería una opción interesante. Sonreí para mis adentros.

Toqué la puerta, pero su respuesta fue inmediata:

—Quiero estar sola.

Ignoré sus palabras y entré. Keira estaba sentada en un sillón individual de estilo victoriano, junto a la ventana. Se abrazaba a sí misma, con los pies sobre el borde del asiento, mirando hacia el exterior.

—¿Sabes que tengo influencias para averiguar lo que se trae entre manos?

Se giró bruscamente. Sus ojos estaban enrojecidos de tanto llorar. Me conmovió. Keira y yo éramos parecidos en muchos aspectos: ninguno de los dos solía mostrar vulnerabilidad.

—No es necesario —respondió, limpiándose las lágrimas con las manos—. Sabes que yo también tengo mis contactos...

Hizo una pausa y luego dejó escapar una amarga risa.

—El hijo de puta embarazó a una italiana de veintitrés años. Una pasante en su empresa.

Sentí una punzada de rabia.

—¿Sabes qué es lo peor de todo? —susurró, con la voz quebrada—. Que yo quería formar una familia.

Asentí en silencio. Lo sabía.

—Me costó mucho aceptar la idea de ser madre, pensar que podía criar a alguien, darle amor, tiempo... Pero después de tantos intentos fallidos, me rendí. Aun así, lo anhelaba en secreto. Y él lo sabía. No perdió el tiempo y embarazó a la primera que se le cruzó.

Me senté en el borde de la cama y la observé con seriedad.

—Levántate.

—Hoy solo soy una simple mortal, Sebas.

Sonreí con diversión.

—Keira, sé que esperas que te diga algo que te haga sentir mejor por un momento, pero lo único que te diré es esto: hay millones de hombres en el mundo. Divórciate, déjalo en la calle y sigue con tu vida.

Ella apenas curvó los labios en una diminuta sonrisa.

—Eres hermosa, joven, millonaria. Tienes una línea de cosméticos que podría mantener generaciones. ¿Entonces?

—Yo quería a Bruno... no a los millones de hombres que dices que hay en el mundo.

Crucé los brazos y le lancé una mirada de irritación.

—Ya entendí a dónde quieres llegar —dijo con un suspiro.

Se quedó callada por unos segundos, como si estuviera recordando algo. Luego, con un cambio de tono repentino, preguntó:

—Por cierto...

Me tensé. Algo en su mirada me dijo que la conversación estaba por girar en otra dirección.

—¿Quién era la mujer con la que bailaste en tu cumpleaños?

Supe que el tema de Bruno había quedado atrás.

—¿Te sientes mejor? Veo que ya estás investigando mi vida privada.

Keira sonrió con picardía.

—Te pillé, ¿no?

Fruncí el ceño, confuso.

—¿Pillado?

—Fui testigo de cómo seguiste a esa chica hasta los servicios, con tu guarura.

Arqueé una ceja.

—Detente.

—¿Por qué? Se nota que el chisme está bueno. Además, minutos después ella salió disparada a su mesa con sus amigas y se marcharon a toda prisa. ¿Qué pasó en los baños?

—No suelo hablar con nadie de mi vida privada.

Corté el tema de tajo.

—Sebastián Albert Martin.

Hice una mueca de horror.

—¿Por qué tienes que sacar a relucir mi segundo nombre cada vez que puedes? Sabes que lo odio.

Ella sonrió de oreja a oreja.

—No podrás esquivar el tema. Anda, suelta prenda. Quiero saber.

Nos quedamos en silencio, observándonos fijamente.

Keira no iba a soltarme tan fácil.

—Es una mujer que me llamó la atención. La investigué y quiero conocerla.

Su expresión fue de absoluto asombro. Sus cejas se alzaron como si hubiera dicho la mayor locura del mundo.

—¿Tú quieres conocer a una mujer? ¿Conocerla de verdad… como en una relación normal? —Su tono era incrédulo.

Torcí los labios en un gesto de desaprobación.

—No es por ahí.

—Entonces, ¿sexual? Porque, seamos sinceros, nunca te ha faltado compañía. Y no cualquier compañía… modelos, actrices, mujeres que muchos sueñan con tener. ¿No te basta con las que siempre te rondan? Por cierto, hace tiempo que no te veo en revistas.

Me quedé en silencio un momento, considerando su comentario. Es cierto. Últimamente he estado demasiado concentrado en la empresa, en la familia, en expandir mis negocios en España. Me alejé del juego sin siquiera darme cuenta. Y cuando observo a mi alrededor, veo lo que les pasa a los demás: divorcios, infidelidades, crisis de pareja, depresiones, dinero derrochado en terapeutas y psicólogos. Un caos.

Hace años me prometí a mí mismo no enamorarme. Solo disfrutar del momento, sin ataduras, sin complicaciones.

—Tengo mucho trabajo. —Me puse de pie con decisión—. Me voy.

No solía hablar de mi vida privada con nadie, mucho menos con ella. Aunque las especulaciones sobre mis romances iban y venían, la verdad era que casi siempre fallaban.

—Señor hermético —se burló Keira.

Me detuve en la puerta y giré la cabeza hacia ella.

—Puedes llorar por hoy, pero mañana…

—...Mañana seré otra Keira —terminó por mí, con una leve sonrisa cansada.

—Exacto. Cuídate.

Salí de la habitación con el eco de su dolor aún resonando en mi pecho. Keira era fuerte, siempre lo había sido. Pero verla así… me revolvía las entrañas.

Mientras bajaba las escaleras, mis pensamientos regresaron a Dakota Brown. Aquella noche, cuando nuestros cuerpos se rozaron, hubo algo más allá de la simple atracción. Un cosquilleo recorrió mi piel, erizándola de una forma que no sentía desde hacía mucho tiempo. Y lo supe. Ella también lo sintió.

Al llegar a la cocina, encontré a mi madre sentada en la isla de granito. Sostenía su taza de té humeante entre las manos y, en cuanto crucé la puerta, sus ojos me buscaron.

—¿Está mejor? —preguntó, con la serenidad de quien ya conoce la respuesta.

Asentí con un leve movimiento de cabeza y me acerqué a ella con paso lento.

—Tengo que marcharme.

Me incliné y dejé un beso en su frente. Antes de que pudiera alejarme, levantó una mano y acarició mi mejilla con ternura.

—Se acerca el día en el que me sorprenderás con una noticia —dijo con esa certeza maternal que nunca fallaba—. Veo ese brillo en tus ojos. Es algo bueno.

Negué con la cabeza, esbozando una sonrisa escéptica.

—Ah, no, señora Martin. No use su "magia" conmigo.

Su sonrisa se ensanchó.

—Nunca me equivoco, Sebastián. Creo que tu mundo… ya está patas arriba.

Y, aunque no lo admitiera en voz alta, algo dentro de mí me decía que tenía razón.

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