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Capítulo 4. Sensaciones

DAKOTA

Manejé sin rumbo, mi mente aún atrapada en los acontecimientos de la noche. Había tomado la autopista equivocada y ahora me encontraba en las afueras de la ciudad. Mi respiración era errática, mis manos temblaban sobre el volante y mi piel ardía con el recuerdo de sus labios, sus caricias y el sonido grave de sus gruñidos en mi oído. El pulso martilleaba con fuerza en mis sienes mientras frenaba de golpe a un costado de la carretera.

— ¡No, Dakota! ¡Es trabajo! ¡Piensa! ¡Detén esto! —exclamé en voz alta, intentando recuperar la cordura. Caminé unos pasos alejándome del auto, aspirando el aire fresco de la noche en un intento desesperado por calmarme.

Un estallido de risa irrumpió en mi pecho al recordar el momento en que, por accidente, escupí sobre su ropa y su rostro. Reí a carcajadas, sintiendo la tensión deshacerse por un instante.

— ¡Eres una tonta!— murmuré entre risas, hasta que estas se mezclaron con lágrimas incontenibles.

El tráfico era escaso, solo algunas luces dispersas iluminaban la carretera desierta. Saqué el móvil de mi abrigo y la pantalla iluminó mi rostro con una serie de notificaciones. Veinte llamadas pérdidas. Mensajes insistentes.

«¿Dónde estás? ¿Qué fue lo que hice?» «Contesta, por favor.»

Un escalofrío recorrió mi espalda. Saber que Sebastián se preocupaba por mí, despertó algo en mi interior que no quise analizar. Nadie lo hacía, nadie se molestaba en buscarme. Ni siquiera mis compañeras, ellas solo estaban para cumplir con su trabajo y cobrar el maldito bono al final del mes.

Apagué el teléfono con un suspiro. Necesitaba poner en orden mis prioridades, necesitaba salir de esto antes de que fuera demasiado tarde. Iba a renunciar. Que otra mujer lo hiciera, que fuera alguien más quien sintiera sus manos, su aliento caliente contra la piel, su boca reclamando la suya— el estómago me ardía con solo imaginarlo.

¡Esta no eres tú, Dakota! ¡Apenas lo conoces! Solo han sido dos días de interacciones físicas, aunque meses de estudio sobre su perfil. Esto es una locura...

Me senté sobre la cajuela del auto, observando las luces intermitentes del tráfico nocturno. Perdida en mis pensamientos, ni siquiera noté el Bentley negro estacionarse detrás de mí hasta que escuché su voz.

— ¿Por qué apagaste el móvil?

Salté en mi lugar y giré la cabeza. Allí estaba Sebastián, de pie, con las manos en los bolsillos y la tensión reflejada en cada línea de su cuerpo. La preocupación se dibujaba en su rostro, junto con las ojeras que oscurecían su mirada y la sombra de una barba incipiente.

— ¿Qué haces aquí? —pregunté, mi voz cargada de una acusación innecesaria.

—Me preocupé —dijo con una seriedad implacable—. Saliste del restaurante como si el diablo te persiguiera. Patinaste las llantas en el estacionamiento y te metiste en el tráfico sin pensar. Con el alcohol que tienes en la sangre, podría haberte pasado cualquier cosa.

Apreté los labios.

—Mi jefe de seguridad también estaba inquieto —continuó—. Me ayudaron a localizarte, pero sólo esta vez. Lo hice porque me preocupas, Dakota.

Mi garganta se secó. ¿Por qué se preocupaba tanto? ¿Por qué parecía conocerme mejor que yo misma?

—Sebastián, apenas nos conocemos… No tienes por qué preocuparte. —intenté replicar, pero se acercó más, hasta quedar cerca mis piernas. Su calor era sofocante.

—Eres una niña de sangre española y americana, abandonada a los tres años en un orfanato —comenzó a decir en voz baja, sus pulgares rozando mis mejillas—. Aprendiste a defenderte de las otras niñas, fuiste brillante en la escuela, pero también rebelde. Las monjas del orfanato te adoraban, y te aferraste a ellas como si fueran tu verdadera familia. Rechazaste ser adoptada porque no querías perderlas.

Mi corazón latía con fuerza. Nadie sabía eso, excepto George, quien me investigó antes de asignarme este trabajo.

—Trabajaste en un supermercado de medio tiempo para pagar tus estudios, terminaste dos carreras: Mercadotecnia y Negocios Internacionales. Hablas cinco idiomas. Has rechazado ascensos que podrían haberte llevado a lo más alto. Has salido con varios de mis colegas en cenas, espectáculos, pero nunca dejas que la relación pase de eso.

«Me investigó». Sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal.

—Soy el primogénito y primer heredero de la familia Martin… —continuó—. Debo saber quién me rodea. Y tú, Dakota, me interesas. Mucho.

No supe qué responder.

—Creo que te preocupa el nivel económico de la persona —su tono se suavizó—. Pero puedo adaptarme. Si quieres sentarte en las escaleras de tu edificio y beber vino blanco, puedo hacerlo. Si el restaurante fue demasiado, podemos ir por algo en la esquina, en esos puestos de comida. Nunca lo he hecho, pero podría intentarlo. Quiero que sepas que eres la primera mujer en mucho tiempo que ha captado mi atención. No suelo involucrarme más allá de una noche. Pero contigo, no sé qué me pasa y es lo más inquietante que me ha pasado en tan solo un par de días.

Me mordí el labio, sintiendo la quemadura de las lágrimas en mis mejillas.

— ¿Lo harías? ¿Sentarte en las escaleras a tomar vino blanco? ¿O cenar comida callejera? —pregunté con una sonrisa incipiente.

—Lo haría. Pero solo si tú quieres.

No lo dejé hablar más. No pensé. No razoné. Mis manos atraparon las orillas de su abrigo y tiré de él, mis labios atraparon los suyos con ansia, con hambre, con la certeza de que estaba cometiendo el mayor error de mi vida. Sebastián respondió al instante, rodeándome con fuerza, reclamando mi cuerpo como si me hubiera esperado desde siempre.

Dakota, estás jugando con fuego...

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