




Capítulo 2. Desarme
DAKOTA
Me deslicé entre la multitud de invitados, buscando los servicios. Un camarero pasó y, en un movimiento rápido, le pregunté por la dirección. Me dirigí hacia el largo pasillo en busca de los baños. Un calor interno me invadió, como si estuviera a punto de combustionar. Al llegar, empujé la puerta con decisión. Justo cuando entraba, dos mujeres salían entre risas. Las esquivé y me deslicé en un cubículo. Fue en ese momento cuando el vibrar de mi móvil me distrajo.
«El señor Martin va hacia ti.»
Mis ojos se abrieron un poco más. No lo esperaba, y ciertamente no lo necesitaba. Cerré los ojos por un segundo, intentando calmar mi respiración. Escuché la puerta, abrirse y luego cerrarse. El clic del seguro resonó en mis oídos. Mi corazón latía con fuerza. Silencié el móvil y fingí estar en una conversación.
—Sí, ya te he dicho que hemos terminado. No quiero seguir lidiando con un alcohólico. ¿Cuántas veces intenté ayudarte a superarlo? No, esto ya terminó. —Simulé que cortaba la llamada. Me levanté y alisé mi vestido, asegurándome de que no tuviera arrugas. Puse la mano en la puerta del cubículo, soltando un largo suspiro. «Es hora de comenzar.» Las lágrimas falsas cayeron de mis ojos, y solté un sollozo. Empujé la puerta y caminé directo a los lavamanos, dejando caer el pañuelo a propósito. No lo recogí. Me lavé las manos, y al alzar la mirada, él estaba allí, justo detrás de mí. Intenté mostrar sorpresa.
— ¿Señor Martin? —pregunté, abriendo un poco más los ojos.
Él se acercó y me entregó su pañuelo. Lo acepté en silencio.
—Gracias. —Le sonreí cortésmente.
— ¿Te encuentras bien? —Su voz era grave, sin rastro de humor, y me incomodó un poco.
Me alejé del lavamanos y él se apartó para dejarme pasar. Nuestros cuerpos rozaron casi sin querer.
—Sí, gracias. ¿Qué hace aquí? —le pregunté mientras secaba mis manos, sin mirarlo.
«Desinterés absoluto, Dakota.»
— ¿Ese es tu juego? —dijo, arqueando una ceja. Me giré hacia él, pero en un movimiento rápido, él se acercó a mi espalda, empujándome de nuevo hacia los lavamanos. Nuestros ojos se encontraron en el espejo frente a nosotros.
Negué con sorpresa.
—No sé de qué habla, señor Martin. —Mi voz fue firme, pero por dentro, mis nervios se dispararon.
—Seduces con ese vestido. Eres una tentación absoluta. —Su aliento caliente rozó mi oído al inclinarse hacia mí.
—No estoy seduciendo a nadie. A mal… —me interrumpió con un susurro.
—Hueles exquisito. Finges no bailar, pero no puedo dejar de notar que eres alguien que se esconde. Solo algunas personas saben quién eres, y esos ojos… —No bajé la mirada.
No era sumisa de nadie.
—Gracias, lo tomaré como un cumplido. —Arqueé una ceja con desafío.
—Tus ojos… son sin duda tu arma más letal en un grupo de hombres. Pero no me apantallas. Si usaras algo más discreto, podría prestarte un poco de atención. No me gustan las mujeres que exhiben tanta piel solo para llamar la atención.
Intenté girarme, molesta, pero sus manos me sujetaron con firmeza, impidiéndome el movimiento.
— ¡Suéltame! ¿De verdad cree que solo porque una mujer usa un maldito vestido elegante, está detrás de usted? ¿En qué siglo vive? —exclamé, irritada.
— ¡Eso! Esa es la mujer real que estaba buscando. —Señaló mi reflejo en el espejo.
Mis mejillas se tiñeron de rojo.
—Señor Martin, le pido que me suelte… —apreté los dientes, frustrada. Esto estaba saliendo mal.
—Ese color en tus mejillas, no puedes fingirlo. Entonces, ¿qué quieres de mí? ¿Una noche? —preguntó con voz ronca, un tono que recorrió mi cuerpo de manera imprevista. Mi piel ardía. ¿Era una invitación? ¿Aprovecharía la oportunidad, Dakota?
—No quiero nada. No busco nada. Y no me interesa nada de lo que pueda ofrecerme. —Mi voz se mantuvo desafiante, lo que pareció molestarle aún más. En un giro rápido, me vi frente a él. El aroma que desprendía era… electrizante.
—Eso lo dudo. Tú quieres algo. Mi intuición me lo dice. No estás aquí solo para bailar o para pasar el rato. Dime qué quieres, Dakota. Te lo puedo dar. Pero solo una vez.
Mis ojos se agrandaron por la sorpresa. Sus palabras cargadas de deseo hicieron que mi respiración se acelerara. Sus pupilas estaban dilatadas.
— ¿Una vez? ¿Crees que quiero sexo con usted? —pregunté, con ironía. Su mirada bajó a mis labios. Sin pensarlo, los humedecí.
—Desde que tus ojos cruzaron los míos… —tragué saliva.
—Te equivocas. Así que… —me solté de su agarre y me deslicé fuera de su alcance—. Busque a otra que caliente su cama, señor Martin. —Abrí el seguro de la puerta y salí con el corazón a punto de desbordarse.
A unos metros, vi a un hombre alto, con corte militar y traje negro. Supuse que era el guardaespaldas de él.
Me dirigí rápidamente hacia la mesa donde las chicas estaban esperando, haciéndoles señas para que nos fuéramos de allí.
— ¿Ya? —Charlize preguntó, curiosa, mientras recogía su bolso.
—Fue el rapidín más rápido que he visto, amiga. —Ely, la morena, soltó una risa.
—Vámonos. Ahora. —Dije, apurando el paso mientras tomaba mi abrigo. Charlize y Ely me siguieron al estacionamiento.
— ¿Qué pasa? ¡Estás pálida! ¿Te hizo algo él? —Charlize me miró preocupada.
Negué con la cabeza mientras tomaba el volante, quitándome las zapatillas y abrochándome el cinturón. Justo cuando todas subían al coche, un toque en el cristal me hizo saltar.
Era el guardaespaldas de Sebastián. Bajé la ventana y me sonrió amablemente.
—El señor Martin me pidió que le entregara esto. Dijo que lo olvidó en el lavamanos. —Me tendió mi móvil. Charlize me dio un codazo y yo reaccioné rápidamente, avergonzada.
—Gracias, disculpe… —dije, mientras el guardaespaldas se marchaba con una mueca.
El coche quedó en silencio mientras observaba el móvil en mis manos. ¿Desde cuándo me estaba distrayendo tanto? ¿Habrá leído los mensajes? Maldije en un susurro. Si los leyó, estaba perdida. No. Estaba equivocada. Recordé que ya los había borrado. Respira. Solté el aire lentamente.
—Parece que alguien está distraída… —La voz de Ely me sacó de mis pensamientos.
No debía bajar la guardia. No era un empresario cualquiera.
Era Sebastián Martin.
***Finalmente llegué al departamento. Aún me sentía impresionada, sacudida hasta los huesos por cómo Sebastián Martin me había desarmado. Nadie… maldita sea, nadie lo había hecho antes.
Me dejé caer en el sofá de la amplia estancia mientras Charlize daba el último informe de la noche.
—Sí, todo bien, Jefe. Tiene una semana para encontrarla. O actuaremos de otra manera —dijo con determinación.
Pero mi mente estaba en otra parte. Sus labios. Sus ojos grises fijos en mi boca, el modo en que la humedeció con la lengua, como si fuera un gesto casual. Y el calor que provocó sin siquiera besarme…
— ¿Dakota? —Charlize rompió mi burbuja. Me giré y la vi extendiéndome el móvil, que vibraba insistentemente en su mano.
La pantalla mostraba un nombre que me erizó la piel: SEBASTIÁN MARTIN.
Abrí los ojos en shock. Charlize me arrebató el teléfono antes de que reaccionara, y con una sonrisa traviesa, respondió. Luego, sin borrar su expresión divertida, me lo entregó.
—Es de muy mala educación husmear en los teléfonos ajenos —dije como primera línea de defensa.
Del otro lado, una carcajada profunda y sincera me hizo cerrar los ojos. Joder.
—Tienes razón, pero saliste tan deprisa que… en fin, fui un maleducado. No me arrepiento.
Ese tono. Ese maldito tono suyo podría desarmar a un pelotón entero.
—Te disculpo por no arrepentirte —respondí con fingida indiferencia—. ¿A qué debo su llamada, señor Martin?
Charlize ya había salido de la estancia, y se lo agradecí. No quería que me viera sonrojarme con nuestro objetivo.
—Quiero invitarte a cenar. Quiero conocerte más. —Directo. Sin rodeos. Esperando mi respuesta.
Inspiré profundo, tratando de no delatar la tormenta en mi interior.
—No lo sé. Déjame revisar mi agenda y te daré una respuesta. Buenas noches, señor Martin.
Y colgué antes de que mi voz me traicionara.