




Capítulo 4. Pensé que eras valiente.
Zayen
Odiaba las adulaciones, odiaba las copas de vino falso, las risas forzadas. Pero esa noche, necesitaba una distracción. Algo que acallara el eco molesto de su nombre y de lo que había hecho de mi cabeza.
Por eso decidí ir al club Neón Dreams, entré sin expectativas. El club vibraba con un ritmo que no me interesaba.
Sonaba como todos los demás: música alta, cuerpos pegajosos, risas falsas. Un desfile de rostros pintados, hombres jugando a ser dioses, mujeres tratando de atraparlos.
Era un escenario que conocía demasiado bien. Un juego en el que yo siempre llevaba las cartas ganadoras.
Pero esta noche no buscaba jugar.
Ingresé a la zona VIP sin necesidad de abrir la boca. Mi apellido abría puertas, y si eso no bastaba, el dinero las arrancaba de cuajo. Walter ya estaba en una mesa con una botella de whisky, como si el mundo le perteneciera.
La música golpeaba mis tímpanos como si intentara despertarme de mi letargo. Estaba allí, en la discoteca más exclusiva de la ciudad, rodeado de gente, pero sintiéndose más vacío que nunca.
—¿No deberías estar celebrando algo? —dijo sirviendo dos vasos—¿Celebrando tu última adquisición?
Walter, mi único amigo real, se inclinó sobre la mesa VIP con una sonrisa burlona.
—O mejor dicho, tu último contrato millonario.
No respondí. Me dejé caer en la silla de cuero y aflojé el botón del cuello de mi camisa. No estaba de humor para la misma conversación de siempre.
Walter entusiasmado, se inclinó un poco hacia adelante.
—Hombre, lo digo en serio. Es un jodido hito histórico lo que ha ocurrido.
Mantuve el whisky en mi mano sin probar ni un solo sorbo.
Firmar esos papeles fue solo un movimiento de negocios, nada más.
—No hagas preguntas que no quieres que responda.
Se rio con ganas, como si hubiera dicho algo divertido.
—Si me lo dices así, entonces lo confirmo. Te importa un carajo, ¿no?
No le di el gusto de responder. Porque era cierto.
Firmé el contrato. Cerré el trato. No había razón para prestarle más atención.
Le presté atención a mi amigo, hasta que desde mi mesa del salón VIP, entre el humo y las luces estroboscópicas, observé en la pista de baile, bajo las luces de neón azul y púrpura, a una mujer que no encajaba con el resto. Moviendo su cuerpo como si estuviera en guerra con el mundo.
Fue un segundo. Un simple giro de mi cabeza.
Su piel resplandecía bajo las luces, cabello corto, rubio como el oro derretido. Short de Jeans, como si los hubiera rasgado con sus propias manos, que dejaban ver sus muslos tonificados. Una camisa atada bajo el busto, revelando un vientre plano marcado por la música, que me hizo tragar saliva.
Bailaba sola. Sin miedo. Sin buscar a nadie.
Y por eso… todos la miraban.
Yo la miraba. Era salvaje. Hermosa. Diferente.
Bailaba como si luchara contra sus propios demonios. Cada movimiento era pura electricidad, pura rabia contenida.
Yo que siempre había preferido mujeres con cabellos largos y vestidos de seda, sentí que el aire se me atoraba en el pecho.
Nunca había visto algo tan salvajemente hermoso.
—¡Guao! ¿Quién es ella? —pregunté, sin apartar los ojos de la pista.
Walter siguió mi mirada y se encogió de hombros.
—¡Es hermosa! Aunque nunca la había visto. Pero puedo averiguarlo por ti.
Lo pensé un segundo.
—No es necesario. La conoceré por mi cuenta —murmuré ajustándome el puño de la camisa con gesto automático.
Walter soltó un bufido, sirviéndose otro trago.
—Eso sí que es nuevo. Nunca te he visto interesarte en nadie. Siempre son ellas las que vienen corriendo detrás de ti.
No respondí. Ni siquiera lo escuché.
Porque no podía dejar de mirarla.
Ella giraba con los ojos cerrados, perdida en su propio mundo, sin saber que había captado la atención de un hombre que jamás ponía interés en nadie.
De pronto alguien se atravesó en mi visión.
—¡Zayen, mi amor!
Reprimí el impulso de fruncir el ceño.
Una mujer. Cabello claro, labios rojos, un vestido demasiado ajustado. No recordaba su nombre y en eso momento no me importaba recordarlo.
—Sabía que te encontraría aquí —canturreó, moviendo las caderas de un lado a otro.
Le lancé una mirada indiferente.
—¿Me buscabas por algo?
Sonrió como si creyera que eso significaba algo.
—¡Eres mi ídolo por lo que hiciste hoy! ¿Estás celebrando?
Antes de que pudiera responder, apoyó la mano en mi brazo.
La sensación me molestó. Me hizo querer levantarme y marcharme. La aparté de un manotazo, haciéndola a un lado.
—¡No me toques!
Se movió a un lado, con los labios fruncidos.
—Lo siento, no quise molestarte.
—Pero lo estás haciendo.
Se hizo un silencio incómodo. Aunque no me molesté en llenarlo.
Tomé el vaso que Walter me había servido sin darme cuenta. Lo bebí sin pensar, bebí todo el contenido de un trago, sin poder apartar mis ojos en la hermosa ninfa en la pista, que ahora giraba en círculos lentos, con los brazos levantados, los labios entreabiertos.
Algo en mí se estremeció.
—¿Te vas a quedar mirándola toda la noche? —Me dijo Walter alcanzando otro whisky, pero lo rechacé con un gesto.
—No.
Me levanté y comencé a abrirme paso entre la multitud. La gente se apartaba instintivamente, como si sintieran el peligro que emanaba de mí.
Ignoré los codos y las miradas de reconocimiento. La gente siempre me miraba, pero hoy solo me importaba una mirada. La suya.
Ella siguió bailando sola en el centro, porque los demás se alejaban de su lado como si irradiara algo que los intimidaba. Y sí, lo hacía. Era salvaje. Pura. Desatada. Como si se hubiera arrancado una piel falsa y ahora brillara en la suya.
Cuando me detuve frente a ella, el mundo se redujo a dos cosas:
Sus ojos verdes, brillando como vidrio roto bajo las luces, un verde vivo, feroz, de los que no se ven todos los días, y el modo en que su respiración se aceleró al verme, como si me reconociera.
Su cabello era un desorden perfecto, marcando un rostro que parecía diseñado para provocar problemas. Ojos verdes.
—¿Sola? —pregunté, inclinándome para que mis palabras rozaran su oreja.
Ella se apartó como si la hubiera quemado.
—No necesito compañía.
—Yo sí —mentí, atrapando su muñeca con suavidad—. La tuya.
Su piel era cálida bajo mis dedos. Olía a jazmín y a algo más picante, como la sal del mar.
Ella miró la mano y luego extendió la vista hacia mí de manera desafiante.
—¿Cómo te llamas? —pregunté, sin adornos.
Mi voz fue grave, rasposa. Mi deseo… apenas disfrazado.
Sonrió de lado. Esa sonrisa me jodió la lógica.
—¿El interesado en conocernos eres tú? —respondió.
Incliné un poco la cabeza, divertido.
—Soy Zayen Barón.
Ella parpadeó. Luego asintió.
—Yo soy… Alina.
Mintió. Lo supe por su titubeo, pero no me importó.
Quise reír. No lo hice.
Nos miramos. En silencio. El ruido del lugar desapareció. Solo estábamos nosotros dos.
Ella dio un paso atrás.
—¿Vas a quedarte ahí como una estatua o vas a bailar?
La sonrisa se me escapó antes de poder controlarla.
—No bailo.
—Qué pena. Pensé que eras valiente. Entonces apártate y no me estorbes —me dijo mirándome con desdén.
Sin sorpresa. Sin coquetería.
No bailo. Pero esa noche, por primera vez en años… quise aprender.
—Enséñame —susurré, tomándola de la mano, acercándola a mi cuerpo y apretándola con fuerza contra mi pecho, mientras nuestras respiraciones se entrecortaban.