




¡Necesito de tu apoyo!
Cuando Camila llegó a la villa, no ve el auto de Fernando, por lo que se da cuenta, que este no había llegado.
―Buenas noches, Señora Camila, me he quedado preocupada ¿Cómo siguió su padre? ―pregunta el ama de llaves, interesada.
―Buenas noches, Lola. Sí, disculpa que no te llamé para avisarte, pero me pasaron tantas cosas que ni hablar, mi papá ya está fuera de peligro, lo operaron de emergencia
―¡Ave María! Lo importante es que ya está fuera de peligro, Señora.
―Sí, la verdad, sí, no sabría qué hacer si le pasa algo a mi padre.
―Por cierto, la cena ya está lista ¿va a comer ahora? O ¿esperará al Señor?
―Creo que lo voy a esperar, puedes volver a tus quehaceres.
―Como usted ordene mi señora, con permiso.
Camila se quedó en la sala de estar, pensando en todo lo que tenía encima, no solo el mal estado de su relación sino también el gran problema en el que estaba metido su padre, solo por ayudar a alguien a quien se hacía llamar amigo, lo único que tenía como motivo para seguir adelante en todo esto, era su lucecita, ese bebé que estaba creciendo en su vientre.
«¿Cómo haré? ¿Cómo le digo a Fernando lo que está pasando con mi padre? ¿Será que accederá a ayudarme?», pensaba mientras acariciaba su vientre.
A Camila no le gustaba hablar de temas económicos con su marido, pues eso conllevaba a un pleito entre ambos o en su defecto, corría el riesgo de salir perdiendo.
«No sé qué hacer... Creo que la única salida que tengo es arriesgarme, no hay de otra»
Conforme buscaba soluciones en su mente, los minutos pasaban veloces, las luces se encendieron, el cielo se cubrió con su manto oscuro y Fernando, seguía brillando por su ausencia.
Camila se dio cuenta que el tiempo iba pasando y ella solo estaba ahí, esperando a Fernando como cada día y cada noche, aun sin tener la certeza de que llegaría para compartir un instante con ella, la comida o solo conversar de algunos temas, como lo hacen normalmente las parejas, pero... olvidaba que su matrimonio, era algo fuera de lo común, que no era la típica unión que conversaba de los acontecimientos diarios o de planes a futuro.
¿Planes? Nunca hubo, al menos no para él, sin embargo, ella tenía la ilusión, que algún día las cosas cambiarían, pero ese día aún no llegaba y ahora, la esperanza se acortaba cada vez más.
«¿Será que lo llamo? No, mejor no lo hago. A él no le gusta que lo molesten y mucho menos yo», pensó mientras su corazón se encogía cada minuto más.
«¿Por qué Fernando será así conmigo? ¿Qué le he hecho yo en todo este tiempo para que me haga este tipo de desprecio? Entiendo que en todo este tiempo hubo muchos altibajos pero..., mejor dejo de pensar tanto o de lo contrario, me voy a volver loca», suspiró.
―Lola ¿estás ahí? ―preguntó, acercándose a la cocina.
―Sí señora, aquí estoy, ¿en qué puedo servirle?
―Ya no esperaré al señor, voy a comer. ¿Me puedes servir, por favor?
―¡Claro, señora! Enseguida le pongo la mesa.
―Gracias.
El ama de llaves le sirvió la cena a Camila, pero esta, si acaso probó bocado. Tantos problemas agobiándola, sin embargo, debía alimentarse por el bien de su pequeño bebé que no tenía la culpa de lo que acontecía en su vida.
Era la una de la madrugada y Camila seguía sentada en aquel frío sofá, a la espera de la llegada de su marido. Se recostó un poco, quedándose dormida aunque no profundamente.
De repente, escucha el sonido de la puerta. Se despabila y se acomoda un poco, antes que Fernando aparezca en el salón.
―Fernando, ¡Qué bueno que ya estás en casa! ―le dice con un poco de calma en su voz (y en su alma).
―¿Qué haces despierta a esta hora? ―pregunta con el ceño fruncido.
―Te estaba esperando ―contesta en un susurro.
―¿No te he dicho mil veces que no me esperes para nada? Ahora, si te gusta perder el tiempo... Vale, es tu problema.
―Por favor, necesito decirte algo muy importante, escúchame aunque sea solo una vez, te lo ruego.
―Camila, estoy muy cansado para escucharte ahora, lo que sea que me quieras decir, hazlo mañana. ―le respondió de una forma fría y a su vez, cortante.
―Fernando, seré breve, por favor, serán solo dos minutos. No te quitaré más que eso.
―No tengo tiempo para malgastarlo contigo, entiende, quiero dormir. ―le responde de mala gana.
―Lo que pasa es que mi padre ha sufrido un accidente, y está envuelto en una urgencia económica en la que lo involucró su mejor amigo, y este... eh.. huyó, dejando a mi padre con todo ese problemón encima. Ahora los acreedores están buscando a papá y él, lamentablemente, no tiene manera de salir de ella, y... pues pensé que tú podrías ayudarlo. ―le dijo Camila en ráfaga, mientras sus manos temblaban y lo observaba con impaciencia.
Fernando la miró desconcertado.
―¿Quién te has creído tú que soy? Acaso... ¿Un banco? O ¿Un prestamista? Que tiene el dinero ahí, puesto en la mesa esperando que alguien cometa algún error para sacarlo de apuros... ¡Te equivocas, Camila!
Las palabras de Fernando, herían a Camila como si fueran una daga oxidada hundiéndose en su pecho. Ella lo miró fijamente, tratando de entender la razón por la que la trataba tan mal, incluso en una situación tan precaria como la que estaba atravesando, no tanto ella, pero sí su padre, que se suponía no tenía ningún tipo de roces o problemas directos con él.
Al fin y al cabo, una ayuda no se le niega a nadie, al menos eso creía Camila antes de hablar con su esposo..
―Fernando, por el amor de Dios, préstame ese dinero, no me lo des sin garantías, ¡Yo hago lo que tú quieras! Pero por favor, Ayúdame a colaborarle a mi padre. En gran parte, de saldar esa deuda, depende su salud.
Él no emitía ninguna palabra, solo la miraba fríamente, como si no le importara nada de lo que ella le decía.
―Fernando... Por favor... Por lo que más quieras, tómame la palabra. Yo nunca te pido nada, pero hoy siento la enorme necesidad de hacerlo. ¿A quién más podría recurrir si no es a ti?
Él volvió a mirarla sin una pizca de sentimiento en sus ojos, estos no brillaban, era como si ella y su dolor, no significaran nada para Fernando.
―No sé si en todo este tiempo has aprendido a conocerme, aunque tal parece que no. Pues me presento, soy del grupo de personas que no se responsabilizan por los errores de los demás. ―expresó el magnate con frialdad en su mirada y desdén en sus palabras.
―Pero... es solo un préstamo, créeme que si no fuera tan urgente, no te molestaría ―dice Camila con vergüenza.
―Todo el mundo debería pagar el precio que corresponda por sus acciones ―finalizó Fernando, dando media vuelta para ir a su habitación.
Para Camila esa respuesta fue definitiva, la misma le cayó como un balde de agua fría. Esperaba que al menos su esposo le pidiera alguna explicación y le diera la oportunidad de ayudar a su padre, aun como un préstamo, pero no fue así.
―Perdona, no quise molestarte ―emitió la muchacha con la tristeza desbordándose en sus ojos, aunque respiró hondo, para evitar que este la viera llorar.
Las palabras de ella, inexplicablemente, las sintió en el fondo de su corazón, sin embargo, no daría su brazo a torcer. Él ya había dicho la última palabra.
Por su parte, Camila dejó de observarlo con la súplica reflejada en las ventanas del alma. Él notó que algo se terminaba de desprender, pero ya no podía hacer nada.
Por un momento, Fernando intentó detenerla pero sus pies parecían estar estancados en su sitio. No pudo movilizarse, aunque su corazón quería correr a abrazarla y decirle que todo iba a estar bien, y muy probablemente, él cambiase de opinión, pero no, eso no pasó, excepto por la culpa en el fondo de su corazón.
Ella volvió a mirarlo, esta vez con rabia y decepción, se dio la vuelta y caminó hacia la puerta del jardín. De pronto, él sintió la necesidad de acercarse, pero... su orgullo y su lejanía fueron más fuertes que él.