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El engaño

Al poco rato llegó a la Clínica, encontrándose a Clara en la sala de espera, dando vueltas de un lado a otro.

―Clara, ya estoy aquí, ¿Dónde está papá? ¿Qué te han dicho de él? Habla por favor, me tienes con el alma en un hilo.

―Lleva mucho rato allí, Camila, temo que algo malo pueda pasarle a tu padre, y todo por esos asuntos que...

―¿Qué asuntos? ¿De qué asuntos hablas, Clara? ¡Explícate!  ―interrumpió Camila con un ápice de molestia en su voz.

―Ehh... Es que... Camila me preocupa que...

―Termina de decirme cuál fue la razón por la que mi papá cayó en esta situación.

Camila se mantiene en el pasillo frente a la puerta de la sala quirúrgica del Centro Hospitalario, en compañía de Clara, su madrastra, quien no termina de decirle exactamente cual fue la razón por la que su padre cayó en esa penosa situación.

―Clara, necesito que me expliques qué fue lo que pasó, tengo rato preguntándote y no terminas de decir una palabra. Necesito que me lo digas, de esa manera sabré como colaborarles. ―le pidió Camila, casi como un ruego.

―Está bien, te voy a contar, pero ven, vamos a sentarnos.

Clara toma a Camila del brazo y se la lleva a la sala de esperas, donde se sientan una al lado de la otra.

―De verdad me apena mucho tener que ser yo quien te cuente lo que está pasando, pero en vista de que Ramón está debatiéndose entre la vida y la muerte ahí adentro ―señala Clara hacia la entrada al área de quirófano ―seré yo, quien te explique.

―Termina de decirme, ¿tan grave es, que no puedes hablar sin dar tantos rodeos?

―Voy a eso, no me presiones por favor, que no es fácil. Dime algo, ¿Recuerdas al señor Paco Barbieri?

―Ummm, pues me suena ese nombre, si no mal recuerdo, era el mejor amigo de mi padre en la secundaria, ¿No?

―Exactamente, ese mismo.

―Ajá y... ¿Qué tiene que ver ese pobre señor con todo esto? ―pregunta Camila, confusa.

―¿Pobre señor?, cuando te diga lo que le ha hecho a tu padre, te aseguro que cambiarás de opinión respecto a ese desgraciado. ―responde Clara con rabia.

―Bueno, si no me cuentas y das tantos rodeos, ¿Cómo he de saber?

―Está bien, resulta que Paco fue hasta tu padre a pedirle que sirviera de fiador en un negocio internacional que estaba emprendiendo, primero le ofreció a tu padre, que fuera su socio mayoritario, pero en vista de la cantidad que tenía que inyectarle como capital al negocio, mi Ramón no lo aceptó.

―Ok, y ¿entonces? ¿Qué pasó luego?

―Como tu padre no quiso ser socio de Paco, este le pidió, casi que le rogó que fuera su fiador para poder llevar a cabo el negocio y... pues, este necesitaba ese requisito, era indispensable. Lo cierto fue que mi Ramón, para ayudarlo, en nombre de esa amistad que han tenido por años, aceptó ser su fiador, aun sabiendo que no tenía para pagar ningún adeudo que llegase a tener Paco a futuro. Él lo hizo de buen corazón.

―Pues mi padre siempre ha sido un hombre bueno, lo que sigo sin entender, es ¿por qué llegó a esto?

―Lo que pasa es que Paco, pidió una fuerte suma de dinero para el fulano negocio, pero este ha huido y ahora los acreedores, vinieron a nosotros a cobrarnos ese dinero. Tu padre por ser el fiador, es el responsable de pagar esa deuda y nosotros no tenemos esa cantidad ―Clara suelta el llanto contenido ―Paco engañó vilmente a mi pobre Ramón y su corazón no lo ha podido soportar.

―¡Eso es inconcebible! Ese hombre es un... Desgraciado, infeliz, ¿cómo fue capaz de hacerle ese daño a mi padre? Y, haciéndose llamar amigo. ―expresó Camila con mucha ira.

Clara se encargó de contarle los por menores del asunto a Camila, lo que la hizo sentir mucha más rabia de la que ya sentía y un odio inmenso, por personas tan falsas y malas de corazón como el tal Paco Barbieri.

―Dime Clara ¿De cuánto estamos hablando? ¿Cuál ha sido la suma por la que mi padre es responsable?

―¡Ay, Camilita!, es mucho dinero, ni siquiera nosotros podríamos cubrir esa deuda vendiendo nuestra casita.

―Pero tal vez podamos hacer algo, o yo pueda ayudarlo. ¿Cuánto es? ¿Es mucho? No me mires así, Clara, solo quiero buscar soluciones en vez de quedarnos aquí de brazos cruzados y preferiblemente, antes que mi padre salga de esa sala de operaciones.

―Son novecientos cincuenta y tres mil euros, Camila. ―le dijo mientras bajaba la mirada, apenada.

―¿Qué? ¿Casi un millón de euros? Pero eso no es mucho dinero, ¡Es una fortuna, Clara! ¡Por el amor de Dios! ―expresó, mientras se ponía las manos en la cabeza ―¿Qué estaba pensando papá cuando aceptó ser el fiador de ese hombre?

El rostro de Camila se entristeció, su mirada se hizo sombra, el tenue brillo que permanecía en sus ojos se fue apagando, se mareó por un momento, de manera que, estuvo a punto de desmayarse.

―¿Dónde están los acreedores?

―Ellos estaban ahí en el momento en el que tu padre se desmayó, de hecho, uno de ellos llamó a la ambulancia y luego de hacerlo, se marcharon, no sin antes decirme que luego volverían.

―De acuerdo, ahora tenemos que pensar como salir de este lío.

―Habla con tu esposo, Camila, no puedes dejar que nuestra familia lo pierda todo, sin contar que tenemos muy poco. Explícale la situación, tal vez, pueda socorrernos.

―No lo sé, Clara, Fernando ha estado muy ocupado últimamente, pero iré a casa y le hablaré del asunto, aunque no te prometo nada.

―Dios quiera, que se le ablande el corazón y nos eche una mano, ―acota Clara, esperanzada.

Camila aunque consoló a Clara de alguna manera, diciéndole que hablaría con su marido, no estaba segura de ello. Fernando era un hombre al que no le gustaba pagar por los errores de otros, ni aunque fuera de su propia familia o de su suegro, en este caso. Aparte que su relación no estaba en condiciones óptimas. Ella suspira inmersa en sus pensamientos.

―¿Los familiares del paciente Ramón Montoya? ―llama el médico, quien salió de la sala de operaciones.

―Aquí estamos, Doctor. ―expresa Clara.

―¿Cómo está mi padre? ―pregunta Camila saliendo de su trance.

―Actualmente su estado es estable, pudimos salvarlo esta vez, sin embargo, es importante que tengan en cuenta que no puede volver a sufrir una molestia como la que lo trajo hasta aquí, pues, si así fuera, ya no podríamos hacer nada por él, ni un milagro podría sacarlo de ello. ―les comunicó el médico, quien hablaba con un ápice de cansancio, al parecer la operación le hubo causado un gran esfuerzo en hacerla exitosa.

Camila agradeció la labor del Doctor mientras que Clara le agradecía a Dios y a los santos por el milagro de tener a su esposo de vuelta.

Al cabo de un par de horas, mientras salía de la anestesia, Ramón fue llevado a una habitación, donde se recuperaría mucho más rápido aunque seguiría en observación las próximas cuarenta y ocho horas.

―Hija, ―dijo Ramón al abrir los ojos y ver a Camila sentada junto a él.

―No digas nada, padre. Ya sé lo que está pasando. Clara me ha puesto al tanto de todo. Descansa, no te preocupes por nada, ―le decía, acariciándole la cabeza.

―Amor, estás aquí. ¡Oh, gracias mi Dios! ―expresó Clara, acercándose para abrazarlo.

Ramón se sintió un poco más tranquilo al escuchar la pacífica voz de su amada hija.

―Disculpen, el señor Montoya debe descansar, Solo una de las dos puede quedarse con él. ―expresó el médico entrando a la habitación.

―Camila me parece que lo mejor es que te vayas a casa, ya es tarde y yo me voy a quedar con tu padre. Además, estás sola y tienes que manejar.

―Está bien Clara, me iré a casa, así aprovecho de hablar con Fernando cuando llegue del consorcio.Si hay alguna complicación, no dudes en llamarme, por favor.

―Descuida, así lo haré.

La muchacha se despide de su padre con un beso en la frente y sale de la habitación. En dirección hacia el ascensor, se toca su vientre y piensa:

«Mi pequeña semillita, ya iremos a descansar, hoy ha sido un día muy agitado para los dos»

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