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Capítulo 0: Ángel salvador

«¿Cómo te tomarás esta hermosa noticia? Espero que muy bien, cariño», pensó emocionada mientras caminaba por las calles asfaltadas del área universitaria de la ciudad.

Varios mechones rubios eran levantados por la brisa fresca de la tarde de otoño, de igual manera, la falda de su vestido se movía de un lado a otro debido a los pasos danzarines de la chica, quien sonreía muy feliz. No se debía únicamente a que aquel día se había graduado de auxiliar en pastelería, sino que también, le daría una sorpresa especial a su novio.

—¡Aló! —respondió el teléfono, se detuvo en medio de una calle solitaria y muy silenciosa—. Lo sé, cariño, no tienes que disculparte por eso. La graduación estuvo bien, te enseñaré las fotos. Iré a verte antes de llegar a casa y celebraremos toda la tarde.

Ella cerró la llamada y retomó su andar.

Cuando dobló en dirección a una calle, donde ella tomaría el autobús que la conduciría hacia la casa de su novio, unos disparos le provocaron estupor y la dejaron inerte en su lugar. Tenía tanto miedo que ni siquiera pudo correr. Estaba en estado de shock en medio de un tiroteo entre maleantes.

Un grito repentino la sacó de sus pensamientos.

—¡Cuidado! —gritó un hombre con voz ronca y potente.  El sonido retumbó en sus oídos, y el miedo la golpeó con tal fuerza que los vellos de su cuerpo se erizaron al instante. No pudo evitar sobresaltarse y entrar en pánico.

De repente, ella sintió que alguien se le abalanzó encima. El ruido de los impactos de balas estalló en sus oídos de manera tortuosa, acelerándole aún más los latidos de su corazón.

El olor a humo le inundó las fosas nasales, y todavía podía oír el eco del pitillo que cada bala había dejado tras el estruendo. Ella apretó los ojos y se aferró al cuerpo musculoso que la cubría. Fue en ese instante cuando cayó en cuenta de que la espalda del desconocido había recibido todos los disparos que iban dirigidos a ella. Un fuerte apretón le oprimió el pecho, como si lo estuviera asfixiando.

¿Por qué un extraño arriesgaría su vida por ella? Ese sujeto que la asfixiaba con su peso la acababa de salvar.

«Los disparos me iban a impactar a mí», pensó conmocionada.

—¿Estás bien? —Otra vez, esa voz potente y aguda la exaltó. ¿Cómo podía él mantener esa fuerza al hablar si había sido acribillado a tiros segundos antes?—. Te llevaré lejos del peligro, confía en mí —le susurró al oído, con una delicadeza no propia de un hombre tan grande e intimidante como él.

Ella no respondió con palabras. En lugar de eso, asintió con la cabeza y se aferró al torso musculoso que llevaba una camiseta blanca de tela suave al tacto. Encima de esta, una chaqueta de cuero negra le daba a su salvador una apariencia rebelde.

Dado que él tenía un pasamontaña puesto, ella no pudo ver su rostro. Sin embargo, el perfume amaderado que desprendía se le quedó impregnado en el olfato, provocándole una calma y seguridad que jamás había experimentado con nadie más.

No sabía si su percepción estaba afectada por la imaginación o si simplemente alucinaba aquella extraña aventura con un desconocido, pero podría jurar que él saltaba a una velocidad paranormal. Pronto se encontraron lejos del tiroteo y el bullicio.

—¿Dónde estamos? —inquirió ella, abrumada, al notar que se encontraban en un lugar solitario y con poca luz, cuya apariencia demacrada le daba la sensación de que se trataba de un edificio abandonado.

—A salvo… —respondió él con voz débil. Al cabo de unos segundos, el extraño cayó al suelo y se empezó a quejar del dolor—. Saca las balas de mi cuerpo, están envenenadas…

—¿Envenenadas?

Ella lo miró con ojos agrandados al entender lo que sucedía. Él era un lýcos, por lo tanto, un posible mafioso, o como ellos solían llamarse a sí mismos: un «lýcos tis mafias».

Ese era el título que recibían la mayoría de los cambias formas, ya que estos usaban sus habilidades especiales para abusar de los humanos y fomentar la violencia y la corrupción. No debería ayudarlo. A su parecer, era mejor que muriera y así libraba a su ciudad de una de esas lacras.

Así se vengaría…

Sin embargo, él la salvó a ella. Le debía la vida y sabía que tenía que devolverle el mismo favor.

—Ayúdame… —le rogó él mientras se sacudía en el suelo por el dolor que lo martirizaba.

Una angustia desconocida la hizo correr hacia el extraño, a quien le quitó la chaqueta de cuero que se encontraba perforada. Su cara de horror era signo del mal estado en que estaba la espalda de aquel hombre.

Con manos temblorosas ella le rompió la camiseta, cuya tela fina y suave dejó de ser blanca, gracias a que había sido manchada por el carmesí que emanaba de los orificios en la piel.

Los alaridos, mezclados con gruñidos roncos e intimidantes, se escuchaban potentes en el abandonado y polvoroso sitio. El silencio se adueñó del lugar cuando todas las balas estuvieron fuera de los músculos firmes del desconocido, entonces ella dejó caer el puñal ensangrentado que él le había dado para que lo ayudara, con cara de horror y lágrimas en los ojos.

Por un leve momento, la chica observó el arma afilada y sopesó la idea de traspasarle el pecho al mafioso; sin embargo, ella no sería capaz de quitarle la vida a ningún ser, aunque se tratara de uno tan despreciable como la especie que mantenía aterrorizada a la suya.

—Descansa… —dijo ella, mientras le acariciaba el cabello oscuro y abundante, que estaba húmedo por el sudor. El mismo cabello que quedó al descubierto cuando la parte superior del pasamontaña se movió, liberando las hebras.

Por su parte, él estaba conmocionado por las cálidas caricias de la desconocida, el aroma exquisito que ella desprendía y la electrizante sensación que su cercanía le provocaba.

—Gracias, salvator angelus… —balbuceó él con dificultad—… i myrodiá sou eínai ypnotistikí (tu aroma es hipnótico) —concluyó, antes de sumirse en la inconsciencia.

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