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6. Un techo y comida.

Ana se sintió extraña e incómoda con la sensación en el estómago. Daniel se bajó del auto y ella lo siguió, la otra mujer estaba en la entrada de la casa con una maleta muy grande a sus pies.

— Llegué esta mañana — comenzó a contarle la mujer al él — y me encuentro con que ya no me va a contratar y no se tomó la mínima molestia en avisarme.

— Lina, lo siento, lo olvidé.

— ¿En serio me cambiaste por esta vagabunda — dijo la mujer señalando a Ana — ¿por qué? ¿solo porque es más joven? ¿yo puedo demostrarte que seré más mujer que esta mocosa?

— ¿De qué diablos habla? — le preguntó Daniel, el hombre parecía estar perdiendo la cabeza — Yo contraté a una maestra no alguien a quien revolverme la cama, ¿Qué le pasa? — casi que le gritó él a la mujer que abrió los ojos.

— ¿De qué diablos me hablas tú? — le gritó ella de vuelta — si solo quisieras una maestra entonces por qué dejaste ese ridículo anuncio desesperado en el periódico.

Daniel se pasó los dedos por el cabello y Ana vio como los músculos del brazo se le tensaron.

— Esto es el colmo — dijo él — lo siento por no haberte avisado a tiempo, pero la escogí a ella — señaló a Ana — bueno, más bien la escogió mi hijo, así que, de nuevo, lo siento, pero no tienes que llegar a mi casa  a tratarme de esta forma y a insinuar que solo te contraté para meterme contigo — Ana estaba confundida, Daniel a veces tuteaba a las personas y a veces no.

— Yo veía como me veías las tet4s en las entrevista, era más que obvio para qué me contratabas — le escupió la otra mujer y Ana agarró con fuerza su bolso y caminó por en medio de ellos, no le importó preguntar si podía entrar a la casa, le estaba incomodando demasiado la discusión, pero en cuanto pasó por el lado de la mujer, esta la tomó del brazo con fuerza — ¿No crees que puedo ser mejor que esta flacucha? — Ana trató de librarse, pero llevaba tantos días aguantando hambre que ya casi no tenía fuerzas.

— Estas confundiendo las cosas, Lina — le dijo Daniel y con fuerza hizo que soltara el brazo de Ana — yo pedí una maestra, no una maestra que pudiera ser mi amante — la cara de la mujer enrojeció y Ana le creyó a Daniel, si él quisiera una amante nunca la hubiera escogido a ella, Lina era mejor; Alta, de buenos pechos y era incluso mayor que él, un morbo para muchos hombres, pero él ya le había contado que no fue él quien puso el anuncio.

Lina lo miró de los pies a la cabeza y luego tomó su maleta y se alejó con paso firme por la calle contoneando sus caderas y Ana miró a Daniel que se apretó el puente de la nariz.

— ¿Por qué siempre me pasan estas cosas? — Ana se encogió de hombros.

— Con esa clase de anuncios… — murmuró y él la miró.

— ¿Pues decirme qué decía el anuncio? — Ana pasó saliva.

— Padre en apuro busca niñera…. También la descripción dejaba muy en claro que estaba soltero y desesperado — él abrió sus ojos claros y golpeó con el puño cerrado la viga de madera de la casa.

— Ámeli, voy a matarte — susurró y Ana se aclaró la garganta — entremos.

La habitación que Daniel preparó para ella estaba en el primer piso, era pequeña y la ventana daba al árbol grande que había en el patio de atrás, junto al tronco viejo que se había convertido casi en piedra.

— Descansa hoy, iré por Emanuel, comienzas mañana — Ana asintió, el cuarto tenía un baño propio y lo primero que hizo cuando estuvo sola fue darse una larga ducha de agua caliente, llevaba un mes sin poder ducharse de forma correcta y luego se vistió con la ropa más limpia que encontró.

Cuando salió a la sala Daniel ya estaba ahí con su hijo, y cuando el niño la vio sonrió alegremente.

— Ana — le dijo y corrió hasta ella, luego le dio un cortito abrazo. Cuando Daniel la miró abrió la boca y luego la cerró, bañada y vestida sí que había notado un cambio en ella.

— Bien, ya hablé a la escuela, enviarán en la tarde los temarios de las asignatura, aunque debo advertirte, esta escuela no es como las demás, son un poco más libres  y…

— Entiendo cómo funciona esta escuela, la investigué después de que me comentaras — Daniel asintió.

— Bien, pedí una pizza.

La noche cayó y cuando Ana recostó la cabeza en la almohada no pudo dejar de escapar un gemido de placer.

Llevaba por lo menos una semana durmiendo en las bancas del parque y un mes en camas duras de  hoteles baratos, y en solo un parpadeo se quedó profundamente dormida en las cálidas sábanas que le había dado el hombre, pero cerca de la media noche despertó con el estómago rugiendo.

En el día lo único que había consumido era el almuerzo que le había invitado Daniel y la rebanada de pizza de la cena, así que se levantó despacio para que nadie la escuchara y caminó hacia la cocina en puntas.

La nevera no tenía mucho, a decir verdad, pero se robó una manzana y el resto de la rebanada de pizza que Emanuel había dejado.

Cerró la puerta y cuando se volvió hacia la habitación, pudo ver a un hombre recostado de la pared de la cocina y lanzó un gritó.

La manzana se le cayó de la mano y rodó por el suelo hasta que se detuvo ante el hombre y cuando él se agachó para recogerla, la luz que entraba de las farolas de la calle le mostró a Daniel.

Caminó lentamente hacia ella y le tendió la manzana que Ana tomó con manos temblorosas.

— ¿Hace cuánto? — le preguntó y ella se quedó atónita, había logrado tocar un poco la cálida piel de la mano de él.

— ¿Hace cuanto qué?

— ¿Hace cuanto duermes en la calle? — por suerte todo estaba bastante oscuro o a Ana le habría avergonzado su cara roja.

— No, como se le ocurre — Daniel se acercó y la tomó del mentón para que lo mirara a la cara.

— Mi papá Xavier tiene una fundación — le comentó él — le he ayudado lo suficiente para lograr reconocer como luce el hambre y el cansancio — Ana apretó la manzana contra el pecho.

— Lo siento, es que…

— No tienes que pedir disculpas por eso — le cortó él — pero espero que no te moleste si quiero que me cuentes la historia de por qué terminarse en la calle, se nota que no estas acostumbrada, y si vas a enseñar a mi hijo debo saberlo — Ana negó con la cabeza.

— Se lo contaré — él se alejó de ella y caminó a la despensa, cuando se fue Ana se quedó con el recuerdo de sus dedos sobre el mentón.

Él regresó y dejó sobre su mano una bosa de galletas.

— Tranquila — le dijo y le acarició la mejilla — te prometo que desde que estés aquí, e incluso después, no te faltará de nuevo un techo y comida — los ojos de Ana se llenaron de lágrima, la situación de ella en la calle le resultaba humillante y hubiera deseado que él nunca se hubiera dado cuenta, pero sintió en el estómago una calidez acompañada de la sonrisa del hombre.

— Nos vemos mañana — Ana asintió incapaz de hablar y él salió de la cocina dejándola sola y con el corazón acelerado.

— Tan divino — murmuró y corrió a su habitación con la comida en los brazos.

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