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5. La nueva maestra.

Ana se despertó temprano esa mañana, no sabía qué la había despertado primero, si el dolor del cuello, el frio de la madrugada o la llovizna que comenzó a caer después de las cinco, así que a esa hora se tuvo que levantar para meterse debajo del techo de un paradero de autobuses.

Rebuscó en todos los bolsillos de su pantalón, del bolso y la cartera y no encontró nada, ni siquiera una mísera moneda. Lo último que había tenido se lo gastó en un par de chicles para pasar el hambre y el chip con so nuevo número celular dónde no había recibido ninguna llamada.

Se lavó los dientes con el agua de una fuente y trató de peinarse lo mejor que pudo en una vitrina de una frutería y en un baño público se cambió de ropa, pero era la segunda vez que usaba ese conjunto y se le notaba un poco arrugado y con un par de manchas de polvo.

Solo tenía que conseguir el dinero suficiente para salir de la cuidad, si lograba llegar a la ciudad vecina sabía que los contactos de la directora del colegio donde había trabajado la ayudarían a conseguir un empleo medio decente, pero no podía darse el lujo de pasar mucho tiempo ahí, si Albán la encontraba, tal vez la mataría.

Tampoco podía denunciarlo con la policía, él era policía y sabía muy bien lo corruptos que podían llegar a ser, así que lo mejor era huir.

A su celular entró una llamada, y eso le extrañó, era el nuevo número que había comprado un par de días antes de huir y solo la directora del colegio lo tenía, así que cuando contestó no habló, esperó que al otro lado hablaran primero.

— ¿Hola? — dijo la voz, era de un hombre, gruesa y un poco ronca — ¿Ana Leroy? — Ana se aclaró la garganta.

— Sí, con ella, ¿Quién habla?

— Hola, soy Daniel Quiroz, usted estuvo ayer en una entrevista de trabajo conmigo — Ana dejó escapar el aire.

— Si, si, lo recuerdo… recuerdo también que eligió a otra mujer — Daniel respiró al otro lado, se notaba que le costaba hacer la llamada.

— Si, pero… ¿Dónde conoció a mi hijo? — ella se sentó en la banca que tenía más cerca.

— Fui hace un par de días a su casa, la chica que me contestó la llamada me dio la dirección, así que ahí fui, pero usted estaba ocupado y no me atendió.

— ¿Y pasó todo el rato con mi hijo? — preguntó más bien en un tono un poco agresivo y Ana se aclaró la garganta.

— Charlamos un rato mientras lo esperaba, pero decidí irme porque usted nuca salió — ella también le habló en un tono un poco alto, pero se arrepintió de inmediato, el hambre la hacía cometer estupideces — Lo siento, señor Quiroz, es que…

— No, tranquila, yo también lo siento, solo… ¿Podemos almorzar? — Ana asintió con la cabeza, luego recordó que él no la podía ver así que le habló.

— Si, claro — le dio la dirección de la calle para que pasara por ella y en lo que el hombre llegaba acabó su última ración de pañitos húmedos para limpiarse adecentarse y bañarse en perfume para camuflar algún posible olor.

Luego se sentó en la banca y esperó por lo que le pareció una eternidad, hasta que el auto se detuvo frente a ella y el hombre bajó de él para caminar hacia ella.

— ¿Cómo estás? — le dijo y le tendió la mano, cuando Ana la tomó le pasó un escalofrío, era grande y muy cálida.

— Estoy bien.

— Genial, vamos, hay mucho de qué hablar — y caminó de nuevo hacia la camioneta. Ana salió tras él y abrió la puerta de atrás, pero él la detuvo — Ven acá — se subió en el asiento del copiloto con el corazón acelerado, no tenía nada, absolutamente nada más en la vida que aquello que el hombre pensaba ofrecerle y se aferró a la esperanza, así tuviera que barrer la casa y limpiar su baño.

Daniel contuvo el aliento, el perfume de la mujer era agradable, con un toque suave y fresco, pero se recordó ser un hombre decente y no andar oliendo a las mujeres.

No conversaron mucho en el auto, aunque él intentó hacer un tema de conversación, la mujer se veía cayada y tímida, ¿Cómo había logrado hacer que le llamara tanto la atención a Emanuel?

Llegaron a un restaurante que él frecuentaba mucho, no era muy barato, pero las porciones eran pequeñas, justo como para poder entablar una conversación.

Cuando estaban en la mesa ordenó de una vez el plato fuerte, no tenía mucho tiempo, había dejado a Emanuel con la vecina.

— Cuéntame, Ana, ¿Cómo le caíste bien a Emanuel? — le preguntó una vez comenzaron a comer — es un niño un poco esquivo con los desconocidos — ella se encogió de hombros.

Ya no tenía el cuello sucio, pero sí estaba un poco mal peinada, y asumió que era cosa de su personalidad.

— Siempre me he relacionado bien con los niños, por eso decidí estudiar docencia — comenzó a comer y Daniel no pudo evitar notar la cara de placer de la muchacha.

Era joven, casi de su edad, supuso; Tenía la piel pálida un poco quemada por el sol, se notaba rojiza en algunas partes y también el puente de la nariz, el cabello ondulado parecía rebelde y también tenía un cuello blanco con un par de pecas… cuando Daniel se descubrió a sí mismo dándole una repasada  a la anatomía de la mujer apartó la mirada de golpe y se concentró en su plato.

— Pues ayer contraté a una maestra especializada — comenzó a contarle — pero Emanuel no la quiso, dijo que te quería a ti.

— Pienso que él debió estar presente en las entrevistas — le comentó ella y cuando Daniel levantó la mirada el plato de Ana ya estaba vacío, entonces lo entendió de golpe.

— Si, parece que sí, pero creo que él ya no quiere a nadie que no seas tú, sé que le caíste bien, pero también sé que es por llevarme un poco la contraria — levantó la mano hacia el mesero y él joven se acercó — tráigale otra porción a ella — Ana se apuró a negar con la cabeza, pero él levantó la mano — ¿tiene hijos, esposo? — ella negó.

— No, estoy sola.

— ¿Dónde vive? — ella señaló la calle.

— Por aquí cerca… más o menos — Daniel miró la maleta que reposaba junto a la muchacha y negó para sí mismo.

— Bien, si está dispuesta a aceptar el trabajo, habrá algunas condiciones…

— Sí, acepto — se apuró a decir, como si él pudiera cambiar de opinión en cualquier momento.

— ¿No quieres saber cuáles son? — la cara de la muchacha enrojeció.

— Si, sí, claro — el mesero llegó con otra porción de comida para Ana y Daniel comenzó a hablar.

— Serán dos semanas de prueba, él no solo necesita una maestra que le enseñe las asignaturas, también alguien que le ayude con su problema social, es muy tímido, se pela mucho en la escuela y hace unos días le rompió la cabeza a un compañero con una puerta.

— Cuando lo conocí me pareció muy… amable — Daniel se encogió de hombros.

— No lo sé, he intentado hablar con él, pero no habla conmigo. Su horario será de siete a dos de la tarde, pero deberá vivir en la casa para cuidarlo, le pagaré dos sueldos, uno de maestra y otro por niñera — Ana casi escupe la comida.

— ¿Dos? — él asintió.

— Pero el de maestra, le seré honesto, será menor del que decía en el anuncio, al menos en las semanas de prueba.

— En el anuncio no decía el precio — le contó ella.

— ¿No? Qué raro, pensé que Ámeli lo había puesto — Ana abrió los ojos.

— ¿Usted no hizo el anuncio? — él negó y en la cara de Ana se vio una expresión que lo confundió, como si ella hubiera entendido algo muy grande.

— Tendrá libre los domingos y cada día después de las cuatro que llego del trabajo, ¿Le parece bien? — Ana asintió con vehemencia.

— Me parece perfecto.

— Pues usted es la nueva maestra, y comienza hoy, si no hay  problema.

Dejaron el restaurante y Daniel no insistió en llevarla primero a su casa para que recogiera sus cosas, sabía que lo que traía en esa maleta parecía ser lo único, pero no dijo nada.

El viaje fue igual de silencioso que al principio, pero Ana se veía menos nerviosa, todo lo contrario, tenía una sonrisa esperanzadora de oreja a oreja, e incluso le contagió un poco el buen humor, pero todo se fue al traste cuando frenó en la entrada de su casa y ahí lo estaba esperando Lina, la otra amaestra.

Había olvidado avisarle que ya no la contrataría y se veía muy furiosa.

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