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3. La oportuidad.

Ana llevaba más de media hora esperando al papá del niño, pero el hombre no aparecía, así que se limitó a jugar con él en el tapete de la sala ignorando el hambre que tenía a esas horas.

— ¿Cómo te llamas? — le preguntó ella y el niño trató de agarrar el hada de juguete que ella sostenía en el aire con la caña de pescar de plástico.

— Emanuel — le dijo él.

— Un gusto, yo me llamo Ana — estiró la mano para que el niño la estrechara, pero él solo le sonrió con timidez — parece que tu padre se está demorando — el niño miró hacia una de las puertas y se encogió de hombros.

— Si, eso hace siempre, se le olvidan las cosas, aunque jura que no, y eso que es el hombre más inteligente del mundo, de seguro se le olvidó que lo estaban esperando.

— ¿Podrías decirle de nuevo? — el niño negó con la cabeza.

— A veces me regaña cuando lo molesto mientras trabaja, me da su celular con una película de super héroes vieja para que no lo moleste — Ana asintió, se notaba que el niño se sentía solo, y eso la preocupó, así que se acercó un poco más.

— Pero a ti te gusta tinkerbell — él ladeó la cabeza.

— Sí, también es una peli viejísima, pero es muy linda — ella asintió.

— Cuando era niña, amaba esas películas ¿Y cuál te gusta más? — el niño frunció el ceño — ¿de todas las pelis de ella cual te gusta más?

— ¡Hay más de una? — preguntó emocionado.

— Claro que sí, y yo las tengo todas, si quieres podemos verlas juntos — el niño le sonrió con alegría, luego se borró su sonrisa.

— Tengo  mucha tarea por hacer — Ana se encogió de hombros.

— Pues yo te ayudo a hacer tus tareas y luego vemos las películas si quieres — la mirada del niño se iluminó.

— Hay pastel en el refri, ¿Quieres un poco?  — Ana asintió con vehemencia y luego el niño salió disparado hacia la cocina y ella se quedó sola un momento.

Se puso de pie y observó todo el lugar, la casa perfectamente ordenada demostraba el carácter del papá del niño, se notaba que tenía una especie de obsesión por el orden e imaginó que sería bastante estricto.

Sobre la chimenea apagada había una fotografía del niño con un hombre y ella la tomó, tenia el cabello castaño claro y los ojos claros, con la mandíbula definida, sin duda era el hombre más atractivo que hubiera visto en su vida, y tenía un gran parecido con el cantante de música pop Xavier Quiroz.

— Es mi papá — le dijo el niño y ella dejó el retrato, Emanuel traía una bandeja con dos enormes rebanas de un pastel cremoso que se veía muy delicioso y cuando le ofreció uno a Ana ella lo tomó sin dudarlo y se lo comió, era el pastel más delicioso que había probado en su vida. Emanuel la miró con los ojos entrecerrados — este también es para ti — le dijo y Ana negó.

— No, ese es tuyo — el niño se lo ofreció en la bandeja.

— En la cocina hay más para mí, comete este — le sonrió y ella le sonrió de vuelta, y en un par de minutos se devoró la otra parte del pastel.

No era mucho, pero sí que había logrado quitarse un poquito el hambre.

— Creo que me iré, tu papá parece muy ocupado — se puso de pie y el niño la acompañó hasta la puerta.

— Espera — le dijo, al cabo de un momento regresó con una hoja rasgada y una dirección escrita en color azul — ahí serán las entrevistas mañana, escuché que papá le dijo eso a una candidata que lo llamó o algo así — Ana tomó el papel y lo miró — a ella le dijo que a las once, ve tú a las once y media — Ana estiró la mano y le acarició el cabello al niño, sin duda parecía ser mas inteligente que el promedio, tenía una mirada suspicaz, era detallista y observador.

— Nos vemos entonces — se despidió.

Ya en la calle no tuvo más que hacer que sentarse en una banca frente a un parque y dormir en ella con la maleta como almohada, por suerte para ella, esa noche no llovió.

Daniel estaba, más que asustado, a terrado. Había destinado ese día para hacer las entrevistas y no solo le sorprendió la cantidad de mujeres que llamaron a Ámeli si no también el modo en que lo trataban.

La mayoría se concentraba en hablar de él, de sus gustos, de cuanto peso levantaba para tener esos brazotes y de cosas así, incluso se abotonó la camisa hasta el cuello cuando una le dijo que le encantaban los hombres con vello en el pecho.

— ¡Qué hiciste? — le preguntó a su amiga mientras esperaba que llegara la de las once y media y Ámeli soltó una carcajada — la mitad me quiere llevar a al cama y la otra mitad quiere convertirse en mi esposa.

— Solo dejate llevar, amigo — le comentó ella. Daniel colgó cuando una mujer entró por la puerta, era alta y sexy, con un vestido escotado rojo y unos pechos pronunciados, tenía aproximadamente unos cinco años más que él, y cuando el científico le estiró la mano, ella la tomó y le dejó un beso en la mejilla justo en la comisura del labio.

— Soy Lina — le dijo y él la invitó a sentarse. Junto a la mesa había otra mujer, más joven y atractiva que él no había visto llegar, pero tenía un aspecto desaliñado, con el cabello mal atado en una fracasada cola de caballo y ojeras de drogadicta.

— Soy Ana, tenía una entrevista a esta hora — dijo, sonaba muy nerviosa.

— A esta hora estaba yo, querida — le comentó la otra mujer y la muchacha se sonrojó.

— Puedo esperar — dijo y se alejó de la mesa para sentarse un poco más allá.

Esta mujer, Lina, si que tambien era coqueta, y no desaprovechó la oportunidad de decirle que era muy musculoso para ser un científico, pero su hoja de vida era sombrosa, tenía mas de quince años de experiencia desarrollándose como docente especializada y tambien en piscología infantil.

— No perderé más mi tiempo en esto — le dijo él después de un rato — queda contratada, señora Lina, ¿Podría ir ahora mismo a conocer a mi hijo para que inicie mañana? — la mujer asintió, luego él se quitó el sacó que tenía y se lo ofreció — pero por favor, primero cúbrase un poco.

Cuando se pusieron de pie para salir de la cafetería, la otra muchacha se les atravesó.

— ¿Si me hará la entrevista? — Daniel la había olvidado por completo, cosa que lo extrañó, él nunca olvidaba nada.

— Lo siento… ¿Ana? Lina se quedó con el trabajo — la muchacha palideció.

— Pero, podría escucharme, tal vez… deme la oportunidad, sé que no se decepcionará — Daniel se apretó el puente de la nariz.

— Está bien, solo diez minutos — y se sentó de nuevo. La otra mujer los esperó en la mesa de al lado — ¿Quieres algo? — Ana miró alrededor.

— Un café, por favor, y unas galletas — Daniel la miró extrañado, pero asintió, pidió café y dos galletas de coco para cada uno.

— Cuénteme, señorita Ana, ¿Qué experticia tiene con niños? — ella se aclaró la garganta y le dio un sorbo a su café. Daniel notó que tenía el cuello sucio y eso le pareció extraño, también se veía delgada.

— He trabajado en con niños de primaria por cinco años, acá está mi hoja de vida y también las referencias de los padres de familia — cuando Daniel estiró la mano para agarrar la hoja, agarró accidentalmente el índice de ella, que estaba frio, y la muchacha se puso muy roja, luego apartó la mano como si el contacto la hubiera quemado.

Daniel leyó la hoja con detenida atención, en efecto, tenía cinco años de experiencia y las referencias de los padres la calificaban como una mujer amable, con un talento inigualable para ayudar a los niños y muy dedicada, pero, no era suficiente para igualar el currículum de la otra candidata.

— Bien, pues… — cuando levantó la cabeza las cuatro galletas ya habían desaparecido y la muchacha le daba cuenta al café que bebió de un sorbo — ¿Te comiste todas las galletas? — ella miró el plato vacío y su cara enrojeció aún más.

— Yo… lo siento, pensé…

— No importa — dijo él y le devolvió la hoja de vida — no tienes los conocimientos suficientes para lo que necesito, gracias por venir — Ana abrió la  boca, pero luego la cerró.

— ¿Puede quedarse con la hoja de vida? — le preguntó y él dejó escapar el aire — Tal vez, después…

— Está bien, pero no tengo que pensarlo, ya tomé la decisión, que tenga un buen día — se puso de pie y salió de la cafetería seguido por la otra mujer que había contratado, Lina.

Cuando llegó a su auto lanzó la carpeta en la parte de atrás y condujo a casa mientras evitaba que la mujer le sacara información sobre su vida personal, por suerte, no tendría que verla muy a menudo.

— Deberá quedarse a dormir aquí — le comentó él mientras abría la puerta — descansará solo los domingos.

— Por el sueldo que me va a pagar, trabajaré las veinticuatro horas del día si es necesario — le comentó la mujer emocionada y él entró.

— Emanuel, ya llegué — llamó, había dejado al niño en cuidado de su hermano menor — ven para que conozcas a tu nueva maestra — el niño bajó las escaleras con la cara roja, de seguro estaba jugando a algo con su tío, y cuando vio a la mujer se le borró la sonrisa.

— ¿Quién es ella? — preguntó y Daniel la señaló.

— Es Lina, tu nueva maestra — pero el niño negó con la cabeza.

— No, yo quiero a Ana.

— ¿Quién es Ana? — preguntó Daniel y el niño negó con la cabeza.

— Si no es Ana no quiero a nadie.

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