




2. Nuevo inicio.
“— Voy a encontrarte, donde sea que te encuentres o te escondas allá voy a llegar, y quien esté contigo pagará las consecuencias por alejarte de mí, porque eres mía, solamente mía y deberás morir a mi lado. Te atraparé, y cuando lo haga, te daré la reprenda de tu vida, para que aprendas a respetar a tu hombre…”
Ana se sentó en el banco que quedaba al cruzar la calle con su maleta a un lado, las lágrimas le impidieron ver con claridad a las personas que cruzaban frente a ella, así que se las limpió de dos manotadas furiosas y miró alrededor.
Se preguntó qué podía hacer, su esposo la había amenazado prácticamente de muerte, no tenía a donde ir ni con quien, y lo único que le quedaba era la maleta que traía consigo.
Había tenido que renunciar a la escuela y también a su vida, pero a pesar de todo, había tenido el mejor mes en años, aunque durmió una noche en una banca del parque y aunque llevaba dos días sin probar bocado completo, era feliz, feliz y libre de la vida que Albán le daba.
Los moretones de la última paliza comenzaban a desaparecer y con ellos se perdía el remordimiento de haberlo dejado, de haber dejado a su esposo.
Su madre le enseñó toda la vida que debía aguantar con estoicismo lo que su esposo decidiera hacer con ella, por que era suya, y así lo había hecho Ana, había aguantado cada golpe y cada insulto, pero, cuando llegó esa noche y encontró a Albán con otra mujer en su propia cama, y que luego él la golpeara en esa misma cama por hacerle el reclamo, donde los fluidos del encuentro con su amante todavía manchaban las sábanas, eso sí no estaba dispuesta a soportarlo, nunca más.
Cuando huyó, ni siquiera dejó una carta de despedida, él no se merecía ni siquiera eso, y cuando al fin caminó libre por la calle se sintió como la mujer que siempre debió ser. Pero ese día la pesadilla había vuelto a ella cuando su ex esposo la llamó y le dio esa sentencia, y lo peor era que Ana sabía que era capaz de cumplirla, el hombre era un oficial de la policía moralmente ambiguo, y según lo que había logrado enterarse, ya había matado a un par de hombres abusando de su poder, pero las influencias que tenía lo protegían como las abejas a la miel.
No tenía a donde ir y lo último que tenia en el bolsillo le alcanzaba apenas para un agua saborizada, así que se limpió las lágrimas y se puso de pie y caminó hacia el puestecito de la esquina y se gastó lo último que tenía en una bolsita de agua saborizada artesanalmente y una galleta, y mientras se la comía buscó disimuladamente en la sección de anuncios de los periódicos que colgaban de una cuerda desgastada.
“PADRE EN APUROS BUSCA NIÑERA”
Se le salió de la boca un trozo de galleta cuando leyó el anuncio, así que volvió a releer y sí, efectivamente decía eso.
— ¿Qué necesidad de poner que está en apuros? — se preguntó en voz alta — se necesita maestra para que cuide y enseñe a un niño con habilidades especiales por dos meses y para que haga compañía a su padre… Soltero — leyó — Disculpe, ¿Este anuncio es real? — le preguntó al hombre de la tiendita y él asintió con la cabeza.
— Si lee algo más tiene que comprarlo — Ana asintió y le dio una última mirada, pero, dos meses le sonó tentador, tal vez fuera tiempo suficiente para que Albán la dejara de buscar y entendiera que la había perdido.
Disimuladamente apuntó el número de contacto y llamó.
— Curiosidades y vanidades peluchón, mi nombre es Ámeli ¿En qué pudo ayudarle? — Ana se aclaró la voz.
— Mi nombre es Ana Leroy, llamo por el anuncio del periódico, el de la maestra, o niñera.
— ¡Genial! Te daré la dirección, pregunta por Daniel Quiroz, él te hará la entrevista.
Cuando Ana tenía la dirección en la palma de la mano sacó el chip de su celular y lo lanzó a la calle cuando pasó, era lo último que le quedaba de su vieja vida y estaba dispuesta a dejarla atrás desde ese momento.
Tuvo que caminar, ya que no tenía ni un centavo, pero llegó ya pasado el mediodía, con el bolso en la mano y ardor en los pies.
Era una casa vieja pero bien adecuada, con unas escaleras que llegaban hasta la entrada y un árbol en el patio de atrás que lograba verse robusto y joven junto al tronco seco de un viejo a su lado.
Tocó un par de veces, pero no pasó nada, así que comprobó la dirección y al ver que era la correcta tocó de nuevo.
— ¿Quién? — preguntó la voz de un niño desde adentro y ella ladeó la cabeza.
— Ana Leroy, vengo por el puesto de maestra — la puerta se abrió y un niño rubio de ojos verdosos asomó la cabeza, tenía las mejillas rojas y la miró con apatía.
— ¿No que las entrevistas eran mañana? — le preguntó el niño y ella se encogió de hombros.
— Llamé al número que había en el anuncio y me dijeron que viniera aquí — el niño la miró de los pies a la cabeza y abrió la puerta del todo.
— Espere aquí, ya llamo a papi — y salió disparado.
Ana entró a la casa y luego sonrió, había juguetes por todas partes que contrastaban con el impecable aspecto del lugar, era vieja, pero restaurada y con un toque fresco que le agradó.
Sobre el frutero de la mesa había frutas y su estómago rugió cuando las vio, pero se contuvo las ganas. ¿hacia cuanto no comía?
El niño regresó.
— Mi papá dice que lo espere, como no me puede dejar solo está trabajando en casa y que viene en un par de minutos — Ana miró los juguetes en el suelo hasta que vio una muñeca de tinkerbell atada a una caña de pescar de plástico.
— A mí también me gustan las hadas — le dijo ella y el niño sonrió apenas — ¿Te gustaría jugar conmigo mientras sale tu papá? — el niño sonrió con timidez y asintió con la cabeza.
Ana se arrodilló en el suelo y trató disimular el hambre y los nervios que tenía mientras esperaba al papá del niño en el tapete de la sala.