




MIA
Capítulo 3
Me quedé paralizada. Cubrí mi cuerpo como pude, pero aquella bata era demasiado pequeña.
—Hermano, solo obedezco tu orden de ser gentil con tu cuñada.
Luciano tenía esa sonrisa que tanto detestaba: burlona, sarcástica. Pero lo que más me enfurecía era su mirada, descarada y lasciva.
—Te dije que la dejes en paz. Laura quiere descansar.
Fernando se plantó frente a él, su voz de trueno resonando en cada rincón de la casa.
Luciano alzó las manos con fingida inocencia, hizo una pequeña reverencia y tomó una manzana de la mesa antes de marcharse.
—Gracias, estaba algo pesado —atiné a decir, cruzando los brazos.
Fernando se quitó la chaqueta y la colocó en mis manos.
—Buenas noches. Descansa.
Se giró para irse, pero sin pensarlo, lo sujeté con delicadeza del brazo.
—¿Por qué…? —Mi voz tembló—. ¿Por qué me llamaste "mía"?
Esa palabra me perseguía, el tono ronco y cargado de deseo con el que la pronunció me tenía enloquecida.
Él sonrió. En sus mejillas se formaron dos hoyuelos.
—Escuchaste mal. No dije eso.
Se apartó y desapareció en su estudio.
Me apoyé en la pared y exhalé con frustración. No podía sentir esto. No debía.
Fui a mi habitación, pero al pasar por la biblioteca, un ruido captó mi atención. La puerta estaba entreabierta.
Me acerqué con sigilo y lo que vi me dejó sin aliento.
Fernando tenía una mano dentro de su pantalón. Se acariciaba, su pecho subía y bajaba con respiraciones entrecortadas, y sus gruñidos reverberaban en la habitación.
Pero lo que me dejó en shock fue lo que sostenía en su otra mano.
Una prenda mía.
Mi ropa interior.
Tragué saliva y salí corriendo hacia mi habitación. Abrí mi maleta con el corazón en un puño y revisé. Faltaba mi pantaleta rosada con bordes blancos.
Me quedé despierta toda la noche.
No sabía qué hacer.
No quería admitirlo.
Pero verlo entregado a mi olor… fue la primera experiencia verdaderamente excitante de mi vida.
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Al amanecer
Bajé al comedor.
Fernando estaba sentado junto a Amelia, quien le tomaba la mano. Él, sin embargo, parecía incómodo.
Hasta que sus ojos me encontraron.
Brillaron con intensidad.
—Hola, Laurita. —Luciano sonrió con burla, recorriéndome de arriba abajo con la mirada.
—Laura —intervino Amelia con seriedad—, quiero pedirte que vistas con más decoro. Nada de faldas cortas ni escotes.
Miré mi atuendo. Una falda blanca y una camisa sencilla. Nada fuera de lugar.
Pero mi cuerpo resaltaba las prendas, lo sabía.
Desayunamos en silencio. Mi presencia parecía tensar el ambiente.
De pronto, Fernando se levantó.
—Voy con los Omegas. Laura, acompáñame.
Asentí.
Amelia golpeó la mesa con el tenedor.
—Ella no tiene nada que hacer allá. Debe quedarse aquí para aprender a bordar y cocinar.
Sonreí con ironía.
—Hermana, mis aspiraciones van mucho más allá de ser la esposa perfecta.
Desde siempre, Amelia soñó con ser la Luna ideal. Se preparó en cada arte para mantener a su esposo feliz, incluso sacrificando su educación.
Pero yo no era como ella.
Fernando me ayudó a subir al caballo. Lo abracé para sostenerme y su aroma me envolvió.
El roce de nuestros cuerpos con cada galope me erizó la piel.
Mi corazón martilleaba.
Esto estaba mal.
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El territorio de los Omegas
Fernando me mostró lo que había construido para ellos: un hospital, una escuela… un lugar próspero.
—Sé que piensas que he sido un mal líder para Blackmoon —dijo con calma—, pero he logrado que los Omegas vivan con dignidad.
Cuando era niña, casi nunca visité este territorio. Pero no podía negar que lo que vi me impresionó.
Sin embargo, algo me llenó de ira.
La estatua de mi padre había desaparecido.
En su lugar, una escultura de Fernando se alzaba en la plaza central.
Mi rabia estalló.
Le di un golpe en el pecho.
—¿Dónde está el monumento a mi padre? ¿Quieres borrarlo de la historia de nuestra manada?
—No es así… —dijo, tomando mi mano.
Me solté de inmediato.
—No permitiré que lo borres de nuestra memoria. El Gran Vicente vivirá siempre en el corazón de Blackmoon.
Di media vuelta y salí corriendo.
Mi pecho ardía con una mezcla de furia y dolor.
Fernando me alcanzó en cuestión de segundos y me empujó suavemente contra un árbol, atrapándome entre su cuerpo y el tronco.
Sus ojos verdes me atraparon.
—¿Vas a dejarme explicar?
Mi mandíbula se tensó.
—¿Explicar qué? Te casaste con Amelia para quedarte con las tierras de mi padre. Pero te juro que las recuperaré. Blackmoon volverá a ser lo que era.
Mis respiraciones se volvieron erráticas.
—Voy a demostrarte que estás equivocada. Solo he hecho lo correcto.
Se apartó un paso, pero antes de que pudiera alejarse, solté lo que había jurado callar.
—¿Lo correcto? ¿Como tocarte mientras olfateabas mi ropa interior?
Fernando se congeló.
Giró lentamente, el color subiendo a sus mejillas.
—¿Cómo… sabes eso?
Le sostuve la mirada.
—Te vi.
Su respiración se aceleró.
—No te bastó con engañar a mi hermana para robarnos nuestras tierras… ¿también quieres engañarla conmigo?
Su mandíbula se tensó y dio un paso adelante. Yo retrocedí, pero mi espalda chocó contra el árbol.
Su mirada me devoraba.
—¿Tú también lo sientes? —preguntó en un susurro ronco.
Mi pecho subía y bajaba con fuerza.
—¿De qué hablas? —conseguí decir, con la voz quebrada.
Se acercó a mi cuello.
Y comenzó a olfatearme.
Mi cuerpo entero se estremeció.
Lo hacía con desesperación, como si quisiera impregnarse de mí.
El aire a nuestro alrededor se volvió sofocante.
Yo también inhalé su aroma.
Un calor desconocido se encendió en mi vientre.
Y, sin darme cuenta, solté un pequeño gemido.
—Mmm
...
La lluvia comenzó a caer.
El agua fría se deslizaba sobre nuestras pieles ardiendo.
Fernando me tomó el rostro con ambas manos.
Sus ojos ardían.
—Eres mía… Mi mate destinada.
Y me besó.