




LUTO
Capítulo 2
Procesar la pérdida de alguien importante es un dolor para el que nadie está preparado. Es sentir que te arrancan una parte de ti, un vacío imposible de llenar, como si una parte de tu vida muriera junto a esa persona. Así me sentía yo: aturdida, aterrada, sumida en un dolor insoportable.
Ángeles estaba en el suelo, rota en llanto. Una vez más, me tocaba ser fuerte, convertirme en ese pilar que siempre había sido como madre y esposa. La ayudé a levantarse y la abracé con todas mis fuerzas. Le pedí al chofer que la llevara a casa. Estar allí, compartiendo el mismo aire con la mujer que nos había arrebatado a Manuel, era un insulto para ella.
Sabía que culpar a Rosario era injusto. Siempre le decía a mis amigas que la amante no era la culpable, sino el esposo, el que había hecho un compromiso y debía responder por sus actos. Pero en ese momento, la odié. No solo por haberme golpeado con la verdad, sino porque ahora nunca podría enfrentar a Manuel, nunca podría decirle cuánto me había herido.
—¿Quién va a reconocer el cuerpo? —preguntó el médico después de un largo rato de llanto y silencio.
—Yo quiero verlo —saltó Rosario.
Noel la sujetó del brazo, exigiéndole que no se atreviera.
—Yo soy su esposa. Me corresponde a mí —respondí con firmeza.
—No puedes impedir que lo vea —espetó ella, desafiante—. Manuel era el padre de mi hijo. Quizás tengas el título de esposa, pero la dueña de su corazón era yo.
Apreté los dientes.
—No pienso discutir contigo. Soy su esposa y eso me da derechos que tú, como amante, no tienes. Noel, controla a tu hermana. No permitiré que ella toque el cofre con las cenizas de Manuel. Este anillo —levanté mi mano, mostrando mi alianza— me da el derecho de decidir.
Entré a la morgue. El cuerpo de Manuel estaba destrozado. Quería odiarlo, pero no pude. Solo sentí el amor inmenso que aún le tenía y el dolor de perderlo. Me acerqué, tomé su mano fría y me quité el anillo de bodas, colocándoselo.
—Te perdono —susurré, con la voz quebrada—. No sé por qué lo hiciste. Quiero creer que nunca dejaste de amarme, pero solo encuentro mentiras y dolor.
Salí sin mirar atrás.
Noel se encargó de todo. Apenas podía mirarlo.
—Sé que esto es difícil, pero mi hermana solo peleará por lo que es justo para mi sobrino —intentó decirme en tono conciliador.
—Sé que ese niño tiene derechos, igual que Ángeles, pero no lo quiero cerca de mi hija. Ni a él ni a ustedes. Durante años fingiste ser su sobrino —las lágrimas me nublaban la vista—. Me lastimaste.
Noel me tomó de la mano.
—Perdón... Créeme, siempre me sentí un cínico. Pero tú… tú eres importante para mí.
Me acarició la mejilla y me secó las lágrimas. Me aparté de inmediato.
El primero en llegar a darme apoyo fue Nicolás, el mejor amigo de Manuel.
—Dime que no sabías nada de esa mujer —le exigí.
Nicolás me sostuvo la mirada con pesar.
—Lo supe hace unos meses. Le pedí que la dejara, pero ella lo tenía chantajeado. Me pidió que no te lo dijera.
Me abrazó y le creí. Nicolás era un hombre correcto, y Rosario, con su actitud, me demostró que era una mujer peligrosa.
El funeral fue rápido. Noel logró mantener a Rosario alejada, aunque ella intentó entrar varias veces.
Yo tenía otro problema: cómo decirle a Ángeles que su padre, su héroe, tenía una amante y un hijo.
El abogado de Manuel se acercó a mí.
—Quiero verte mañana en mi oficina. El testamento debe leerse en privado. Sabes que cuentas con mi apoyo.
Regresar a aquella casa vacía fue un tormento.
—Deberíamos vender la mansión e irnos lejos —le dije a Ángeles.
Su reacción me tomó por sorpresa.
—¡No lo permitiré! Mi padre amaba esta casa y yo la cuidaré. Si quieres irte, hazlo tú.
Sus palabras me atravesaron como un cuchillo.
—¿Por qué me hablas así? También estoy sufriendo… Solo quiero lo mejor para ti.
—¡Porque yo quiero a mi papá vivo! ¡Él era mi adoración! Tú… tú debiste ser quien muriera.
Se fue corriendo a su habitación, dejándome destrozada.
Nunca imaginé que mi hija me despreciara tanto. Me dolía, pero traté de entender que su enojo venía del dolor.
Lloré como nunca esa noche.
Recogí todas las fotos, cartas y recuerdos de Manuel. Todo lo que alguna vez significó amor ahora era solo una mentira.
Salí al jardín y encendí una caja con todos esos recuerdos. Observé cómo las llamas devoraban cada rastro de nuestra historia.
Las lágrimas caían sin control cuando sentí unos brazos envolviéndome con fuerza.
—Tranquila —susurró una voz.
Era Noel.
Lo golpeé en el pecho, furiosa. Él había sido parte de la mentira.
—Si necesitas golpearme para sentirte mejor, hazlo —susurró—. Pero quiero que estés bien. Eso es lo que Manuel hubiese querido.
Me abrazó, y, por primera vez en mucho tiempo, sentí un consuelo real.
La lluvia empezó a caer. Yo solo llevaba una bata de pijama, y Noel me llevó dentro de la casa. Me secó con sus manos y me acostó en la cama. Luego, preparó un café y me lo ofreció.
—¿Por qué me hizo esto? —mi voz se quebró—. ¿Soy fea?
Era inevitable sentir que la culpa era mía. Rosario era joven, hermosa… ¿Yo ya estaba acabada?
Noel me miró con intensidad.
—Eres la mujer más hermosa que he visto. Eres inigualable.
Me acerqué a él, como si algo dentro de mí buscara aferrarse a cualquier resquicio de afecto. Lo tomé del cuello y lo besé.
Noel respondió al principio, sus labios recorrieron los míos, bajaron a mi cuello. Sus manos se deslizaron bajo mi bata…
Entonces se apartó de golpe.
—Esto no está bien. No quiero aprovecharme de lo que estás sintiendo. Estás pasando por un dolor inmenso y no sería justo para ti.
Se levantó de inmediato.
Me cubrí con la manta, avergonzada.
—Lo siento… No sé qué me pasó.
Noel suspiró.
—Vine a recordarte que mañana es la cita con el abogado. Espero verte allí.
Caminó hasta la puerta y se detuvo un segundo antes de salir.
—Lo que pa
só esta noche… está olvidado.
Y me dejó sola.
Sola, con mis pensamientos.
Sola, sin entender en qué me había convertido.