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VIUDA

Capítulo 1

Me casé muy joven. Tendría unos dieciocho años cuando quedé embarazada de mi entonces novio, Manuel Vince. Él tenía veintiún años, un joven bueno y heredero de un gran imperio. Nuestra felicidad fue completa cuando nació Ángeles, nuestra hija, la luz que transformó nuestras vidas.

No quería que nada ni nadie me arrebatara esa felicidad, pero todo cambió aquella fatídica noche. El mundo se rompió con una lentitud insoportable, como si el dolor quisiera impregnar cada fibra de mi ser. Aún hoy, sigo sin saber cómo sobrellevar este duelo que me corroe por dentro. Sé que no fui la mejor esposa, pero amaba a Manuel.

Ángeles celebraba sus dieciocho años. Quería la mejor de las fiestas, como cualquier adolescente. Supongo que es normal desear lo mejor cuando tu padre te ha dicho toda la vida que eres una princesa. Yo estaba dispuesta a cumplir todos sus caprichos, no solo porque la amaba, sino porque quería acercarme a ella. Sabía que era algo rebelde conmigo, pero creía que solo era una etapa. Todas pasamos por ese momento en el que nos sentimos dueñas del mundo, y Ángeles no era la excepción. Creía que lo merecía todo, y, en cierta forma, no estaba tan equivocada: Manuel se lo concedía todo, a pesar de mis intentos de hacerle entender que eso no era lo mejor.

Esperábamos a Manuel. A pesar de ser uno de los hombres más ocupados del país, siempre encontraba el tiempo para nosotras.

Nos casamos jóvenes, pero él siempre puso a la familia en primer lugar, en especial nuestra relación. Yo solía pensar que el amor entre nosotros era inquebrantable, aunque en el fondo tenía miedo.

El tiempo es cruel, y cada vez que me miraba al espejo, me recordaba que ya no era la chica de dieciséis años de la que él se enamoró.

Había dejado de ser coqueta; una casa no se maneja sola, y aunque teníamos empleadas, yo me empeñé en ser la dueña de nuestro hogar. Sin darme cuenta, me descuidé a mí misma.

Entre los invitados estaba Noel Baldrich, el sobrino favorito de Manuel. Un joven de veinticinco años, atractivo, aunque nunca tuve trato cercano con él. Su madre, hasta donde me contó mi esposo, era una hija ilegítima de la familia, y cuando su padre le reveló su existencia antes de morir, Manuel decidió ayudarla.

—Me alegra que estés aquí, Noel. Sabes que mi esposo te quiere mucho y estará feliz de verte —le sonreí mientras le ofrecía un trago.

Pero él me ignoró y frunció el ceño. Siempre sospeché que él y su madre me despreciaban, aunque nunca entendí exactamente por qué.

Ángeles fue la más emocionada de verlo. Siempre tuve la sospecha de que estaba enamorada de su primo, aunque Manuel mantenía un trato sumamente respetuoso con ella, así que no tenía motivos para preocuparme.

Fui al baño y me miré en el espejo. Algo dentro de mí se sentía extraño esa noche, como si el tiempo me estuviera advirtiendo que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre. Tenía miedo. No sabía si temía perder a Manuel o si solo me aferraba a la estabilidad que me ofrecía. Pero lo que sí tenía claro era que no quería perder todo lo que había construido.

Cuando regresé, Ángeles se negaba a partir el pastel sin su padre. Quería que él estuviera allí, que la abrazara y le dijera cuánto la amaba.

Entonces sonó mi teléfono.

—Mi amor, te estamos esperando. No tardes, los invitados quieren verte, especialmente Ángeles —dije con una sonrisa, aliviada al saber que se había comunicado.

Pero no era Manuel.

—¿Señora Amanda Flores? —La voz de una mujer temblaba al otro lado de la línea. Parecía asustada, agitada. Sentí un escalofrío recorrerme.

—¿Quién habla? ¿Pasa algo? —Mi garganta se cerró. Algo dentro de mí gritaba que esta llamada lo cambiaría todo.

—No puedo hablar por teléfono. Por favor, venga al hospital del Bosque. Manuel tuvo un accidente... está grave. Necesitamos a su esposa para firmar los permisos necesarios.

El teléfono casi se me cayó de las manos. Sentí que el suelo se desmoronaba bajo mis pies. Me acerqué a Ángeles, que seguía sonriendo, ajena a lo que estaba a punto de suceder. Noel se acercó al verme temblar y, sin decir una palabra, me tomó del brazo para llevarme al hospital.

Tuvimos que dar por terminada la fiesta. Ángeles no tenía cabeza para nada más.

Ese camino al hospital fue el verdadero maratón de mi vida. No podía controlar mis piernas ni mis manos, mientras detrás de mí escuchaba los sollozos de mi hija.

Al llegar, me dirigí al mostrador de urgencias.

—Soy la esposa de Manuel Vince. Quiero saber qué sucede.

La enfermera me miró con incredulidad antes de responder.

—¿Usted es la esposa?

—Por supuesto que lo soy. Me llamaron para firmar unos documentos.

Firmé todo sin leer. Sabía que aquello no era buena señal. Mi padre fue médico, y cuando te hacen firmar tantos papeles, significa que la situación es crítica.

Entonces la vi.

Una mujer con una venda en la cabeza, los ojos hinchados de tanto llorar. Se lanzó a los brazos de Noel, temblando.

—¿Eres la hermana de Manuel? —pregunté, intentando comprender. Manuel me había hablado de ella, pero nunca la había conocido.

Ella evitó mirarme.

—Es hora de decirle la verdad —murmuró Noel, con la mandíbula tensa.

—¿Decirme qué?

Ella sollozó.

—Rosario no es mi madre... es mi hermana.

El mundo pareció detenerse.

—¿Qué estás diciendo?

—Te mintieron. Ella y Manuel han sido amantes por doce años.

La sangre me abandonó el cuerpo.

—Eso es una mentira. No sé qué pretenden, pero si quieren dinero, no necesitan inventar semejante atrocidad. Cuando Manuel despierte, los pondrá en su lugar.

—No es mentira —dijo Rosario, con voz temblorosa—. Además... tengo un hijo de tres años con Manuel.

Mis piernas fallaron.

—¡Mentirosa! —grité, aterrada por la verdad que no quería aceptar.

En ese momento, un médico salió de la sala de urgencias. Miró a Rosario y le tomó la mano.

—Su esposo entró en estado crítico...

Lo aparté de un tirón.

—¡Yo soy la esposa de Manuel Vince!

La enfermera intentó calmar la situación, pero el médico no titubeó.

—Lo sentimos... pero antes de perder el conocimiento, él nos dijo que su esposa era ella.

No sé cómo terminé sentada en una de las sillas del hospital. El frío se apoderó de mi cuerpo. Ángeles irrumpió en la sala, con los ojos llenos de miedo.

—Por favor... dígame que mi papá está bien.

El médico suspiró.

—Hicimos todo lo posible, pero... lamentablemente, falleció.

El grito de Ángeles desgarró el a

ire.

Yo no pude gritar.

Mi mundo se detuvo ese día. El mismo día en que mi supuesto amado destruyó mi vida.

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